Anarquía cotidiana

El diccionario revela que “anarquía” implica desconcierto, incoherencia, barullo, ausencia de poder público. Y uno, en argot callejero –de la universidad de la vida– agrega: existe donde cada quien hace lo que le da la gana, de manera impune, y listo.

Anarquía cotidiana

Por Luis Carlucho Martín

El diccionario revela que “anarquía” implica desconcierto, incoherencia, barullo, ausencia de poder público. Y uno, en argot callejero –de la universidad de la vida– agrega: existe donde cada quien hace lo que le da la gana, de manera impune, y listo.

--Epa mi pana, dame 30 bolos.

--¿Y por qué?

--Porque esa es la tarifa que yo cobro por prestar el baño público.

--¿Cómo es la vaina? Si el baño es público no es tuyo. Yo no tengo plata y si tuviera tampoco pago por eso.

--Todo el mundo paga eso por orinar y si va a hacer otra cosa son 50 bolos.

--¿Esto es un mal chiste, verdad?

--No. Es en serio.

--No tengo ni medio y ya no aguanto…

Entonces entré a orinar. Realmente me estaba reventando. Esta prostatitis me carga loco. Eso es incontrolable. De repente, si me piden una colaboración aporto algo. Respeto los rebusques y los trabajos, pero rechazo el sometimiento y el malandreo. Que te impongan tarifa en un baño público es poco menos que grosero. Es un tremendo abuso.

En eso, el estafador del baño se enardeció. Me preguntó si era justo que él estuviese “limpiando miao y mierda ajena de gratis”. Le dije que ese es el oficio que él escogió. Y creyendo que me amedrentaba me alzó la voz. Ya yo no peleo porque, si antes no jodía a nadie, ahora menos con estos dolores de columna. Pero me dije, si este tipo vuelve a alzar la voz lo parto en dos. Pero caería yo también en anarquía.

“¿Acaso 30 bolos son mucho para ti, viejo?”, me preguntó en tono altisonante el abusador mostrándome un billete de 20 y uno de 10. Se los arranqué de la mano. Entonces se súper arrechó. Su rostro se desfiguró más de lo que ya lo tenía. Al final, no pagué ni medio, oriné y me gané 30 bolos pa’ pagar la buseta. No me quedan dudas acerca de que la anarquía es la que manda. Porque ese tipo “trabaja” allí. Malandreando diariamente a quien se esté meando o c… Eso ocurrió en el mercadito libre de Los Teques que llaman Tocorón, al lado del CC La Hoyada.

*

Iba a Caracas y vi un choque simple en el puente de Carrizal. Ello otorgó licencia –tácitamente– a los conductores apurados, abusadores y vivos criollos, para transitar en sentido contrario –comerse la flecha–, lo que suponía maniobras que invadían el libre tránsito en la peligrosa carretera Panamericana. Como si nada y con los policías de testigo, un gentío copió la riesgosa acción que generó peligro. A Dios gracias nada sucedió. Parece que lo importante es llegar rápido a costa de lo que sea, sin medir las consecuencias. Si estás “apurao” levántate más temprano.

*

En el Metro de Chacaíto se montó un señor muy mayor, con evidentes problemas de salud. Se llevó las manos al pecho. Palideció con muestras de dolor. En ese vagón viajaba una miliciana, cuya identidad era N. Mxxxx. La abordé para notificarle el delicado caso. Ella, muy (i) respetuosa de la vida y de la paz ciudadana y de la seguridad de la patria, se volteó y subió el volumen de su celular, a través del cual estaba escuchando, a toda mecha, una salsa más sabrosa que el carajo, pero se mostró indiferente, indolente y muy anárquica. Los salseros no somos así; amamos la vida. Dios la bendiga.

