“Buen día, camaritas”, se le oyó decir a Anacleto mientras se acomodaba en su silla, con ese aire de quien está a punto de soltar una bomba de verdades incómodas. Colocó su taza de café humeante sobre la mesa, junto a un montón de recortes de prensa, y con una mirada de reojo que parecía decir “esto va a picar”;, comenzó su charla. "Hoy hablaremos de un tema que huele a podrido desde lejos, como esos quesos franceses que sólo los turistas se atreven a probar. Sí, camaritas, hoy hablaremos de los millones de dólares que el Tesoro de los EEUU, con el beneplácito
de los mismísimos Joe Biden y Donald Trump, envió a la oposición venezolana. Dinero que, según las últimas denuncias, parece haberse esfumado más rápido que un billete de cien en una feria popular. ¿Y qué pasó con esos fondos? ¿Dónde están los resultados? ¿O es que acaso alguien se los guardó en el bolsillo?”. Hizo una pausa para encender un cigarrillo, exhaló el humo lentamente y continuó".Esto no empezó ayer, camaritas. EEUU lleva años metiendo las manos en los asuntos de Venezuela, pero fue durante la primera presidencia de Donald Trump cuando la cosa se puso fea.
En 2019, cuando Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino en una plaza, los yanquis vieron la oportunidad perfecta para darle un empujón a la oposición. Y lo hicieron con lo que mejor saben hacer: con la chequera. A través del Tesoro de los EEUU y la USAID, comenzaron a enviar montones de dinero. Hablamos de cientos de millones de dólares. Sí, oyeron bien, camaritas: cientos de millones. Según informes, sólo en 2019 y 2020, destinaron más de 600 millones de dólares para «apoyo a la democracia» y «ayuda humanitaria». Aquí cabe preguntar: ¿alguien sabe realmente en qué se gastó ese dinero? Porque, hasta donde sabemos, el gobierno de Nico sigue aquí, campante. ¿Entonces? ¿Alguien ha visto algún resultado? Y no crean que esto se detuvo. Cuando llegó Biden al poder, la cosa no cambió mucho. De hecho, se puso peor. Durante su período, se enviaron casi 1.600 millones de dólares adicionales. Sí,
camaritas, 1.600 millones. ¿Y saben qué? Esos fondos también se «evaporaron». ¿A dónde fueron a parar? ¿Quién los manejó? ¿Por qué nadie es transparente? Al final, lo único que vemos es un agujero financiero negro que se traga todo, menos lo que tanto prometieron: soluciones. Y aquí es donde se ponen interesantes las cosas, camaritas. Porque, ¿quién ha estado detrás de todo este envío de fondos? ¿Quién ha sido uno de los más fervientes defensores de la oposición venezolana en el Congreso de los EEUU? Pues nada más y nada menos que Marco Rubio; sí, el mismo que no pierde oportunidad para hablar mal de Venezuela; el que nunca explica cómo se manejaron esos millones. ¿Será que el senador de Florida tiene algo que ver en este lío? ¿O será que su cuñado narcotraficante es un entusiasta de la causa venezolana? Seamos honestos, cuando hay tanto real de por medio, siempre hay alguien que se frota las manos. ¿Verdad, Borges? Lo más grave de todo esto es que no sólo hablamos de dinero. Hablamos de la credibilidad de la oposición. Porque, ¿cómo podría alguien confiar en un movimiento que no es capaz de rendir cuentas sobre los fondos que recibe? ¿Cómo puede pedir apoyo internacional si no demuestra transparencia en su gestión? Y, lo más importante, ¿cómo puede pretender gobernar un país si no es capaz de manejar unos cuantos millones de dólares? ¿Será por eso que lleva más de dos décadas acumulando fracasos? Pero, no nos equivoquemos, esto no es sólo un
problema de la oposición criolla. Es también problema de la política exterior de los EEUU. Porque, al final, ¿Qué dice de un país que envía millones a un movimiento sin asegurarse de su buen uso? ¿Acaso no aprendieron nada de sus «intervenciones democráticas» en Irak, Afganistán o Libia? Seamos claros, esto es también un fracaso de quienes creyeron que con dinero podían comprar un cambio de gobierno en Venezuela. ¿Y los resultados? ¿Dónde están Guaidó y su banda? ¿Dónde están La Loca y sus comanditos? Según los informes del Tesoro de los EEUU, no hay claridad sobre cómo se manejaron esos fondos. ¿Se usaron para financiar guarimbas?, ¿para pagar a líderes opositores? o ¿tal vez para llenar los bolsillos de «emprendedores», «presstitutes», «influenciadores» u «otros» que vieron en esta crisis una oportunidad de negocio? ¿Para qué querer ganar unas elecciones si ser oposición deja tanto real? Mientras ellos viven en Miami, el pueblo sigue esperando soluciones. Al final lo que tienen es un montón de preguntas sin respuesta. ¿Dónde está el dinero? ¿Quién lo administró? ¿Qué pasará ahora que Trump ordenó una investigación y más de uno anda “chorriao”? Creemos saber a dónde fue a parar porque conocemos al pájaro por
