El día que Mano e Piedra Durán derrotó a Leonard 

A propósito del Día del Padre

Dimas J. Medina

Neuquén

Cinco días después de la celebración del día del padre en 1980, el mundo puso su mirada en el expectativo combate boxístico, entre el entonces campeón del peso welter del Consejo Mundial del Boxeo, el estadounidense, “Sugar” Ray Leonard y su retador, el panameño Roberto “Mano e’ Piedra” Durán.

Era viernes 20 de junio de 1980 y aquella tarde, habíamos sepultado a mi abuelo Dimas Medina, por lo que todos nuestros hermanos, amigos y mi papá vimos a través de la pantalla chica, aquella famosa pelea celebrada en el estadio olímpico de Montreal, en la misma sala donde fue velado mi abuelo. 

Recordamos aquel triste pero emotivo pasaje como si fuera hoy, ya que mi abuelo, amante como todos en nuestra familia, de los combates de boxeo y lucha libre, no pudo estar presente en aquella reunión frente al televisor. Y precisamente en aquella pequeña sala, mi abuelo, mi papá y todos mis hermanos, veíamos todos los sábados en la noche, los televisivos combates de lucha libre durante aquella recordada década de los 70.

El día de la famosa pelea entre Durán y Leonard, llovieron apuestas en la familia y en toda la cuadra. En nuestra humilde vivienda, aun triste por la desaparición de mi abuelo, ciframos nuestras esperanzas por el panameño.

No sé porque traje a colación este episodio, pero resulta que tras la victoria, por decisión dividida, del retador en aquella célebre pelea, seis meses después, se produce la revancha. El 25 de noviembre en New Orleans, “Mano e ‘Piedra” abandonó sorpresivamente en el sexto round, el combate que le devolvió el cinturón al norteamericano Leonard.

Para aquellos días, había sido sepultada en el mismo cementerio municipal del sector La H de Cabimas, la señora Felicia González de Rondón, abuela de nuestro amigo Pastor Salazar Rondón (+), ex gobernador del estado Barinas (1984-85), la misma señora que 27 años después de sepultada, fue encontrada intacta, al ser desenterrada por sus familiares para ser llevada a un cementerio privado.

La noticia que vinculó a la abuela de nuestro amigo Salazar Rondón, bautizada inmediatamente después tras aquel asombroso hecho, como la Santa de Cabimas, desempapeló todos los recuerdos que en nuestra mente guardaba sobre mi abuelo. 

Por eso, aunque fue analfabeto, mi abuelo ejerció y ayudó en todos los oficios, a mis padres, a sus otros hijos y a todos sus nietos. Como todos los falconianos que emigraron a Cabimas atraídos por el boom petrolero, mi abuelo vivió hasta su último día, compenetrado con las costumbres de aquella ciudad que hizo su segunda casa.

Perdió precisamente en nuestra petrolera ciudad de Cabimas a su esposa, mi abuela Casimira Arteaga, al comienzo de aquella turbulenta década de los 60. No se amilanó. Siguió su vida con sus tres hijos Cándida Rosa, José Vicente y mi papá Ramón Antonio. Quizás por esa razón, mi tío-abuelo Virgilio Arteaga Hernández, aquel viejo roble del periodismo falconiano, profesó un gran respeto hacia mi abuelo.

Con el transcurrir del tiempo, sus nietos fueron sus motivos para seguir viviendo. Allá en el barrio R-5, en una hermosa y modesta casa de bahareque, nuestro abuelo compartió su soledad pero con su personalísima timidez, de reunirse cuando la ocasión lo ameritaba, para ver todos aquellos combates televisivos de boxeo mundial.

Y precisamente el combate que más ansió por observar, aquel donde el panameño Mano e Piedra Duran derrotó al gran Ray Sugar Leonard, no lo pudo ver mi abuelo, cinco días después de la celebración del Día del Padre de aquel 1980.

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