Brígido fue un “Chamo Candela”.

Fue un fenómeno dentro y fuera de las pistas. Como atleta, como entrenador, como trabajador, como padre de atletas, como figura pública, como solucionador de entuertos que otros generaban pero que él siempre resolvía. Y, quizás en uno de sus mejores roles, como amigo.

Brígido fue un “Chamo Candela”.
Brígido Iriarte es considerado el padre del atleitismo venezolano. Foto Cortesía
Brígido fue un “Chamo Candela”.
Brígido fue un “Chamo Candela”.
Brígido fue un “Chamo Candela”.

Luis Carlucho Martín

Como saldo de los torrenciales aguaceros, en aquella Caracas de los años 60, la pista de atletismo del estadio Nacional de El Paraíso se hacía un lodazal. Imposible para el uso de los atletas. Aquellos carriles perdían la delimitación porque se homogeneizaban en un denso mar achocolatado. No se podía entrenar, mucho menos competir…

Pero la inventiva, sagacidad, instinto y ganas de mejorar de Brígido se hacía presente. Sin necesidad de girar instrucciones, activaba al personal obrero a su cargo. Apenas con una mirada o una imperceptible señal, la eficaz estrategia, acaso ensayada previamente, se ponía en práctica. ¿Qué vaina es esa?, se preguntaba la gente. Con trozos de goma espuma toda la cuadrilla a su cargo –nómina de la Dirección de Instalaciones Deportivas del IND– absorbían los múltiples pozos creados por la lluvia. De manera coordinada iban achicando la feroz inundación. Pero faltaba secar totalmente la pista para demarcar los carriles y dar paso a los atletas.

Como de la nada aparecían varios galones de gasolina –abundante en esos días– y se esparcían, tramo a tramo, hasta cubrir los 400 metros del óvalo que en un santiamén ardía en candela, hasta lograr el secado total.

Así como lo lee. Don Brígido Iriarte, empírico pero efectivo en sus tácticas y estrategias.

Fue un fenómeno dentro y fuera de las pistas. Como atleta, como entrenador, como trabajador, como padre de atletas, como figura pública, como solucionador de entuertos que otros generaban pero que él siempre resolvía. Y, quizás en uno de sus mejores roles, como amigo.

Una vez seca la pista en su totalidad, marcaba los carriles y quedaba apta para la sagrada actividad del músculo.

Así lo relató, como si lo estuviera viviendo nuevamente, Franco “El Coqueto” Gil, fondista y posteriormente entrenador de beisbol menor, que en sus días de activo atestiguó esta y otras curiosas soluciones de Don Brígido.

Hay quienes aseguran que esa táctica fue copiada de varios entrenadores de caballos en el extinto hipódromo de El Paraíso. Pero aclara uno de sus hijos, Ramón Iriarte, multiatleta y futbolista de los mejores que ha parido el país: “Eso lo aprendió mi papá en uno de sus viajes a Estados Unidos, cuando fue a especializarse como coach deportivo. A esa acción, aquí le agregó sus instintos, y era infalible. Secar la pista con candela no era ninguna técnica sino una solución improvisada que él perfeccionó junto a su grupo de trabajo, porque siempre supo trabajar en equipo, fundamental para obtener el éxito, ganarse el respeto con trabajo y dejar sembrado su nombre tal como lo logró”, aseguró con visible añoranza.

Peligro. Gasolina. Fuego. Jamás hubo accidentes que lamentar. Siempre triunfó el ímpetu y las ganas de hacer bien las cosas para que jamás se detuviera el atletismo, una de las máximas pasiones de esta polivalente figura que además destacó en beisbol clase A con los equipos El Trébol, Buses de El Valle y el popular Urbanos; y también en su prolija carrera como futbolista de primera división con las oncenas Fomento, Taurino y el histórico San Bernardino.

Retirado como atleta y como entrenador, Iriarte, singularmente destacó como jefe de instalaciones deportivas. Conocía cada centímetro y cada rincón del Estadio Nacional porque, literalmente, por más de 20 años vivió en sus entrañas, junto a su esposa Doña Aída Navarro y sus hijos Alicia (+), Romelia, Ramón, Rafael “Fito” y Daniel. –De allí se mudaron a un apartamento que le entregó en comodato el gobierno de CAP, pero con sus prestaciones sociales, Brígido adquirió el inmueble ubicado en Coche–. Luego de su remodelación y reinauguración en el marco de los Juegos Panamericanos Caracas 83, merecidamente, el coso deportivo empezó a llevar su nombre: Estadio Nacional “Brígido Iriarte”.

Su rollo de pabilo

Al truco de la gasolina y la candela para secar la pista y lograr su activación, Brígido agregó otras estrategias que desde su inventiva se volvieron práctica obligatoria, y desde sus acciones sembró canchas múltiples en toda la geografía, especialmente en Caracas y sus zonas populares.

Relata Frank Rodríguez, “Mr McGiver”, aprendiz de Iriarte, que lo de Brígido era digno de admirar, porque destacó como entrenador y, sobre todo, como líder en mantenimiento de instalaciones deportivas, área en la que se especializó desde lo empírico, a tal punto que los propios ingenieros civiles, jefes de proyectos, topógrafos y otros profesionales y técnicos del área, se asesoraban con sus sugerencias.

