Catia vieja y las costumbres rememoradas por Trinita
Preludio: “William Ascanio Noguera/ hombre de tuerca y tornillo/ no lo puedes saludar/ porque te pide un cuartillo…”. Se trata de algo con tradicional inocencia. Nada de politiquería barata ni de corrupción… Acaso una pequeña biografía –sin pretenderlo– morfológica, de génesis y de costumbres de Catia…¿Y Dónde quedaron las famosas rebatiñas?.
Luis Carlucho Martín
Así describía el viejo Luis Mariano Ascanio, sastre de oficio, a su hijo maraco, en son de chanza, aunque la cosa era en serio, porque los muchachos de mediados del siglo XX eran así, soñaban con tener una locha para correr a la pulpería más cercana a comprar sus más dulces anhelos, las chucherías de la época: papeloncitos, suspiros, melcochas, aliados y variadas conservas.
Eso de pedir a los mayores una locha (moneda de 12.5 céntimos de bolívar) o una puya (valga decir un centavo o 5 céntimos) no era mal visto. Por el contrario, era casi una tradición. Siempre que fuese en el marco del respeto, parte de un juego cuyo propósito era complacer un antojo infantil o acaso juvenil: comerse una chuchería y compartir en familia.
Por lo estricto de la formación hogareña, generalmente se le pedía la dádiva a un hermano mayor o a primos o tíos que viniesen llegando del trabajo. Ellos, a sabiendas de la petición que les esperaba en casa, llegaban preparados. Metían la mano en los hondos bolsillos de sus anchos pantalones de moda, tipo padrino, y sacaban un montón de lochas o a veces puyas, producto de un fuerte o cachete (cinco bolívares) que habían cambiado en sencillo (pichache) para lanzar al aire con el esperado grito de “rebatiña”…
Por el piso rodaban los deseos, los logros, los objetivos de aquella cándida chiquillería por más insignificante que pudiera ser el valor absoluto de cada cono monetario. Los mayores se cercioraban que alcanzara para todos y para todo. Felicidad.
Ese es uno de los pasajes que Trinita recordaba de sus días de niña en la 6ª Avenida, donde creció junto a sus primas y primos, los Sánchez y los Tovar, hijos de su adorada tía-madrina Josefa, hermana por parte de papá de Juancho, su hermano mayor por parte de mamá. Era él –hermano también de Domingo y Julia, cuya prima, Felicia, también brindaba alegría a la chiquillería– por su trabajo en la Creole y su buen sueldo, quien generalmente dibujaba sonrisas en los pequeños de la familia al protagonizar aquellas rebatiñas.
Aunque otro de sus hermanos, Edecio, ya empezaba a ganarse la vida como repartidor de varias empresas cercanas, y también lanzaba sus regalos al aire en forma de menudas monedas.
Catia en crecimiento
Cuando Luis Mariano y su mujer, mi yaya Lourdes, despertaban bien temprano a todos esos niños para que fueran a la escuelita cercana, donde impartía su estricta, pero a la vez dulce educación la maestra Bruzual, ya en el porche que antecedía al zaguán de su casa, reposaba esperando ser minuciosamente leído el periódico que Luisito Chávez repartía en su bicicleta. De igual manera, estaba una madrugadora botella de vidrio de leche Silsa, cuya fábrica quedaba exactamente a tres cuadras –donde aún continúa y acaba de ser repotenciada–. Y a eso de las 8:30 pasaba cada tres días el tintorero, a llevarse la ropa de faena o a entregarla según fuese el caso.
Corrían los días de fines de la década del 40. Quizás inicios de los 50. Catia, un paraíso habitacional por su envidiable clima, por su gente trabajadora, por sus fábricas emergentes como Chocolates La India en la calle Colombia, Textilera Gran Colombia en la calle Maury, y por la erección de concreto armado traducido –gracias al ingenio de arquitectos como Carlos Guinand y Carlos Raúl Villanueva, entre otros– en nuevas urbanizaciones como Propatria (1941), Las Lomas de Urdaneta (1946), Casalta, que era Francisco de Miranda, y Ciudad Tablitas que fue sustituida por la Simón Bolívar (1952), al igual que el complejo habitacional 2 de Diciembre ahora 23 de Enero. Tales condiciones abrieron puertas a la súper población y con ella al inicio del fin de tanta felicidad catiense.
Ellos, los Ascanio Noguera, vivían en la novísima urbanización que se erigía a lo alto del sector Urdaneta, en el bloque 7. Allí, el menor, William, el que pedía real y cuartillo, terminó de darle rienda suelta a su sana infancia, porque sus hermanos Juancho, Edecio y Trinita –Baudilia, Miguel y Fernando, aunque cercanos y con excelentes relaciones, se formaron en otros hogares– habían crecido en la 6ª Avenida de Catia, famosa zona urbanizada, ubicada entre Pérez Bonalde, la avenida España –ahora boulevard de Catia– y las nacientes Ciudad Tablitas, La Silsa, Casalta y Propatria.
Una metamorfosis que pudo haberse dado un poco antes, acaso a finales de los años 30, dado que fue en 1936 cuando –bajo el mando de Eleazar López Contreras, luego de dos proyectos fallidos– Catia adquirió autonomía parroquial bajo el nombre del Abel de América: Parroquia Sucre.
Al respecto, expone el cronista Guillermo Durand que “Catia es sinónimo y expresión de un modo de ser que identifica tanto a sus moradores como a la localidad que lleva este nombre, que es tan antiguo como el topónimo Caracas”.
Y sugiere que aún queda en el baúl de lo investigado, pero no descubierto, el origen del nombre Catia. Unos hablan de un cacique cuya existencia no tiene asidero histórico. Para algunos cronistas ese fue un seudónimo que el astuto Guaicaipuro usaba como treta para confundir a los españoles. Otros hablan de la quebrada Catia. Unas versiones indican que, desde antes de Caracas, Francisco Fajardo fundó Villa Catia, en mención a un término toromaima que usaban los indios de aquellas comarcas iniciales. Como sea, Catia es la zona asentada más al oeste de la capital, que venció y sigue venciendo adversidades desde antes de la batalla de Maracapana –por los lados de la desaparecida Laguna colindando con el actual Parque del Oeste– hasta esta batalla de hoy contra la dejadez, la anarquía, la inseguridad, la incapacidad política y otros males modernos.
Ojalá que la indolencia de los líderes con poder de mando, todos en general, se hubiese rendido ante ese noble pueblo, burlado por ofrecimientos incumplidos de servicios generales que garantizaban sus derechos básicos. No obstante –averigüe si lo duda, según dicen por allí–, el dueño del gentilicio más guerrero, creativo, formador, emprendedor, rumbero y feliz de toda la capital es el catiense, que sale a ganarse la vida sin pretender de politiqueros ni corruptos ninguna dádiva, mucho menos una rebatiña…
PD: Por esas cosas del destino y de la vida, que entrecruzan sentimientos, hoy Trinita cumpliría y William, su hermano menor, el protagonista de las rebatiñas, cumple 4 años de fallecido...
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El Pepazo