*

De retorno a los altos mirandinos abordé la buseta en el moderno terminal de Plaza Venezuela. Aparentemente, todo marcha chévere. Pero, ¡oh sorpresa! Antes de arrancar, aborda la unidad un fiscal de la línea de transporte. Y a viva voz, sin mostrar ningún documento que lo autorizara a anarquizar su discurso, amenazante nos advirtió: “Señores, pa’ que sepan, desde este sábado 15, el pasaje sube a 200 bolos. Ya saben. Cero excusas”…

Una señora le recordó que hace poquito aumentaron de 130 a 160 y ahora a 200. Y el tipo, sin gaceta oficial ni nada que respaldara su desalentador anuncio, se escudó en “el dólar criminal que nos mata a todos”. Así, él, que es pueblo, disparó contra el pueblo y nada pasó ni pasará…

Ya saben, el sábado, quien no tenga 200 bolos –a pesar de que el salario mínimo es de 130– no se monta en las unidades. Y punto. Ah, además el medio pasaje de los adultos mayores y el pasaje estudiantil es vulnerado con pleno conocimiento, consentimiento y complicidad de los funcionarios de seguridad del moderno terminal de transporte.

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En mi viaje a los altos mirandinos me entero, vía guasap, de que, en una emblemática institución pública –de las más fuertes del Estado, donde hablan de lo justo, lo correcto y lo legal– ocurrirá algo que merece ser promocionado. Pautan a su equipo de prensa. Permiten algunas gráficas sin las infaltables fotos posadas que solicitan algunas emperifolladas y una que otra toma audiovisual. Al periodista le echan un cuentico acerca del evento y de inmediato lo desalojan del cónclave donde estaba “la plana mayor”, porque consideran que con esos insumos se puede hacer una nota informativa. El periodista asume su responsabilidad. Suena su teléfono. Le piden urgentemente la nota, para revisarla y autorizar su publicación. Los correctores –jefes– son de todo, menos periodistas. Y para colmo deciden adornar la noticia con las terribles fotos posadas “porque ese es el ángulo que me favorece; se me ven menos las arrugas…o cualquier babosada de esas que argumentan quienes vulneran nuestro noble oficio. Violan preceptos y teorías y principios, porque desconocen, o no, que en las universidades dan clases de fotoperiodismo. El periodista se pregunta, ¿por qué coño no van a una panadería cuando les duele la rodilla –ni de vaina, ahí acuden al traumatólogo–, o por qué no hacen un edificio según los sueños de un taxista? Coño, zapatero a su zapato. Respeten las profesiones, los saberes y el ejercicio laboral de cada quien. Por cierto, al respecto existen leyes. ¿Además de un claro atropello y abuso de poder por muy jefes que sean, es, o no, anarquía?

*

¿Acaso no es irracional que en un país productor de petróleo ya es costumbre –o ley de vida– surtir combustible a precios internacionales? ¿Acaso no es incoherente que las colas de vehículos en las pocas estaciones de servicio, a precio regulado, sean controladas por grupúsculos que favorecen al mejor postor? ¿Acaso no es insólito que todo se mueva al ritmo del dólar criminal y sencillamente seguimos en ese espiral hacia un pozo sin fondo?

*

En la calle lateral a los centros comerciales Don Pedro y La Cascada, en Carrizal, un adulto mayor cruza la calle hacia una parada de busetas. Cierto es que allí hay que cruzar a riesgo, pero un motorizado, indolente –como lució–, en vez de aminorar, aceleró su “tarita”. El transeúnte le gritó varios improperios, más por susto que por ofensa, porque casi fue atropellado. Y el joven motorizado no tuvo una salida más elegante que maldecir infinitas veces al sobreviviente que se mostraba nervioso: “Maldito viejo, muérete, maldito viejo, maldito mmgb”.

Los que presenciamos esa tropelía quisimos decirle algo al maleante de la moto, pero se fue al pire a mil por horas. Como no pudimos reclamarle nada, sencillamente le deseamos que ojalá no llegue a viejo, pero no por desearle mal, sino para que nadie lo ofenda ni lo maltrate como él hizo con el viejito de este cuento. ¿Acaso por ese deseo –no escondido– seremos anárquicos tratando de cambiar el destino? ¿Serán estos los síntomas de la anarquía citadina?

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