Asevera que encabezaba con trabajo y acciones los grupos encargados del mantenimiento. Se subía a las torres de iluminación para enseñar, directamente, lo referente a esa área. Por eso fue un líder natural más que un jefe.

“Andaba con un rollo de pabilo en el bolsillo. Con eso resolvía lo que hiciera falta. La pauta de trabajo era trazar canchas multiuso. Y como por obra de magia entraba en juego su pabilo previamente impregnado en tiza. Con unos pequeños nudos marcados estratégicamente en diversos colores, él dibujaba en el piso la maqueta de las canchas: 18 metros de largo, 5 cms de ancho cada línea y el arte brotaba cuando marcaba la bombilla y el círculo central. Clavaba una punta del pabilo. Se guiaba por uno de esos nuditos mágicos y marcaba una circunferencia como si fuera con un compás. Los pabilos de las líneas rectas eran sacudidos y aparecía el rectángulo para el multiuso. El equipo se encargaba de pintar y en cuatro horas estaba terminada la tarea. Así llenó de canchas el país”, relata visiblemente emocionado Rodríguez, quien en confianza y ante la similitud con el personaje de una famosa película venezolana, apodaba “Simplicio” al gran Brígido.

Al ojo por ciento...

Dicen que, en unos juegos nacionales, los de Táchira, asegura Frank; los de Coro, Falcón, asevera el periodista deportivo, Pedro Ramírez Manzo. Como sea, el cuento estriba en la habilidad de Brígido para detectar fallas y corregirlas. A sus innegables habilidades se sumaba la confianza que le brindaban las autoridades deportivas de entonces.

La narrativa de todo quien conoció a Brígido, gira en torno a que los ingenieros, extranjeros en su mayoría, muchos de ellos franceses, no comprendían algo –producto de sus errores– con respecto a las medidas en la pista de atletismo, donde 12 horas más tarde sería la inauguración del evento.

Fue llamado de emergencia Don Brígido. Su tarea era darle vida y mantener las instalaciones. Más si eran de atletismo.

“Allá, en aquella curva, cerca de la fosa de los obstáculos, hay un peralte invertido que se debe corregir”, aseguran que dictaminó Brígido a las autoridades, señalando el sitio exacto del fallo. Su inspección había sido al ojo por ciento. Los contratistas, encargados de la obra, se mostraron incrédulos ante el improvisado diagnóstico. Él, seguro de su apreciación mandó a recalcular distancias, grados de inclinación y otros parámetros específicos. El teodolito y otros instrumentos de medición le dieron la razón.

Dueño de aquella verdad, pidió un tractor, algunas herramientas específicas y un pipote lleno de cervezas y algo de ron, bajo la promesa de que culminaría los correctivos de la obra que estaría lista a tiempo para la inauguración pautada para esa noche a las 7.

Lo de la solicitud de la espirituosa hidratación fue mal visto y refutado. Pero era el estímulo, una especie de combustible, para su valioso equipo de obreros. Entonces, con infaltable humor criollo, sabiamente argumentó en defensa de su petición: “Los franceses sí pudieron tomar vino y champagne mientras trabajaban, y mira lo que hicieron. ¿Entonces, por qué no tenemos el mismo derecho a refrescarnos mientras reparamos sus errores? ...”

Aquel inesperado e inédito “spirit drink moment”, con ininterrumpido, denodado y acertado trabajo, rindió frutos y se logró el objetivo. Los juegos se inauguraron, según lo pautado, gracias a Brígido y su equipo. Con un par de horas de antelación entregaron la obra. Así era este predestinado del deporte mundial.

No pocas veces su improvisada entrega burló –sin pretenderlo–, preceptos de la ingeniería, la arquitectura y otras ciencias y artes académicas aplicadas al deporte.

Su Willys azul...

Previo a los juegos Panamericanos Caracas 83, una cuadrilla de ingenieros estaba en una diatriba para sustituir un arco de fútbol en Vista Alegre por la urgencia de remodelar la cancha que serviría de entrenamiento para varias delegaciones invitadas. Ante las dudas e inacción el asertivo ímpetu de Brígido entró en escena…

“Yo tengo la solución”. Se apresuró hacia el jeep Willys modelo 46 que el IND le había asignado. Y con excepcional cuidado, para no afectar la pintura azul celeste que identificaba las unidades oficiales del deporte, decididamente aceleró y atinó contra el arco que con la colisión salió de raíz. Resolvió las burocráticas indecisiones de los profesionales quienes, sin agradecer, quizás por la inobjetable ridiculización a la que fueron expuestos, pudieron culminar el trabajo.

Sicología de calle

Su largo y prolijo transitar como atleta –miembro del equipo olímpico en el que Asnoldo Devonish ganó la primera medalla para el país en Helsinki 1952; además de destacadas actuaciones en el resto de varios ciclos olímpicos– y luego como coach, le despertaron conocimientos a partir del instinto. Sicológicamente estudiaba a los atletas rivales –amigos fuera de competencia–. Intuitivamente detectaba sus puntos débiles, se los comunicaba a sus entrenados y así logró buenos resultados.

