Anacleto estaba en el salón interno del café, rodeado de un grupo de “ni ni” y opositores “light” que, con cara de perro apaleado, intentaban justificar su apoyo a una dirigencia que los ha llevado de error en error, y de fracaso en fracaso. Con su habitual sonrisa pícara y un cigarrillo en la mano, Anacleto les soltó la bomba: “Bueno, camaritas, no entiendo cómo pueden seguir creyendo en una «y que dirigencia» que los ha llevado de error en error, y de fracaso en fracaso. ¿Se acuerdan de la Asamblea Nacional que les dieron en diciembre del 2015? ¿Qué hicieron con ese poder? Nada, absolutamente nada. En lugar de trabajar por el país, se dedicaron a tratar de derrocar a Nicolás y a pedir sanciones, bloqueos y guerras económicas. ¡Y ahora preguntan por qué estamos como estamos! ¿Quién nos ha señalado como «una amenaza para la estabilidad y la seguridad» de la región? La disociada psicótica de la Machado. ¿Olvidan que la venezolanofobia se inició luego que el asesino de niños, Julio Borges, aseverara que «los venezolanos son una enfermedad contagiosa» para todo el continente?Ah… y lo siguen haciendo. Esas afirmaciones han logrado inducir una de las más grandes crisis por las que podamos haber pasado.” El grupo guardó silencio, incómodo pero intrigado. Anacleto continuó: “Fíjense bien: esta gente no sólo ha traído paramilitares colombianos, financiado bachaqueros, colocado guayas asesinas, incendiado jardines infantiles con niños adentro y quemado gente inocente en guarimbas. También ha pedido sanciones que nos han dejado sin medicinas, sin alimentos y sin futuro. ¿Y para qué? ¿Para que ustedes sirvan de carne de cañón en su afán de tomar el poder que, democráticamente, no han podido ganar?” Anacleto apagó su cigarrillo y tomó un sorbo de café antes de continuar. “Ah, y no se olviden de la famosa «ayuda humanitaria». ¿Recuerdan la «Batalla de los Puentes», esa farsa que terminó en un espectáculo bochornoso, con camiones incendiados y la esperanza de un pueblo convertida en humo? ¿Es eso lo que quieren para Venezuela? ¿Una «ayuda» como la que le dieron a Iraq, Libia o Siria? Porque, créanme, eso es lo que nos espera si les damos el poder.” El grupo comenzó a murmurar, pero Anacleto no les dio tregua. “Y ahora están con su Plataforma Unitaria Democrática (PUD), que no es más que la misma MUD con otro nombre. ¿Se han fijado en las caras de los que se pelean por manejarla? Son los mismos de siempre: Capriles, Borges, Rosales, Machado, una enajenada mental con ínfulas de heroína que habla de «hasta el final», pero no sabe ni cómo empezar. ¡Y ustedes les creen! ¿De verdad piensan que estos tipos van a sacar al país adelante?” Anacleto hizo una pausa dramática y miró al grupo con una sonrisa irónica. “Lo peor de todo es que estos pseudos dirigentes nunca han estado con el pueblo. Lo menosprecian, lo engañan y lo usan como carne de cañón. Por eso el pueblo no les cree. Por eso el pueblo sigue resistiendo, a pesar de las dificultades. Porque, como dijo el Gigante Chávez: «¿Quién dijo que sería fácil?» Pero con unión, lealtad y trabajo, saldremos adelante.” El grupo quedó en silencio, reflexionando sobre las últimas palabras de Anacleto. Él, encendió otro cigarrillo y concluyó: “Así que, camaradas, la próxima vez que piensen en apoyar a esta oposición cipaya, recuerden su curriculum: traición, fracaso y desprecio por el pueblo. Porque, al final del día, la única cosa que saben hacer bien es perder, porque eso les genera dividendos. Si no me creen, pregúntenle a Trump y a la USAID.”
