Isidoro, un cochero muy sortario

Isidoro, puntualmente estableció parada fija en la cuadra de Monjas a San Francisco, en la plaza Altagracia o cerca del Capitolio. Por su trato respetuoso lo llamaban por su nombre y apellido a diferencia de sus colegas Rabanito, Mascavidrio, Monseñor, Tántalo, Morrongo y El Elegante. Un histórico personaje para recordarlo siempre...

Isidoro, un cochero muy sortario

Luis Carlucho Martín 

El último cochero de Caracas, como se le conoció a Isidoro Cabrera, estuvo activo en su digno oficio desde que se inició a los 21 años, según fecha de la obtención oficial de su licencia, hasta su muerte, a los 83 años, en 1963.

Cuántos personajes de la política, de la Iglesia y de la alcurnia habrán formado parte de su distinguida clientela en aquella Caracas afrancesada que crecía en busca del modernismo implantado por el entonces mandamás, Antonio Guzmán Blanco, tanto en su primer como en su segundo período gubernamental.

Isidoro, hijo del también cochero isleño Victorino Cabrera, nació el 2 de enero de 1880, de Teñidero a Chimborazo, en Candelaria. Al este del centro caraqueño.

Cuentan que al paso del carruaje de Isidoro se daba un curioso espectáculo de chispazos que soltaban los cascos de su caballería al contacto con las piedras de las principales calles. El resto de las vías capitalinas, a pesar del empeño en ser modernizadas, permanecían de tierra. Más tarde el pavimento tapó todo...

Isidoro, puntualmente estableció parada fija en la cuadra de Monjas a San Francisco, en la plaza Altagracia o cerca del Capitolio. Por su trato respetuoso lo llamaban por su nombre y apellido a diferencia de sus colegas Rabanito, Mascavidrio, Monseñor, Tántalo, Morrongo y El Elegante. 

Su puntualidad, la de Isidoro, lo llevó a relacionarse con el entonces presidente, general Ignacio Andrade --a la postre derrocado por Cipriano Castro--, quien decidió ayudarlo y le obsequió un moderno coche inglés marca Victoria. Fortuna esta que persiguió al bondadoso cochero, ya que unos años más tarde uno de sus clientes fijos era Don Julián Sabal, acaudalado y amante de la vida nocturna en la que Isidoro le sirvió fielmente, en una suerte de “coche lechuza”, como le decían a los cocheros trasnochadizos. Pues bien, en su lecho de muerte, el millonario escribió un curioso testamento en el que le dejaba “su ropa, zapatos y unos cuantos bolívares para que reformara su coche y renovara los caballos”; y en atención el célebre cochero enlutó su caballería para asistir elegantemente a las exequias del finado benefactor, como este hubiese querido.

Caracas se iba expandiendo y los servicios de transporte exigían crear nuevas rutas a las que siempre estuvo presto Isidoro. 

(Le echaste esa broma a Billos Frómeta porque “te fuiste lejos sin decir adiós”). La nueva bitácora llevaba pasajeros al novedoso hipódromo de El Paraíso, a su natal Candelaria, al Calvario y a otros sitios céntricos en pleno día. Y de noche sirvió como vehículo de serenateros y también de despechados, que viajaron en coche hasta que llegaron el tranvía, los carros y los buses...claro, sin la agradable compañía del sortario cochero.

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