Se sabe que su hijo y pupilo Ramón, desde juvenil, empezó a ganarle a los adultos, inclusive a los máximos de aquella pléyade de estrellas considerados los súper dotados del atletismo criollo. Brígido, como entrenador, los conocía a toditos. Sabía fortalezas y debilidades de los contrincantes y sicológicamente casi siempre los arropó.

Refrescante tour...

El nacido en Naiguatá, el 10 de junio de 1922, iniciado en el atletismo –ya jugaba pelota y fútbol– en Táchira durante su servicio militar, y perfeccionado en Caracas y en las filas de la selección nacional, ganó el Premio YMCA –creado por el profesor Hernán Romero– en su primera edición en 1954, luego fue elevado al templo de los inmortales del deporte nacional en 1971 e ingresado al Salón de la Fama del Atletismo en 2009.

En su bohemia –normal de un tipo que, sin perder jamás los estribos, hacía vida social al culminar el horario laboral– tenía un sagrado tour por tres templos especiales para él y su grupo. Eran refrescantes expendios ubicados en las adyacencias de su bunker laboral… “Por si acaso sale una urgencia”.

Cuentan que un día accedieron a la petición de brindis por parte de una damisela, quien en rauda exigencia aseguró que ella solo bebía champagne.

…“¿Quéeee? !Champaña! Mija, tú nunca has tomado esa vaina. Ni siquiera en tus 15 años…”, le respondió en medio de estruendosas carcajadas Don Brígido, con lo que evadió a la atrevida cantinera que vio frustrado su intento de fichar.

Los Platters y Daniel Santos

Con la sapiencia que da la universidad de la vida y su AND cargado de multidiversidad venezolana fue un atraído por los boleros y las guarachas de la época que devoraba en cuanta rockola se le atravesara. Con su típico flux blanco se creía John Travolta. Los Platters con su Only You (Solo tú) y The Great Pretender (El Gran Pretendiente) fueron parte de su delirio musical. Y entre los latinos, fue un loco fanático del Inquieto Anacobero, Daniel Santos…, del lema: “recordar es vivir” y amante acérrimo del Magallanes. Solía arriesgarse en el azar porque dominaba el arte del seductor juego de cartas: Truco, ajilei y lo que sea.

Un día, en el marco de unas competencias en Tucupita, en horas de descanso, fue retado por su compañero de concentración, campeón del Cinturón de Diamante, Fidel Odremán. “Fidel, no tengo dinero… Yo te presto”, le respondió el pugilista. En dos por tres Brígido estaba ganando a todos en la mesa. Pagó los 100 que le habían prestado. Pretendió retirarse, pero los adversarios buscaban desquite. Error. Los ruchó a todos. Incluso se ganó una cadena de oro, de esas que llaman guaya, que aceptó subvaluada a manera de pago. Aseguran que, incluso, era más habilidoso que el mismísimo cumanés, el famoso Félix Vargas.

Arrocero sin igual

En eso de riesgos, en la actualidad ocuparía muchos espacios como influencer, porque retaría a los nuevos gurús de la alimentación. Se moriría de la risa ante las nuevas teorías contra el gluten, el azúcar, el arroz, el café…

Brígido, empedernido tomador de café, tal como lo acostumbró su esposa, fue un vicioso del arroz. Él solo, sin ningún tipo de ayuda, se sentaba a ver televisión y –literalmente– devoraba una olla completa de arroz. Así de sencillo. Y miren todo lo que rindió y todo lo que logró por y para el país deportivo.

Su combustible era el café. En una escala en Alaska, vía Japón, ante las infrahumanas bajas temperaturas pidió urgentemente un café. Aunque lo vio expeler humo lo percibió frío y se lo tomó de sopetón. Con su fama de dormilón, apenas prosiguió vuelo, cayó rendido hasta que el compañero de viaje lo despertó al percatarse de la hinchazón que presentaba en sus labios. Se había quemado con aquel café hirviendo que, debido a la sensación térmica, había percibido helado… así se enteró de que el frío también quema.

Catolicismo a su estilo

Con respecto a su fe católica, la profesaba como muchos, sin tanto apego, más allá del típico “en nombre de Dios”, previo a emprender cualquier acción.

No obstante, estuvo signado por dos innegables huellas de la vida clerical que lo aproximaron a planos superiores del catolicismo criollo: En primer lugar, su hijo Ramón fue monaguillo. Y lo otro, es que se hizo tan amigo de un cura mundano que se volvieron compañeros de copas y parrandas en El Apolo y varios confesionarios etílicos de La Paz, según reconoció –muy en privado, pero se enteró la prensa– el propio sacerdote, luego de oficiar un responso por el alma de Don Brígido.

Ocurrente, dicharachero, caballero, compañero, improvisador, resoluto y excesivamente colaborador. Así fue el hombre que, literalmente, a punta de fuego, con su candela, encendió la chispa del atletismo y del deporte nacional, y eso, indeleblemente, es parte de nuestra historia que hoy relatamos autorizados por su familia y allegados.

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