Y no es sólo Anacleto quien lo dice; la historia y los hechos hablan por sí solos. Históricamente, el problema crónico de la oposición ha sido la ausencia de un liderazgo coherente. Su existencia está marcada por ciclos de fragmentación y reinvención superflua, cambiando siglas (de MUD a PUD), estructuras (como G4, G7 o el Frente Amplio) y estrategias sin lograr consolidar un proyecto político. Estos cambios reflejan una adaptación reactiva a fracasos consecutivos, carentes de autocrítica y visión a largo plazo. La falta de unidad se evidenció hasta en momentos de ventaja, como tras la victoria en la Asamblea Nacional de 2015, donde la ausencia de un plan de gobierno y las pugnas internas dilapidaron la oportunidad de generar confianza en el pueblo. La constante rotación de discursos ha acentuado la percepción de improvisación y oportunismo; su narrativa sigue anclada en el antichavismo; no tiene propuestas para resolver los problemas del país. La carencia de liderazgo no sólo minó su credibilidad, sino que la convirtió en un actor incapaz de construir una alternativa creíble. De seguir el personalismo su papel seguirá siendo marginal.
La oposición ha demostrado, en múltiples ocasiones, un profundo desprecio por el pueblo al que dice representar. En lugar de construir una conexión genuina con sus necesidades, ha utilizado a la población como un instrumento para alcanzar el poder, sin importar el costo humano. Ejemplos como las guarimbas de 2014 y 2017, la “quema” de personas vivas o la fallida “Batalla de los Puentes” en 2019, revelan una estrategia basada en el sacrificio de vidas y el caos, sin ofrecer soluciones a los problemas del país; acciones que dejaron no sólo un saldo trágico de muertos y heridos, sino que evidenció la desconexión de sus líderes con la realidad de los venezolanos. Nunca han escuchado al pueblo. Y este menosprecio se refleja en su apoyo a sanciones económicas que han profundizado la crisis humanitaria, afectando directamente a quienes dice defender. Mientras tanto, sus líderes viven cómodamente en el exterior, lejos del sufrimiento que sus decisiones han causado. Esta actitud no sólo ha erosionado su credibilidad, sino que ha dejado en evidencia que, para la oposición, el pueblo no es más que un peón en su juego de poder.
La oposición cipaya ha sido cómplice activa en la imposición de sanciones que han tenido un impacto devastador en la población. Personajes como Julio Borges y María Machado han pedido públicamente medidas coercitivas que, lejos de afectar al gobierno, recaen directamente sobre los ciudadanos, creando las limitaciones tantas veces mencionadas. Estas sanciones, promovidas como una herramienta para presionar un cambio político, han exacerbado la crisis humanitaria, empujando a miles al borde de la pobreza extrema, y obligando a otros a emigrar. Mientras, muchos de estos “sacrificados líderes” viven con lujos y comodidades en el exterior, lejos de las consecuencias de sus decisiones. Su apoyo a estas medidas no sólo revela una desconexión profunda con la realidad del país, sino también una estrategia que prioriza sus intereses sobre el bienestar del pueblo; ha fracasado en ser una alternativa y ha demostrado falta de responsabilidad y empatía hacia quienes dicen representar, lo que ha minado aún más su credibilidad y ha dejado en evidencia que, para ellos, el sufrimiento del pueblo es un precio aceptable en su búsqueda de poder.
Como he dicho en innumerables ocasiones anteriores, el pueblo ha demostrado una capacidad de resistencia admirable frente a los embates de la oposición y las sanciones internacionales. A pesar de las dificultades económicas, la escasez de recursos y las constantes campañas de desestabilización, la gente ha mantenido su espíritu de lucha y su compromiso con la construcción de un futuro mejor. Como decía el Comandante Chávez: “¿Quién dijo que sería fácil?” Esta frase resume la tenacidad de un pueblo que, lejos de rendirse, ha sabido enfrentar cada desafío con creatividad, solidaridad y determinación. La resistencia no sólo se ha manifestado en la defensa de la soberanía nacional, sino también en la capacidad de reinventarse y adaptarse a las circunstancias más adversas. Desde las comunidades organizadas hasta las iniciativas productivas locales, el pueblo ha demostrado que no se deja engañar por discursos vacíos ni por promesas falsas. Esta fortaleza es el mayor testimonio de que, a pesar de todo, sigue creyendo en un futuro mejor y está dispuesto a trabajar por él. ¡Siempre unidos, venceremos!
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