la cagada. Y mientras tanto, los de siempre siguen jugando con fuego, sin importarles quién se quema. Pregunto: ¿hasta cuándo?" Apagó su cigarrillo, sonrió con esa mezcla de cinismo y sabiduría que lo caracteriza, y dijo: "Hasta la próxima. Recuerden: en política, como en la vida, no todo lo que brilla es oro. A veces, es sólo humo";
La frase de mi amigo “Bachaco” resuena cada vez más fuerte: “Pueblo, conoce a tus verdugos”. Porque si no identificamos a los Borges, López, Vecchio, Castillo, Ramos Ledezma, Goicochea, Guevara, Toledo, Arellano, Superlano, Smolansky, Simonovis… y un larguísimo etcétera, esa red de hampones al servicio de Guaidó y Machado, que
no sólo estafaron a sus financistas (gobiernos de EEUU y la UE), sino que saquearon activos nuestros en el exterior como CITGO, Monómeros, y podríamos seguir, ¿cómo exigir que paguen por sus crímenes? Duele desmontar las mentiras que muchos creyeron, porque sus fábulas calman el rencor de venezolanófobos que jamás pisaron el país. Y sí…, ¡la verdad desgarra! EEUU, la UE y la oligarquía criolla los respaldaron, los financiaron y los cobijaron, pero al final les salió el tiro por la culata: no obtuvieron lacayos, sino “ladrones de poca monta” que hoy exponen el fracaso de su política exterior. Esto no es una guerra contra el “Tren de Aragua” ni contra fantasmas inventados. ¡No señores! Son simples ladrones, pero con corbata y discursos huecos.
¿Quién, aquí en el país, no se ha preguntado?: ¿De qué viven los “autoexiliados” de la oposición? ¿Cómo pueden darse tantos lujos mientras el pueblo sufre? ¿No es una burla que exijan sacrificios, que manden a los jóvenes a guarimbear, mientras ellos y sus familias viven cómodamente en el extranjero con el dinero que, al parecer, “les ha sobrado de la lucha”? Algunos ya han abierto los ojos; otros siguen creyendo en sus promesas, porque el veneno inoculado de la ilusión aún hace efecto. Y aquellos que persiguieron el “sueño americano” descubrieron que era sólo eso: un sueño. Hoy, el país de “la libertad y la justicia” los persigue como a animales, listo para deportarlos como criminales. Ya saben a quién culpar. Se calcula que, en los últimos años, la oposición ha recibido más de TRES MIL DOSCIENTOS millones de dólares. Claro, quien parte y comparte se queda con la mejor parte. Entendemos ahora la repentina fortuna de la familia del “pelanalgas”. Así es lindo hacer política: vivir del cuento, a costa de los demás y de quienes ambicionan nuestras riquezas naturales. Entonces, ¿Para qué esforzarse en ganar elecciones si ser oposición es un negocio tan lucrativo? Esa es la pregunta que muchos se hacen al ver cómo algunos “y que” líderes opositores viven en la opulencia mientras predican sacrificios. ¿Por qué correr el riesgo de gobernar y enfrentar los problemas reales del país, cuando pueden seguir recibiendo millones en fondos internacionales, disfrutar lujos en el extranjero y culpar al gobierno de todo? La oposición se ha convertido en una industria: mientras más caos promueve, más dinero le llega, ¿verdad, María? Y parte del pueblo, ingenua, sigue creyendo en sus promesas vacías. Al final, no se trata de ganar elecciones, sino
de mantener el negocio. ¿Y quién paga el precio? El pueblo, pero sobre todo sus seguidores que siguen esperando soluciones mientras ellos se llenan los bolsillos. Ser oposición no es una lucha, es un negocio redondo. Y mientras siga siendo rentable, ¿para qué cambiar? Como diría un sifrino: “¡O sea! Me iría demasiado”.
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