El Laberinto geopolítico de “El Felon

“Las mentiras tienen piernas cortas, pero sombra larga.” ANACLETO

El Laberinto geopolítico de “El Felon

Luis Semprún Jurado

El Bohemio había despertado con ese humor de cantina vieja: olor a café quemado, la máquina italiana tosiendo vapor y una nube de cigarrillos que parecía niebla. Anacleto, estaba sentado a mi lado, ensimismado leyendo unos papeles que había sacado del portafolio. El murmullo del café era el preludio; la conversación, la tormenta por venir. El primero en hablar fue el pichón de periodista, ansioso como siempre: «¿Maestro Anacleto, trae buenas o malas noticias?» Anacleto acomodó su cigarrillo sobre el borde del pocillo, gesto que siempre anunciaba que venía sentencia. «Mire usted, camarita» dijo Anacleto mientras desdoblaba su pañuelo a cuadros como si fuera el mapa de una guerra olvidada, «Washington anda brincando entre torpeza y crueldad como un acróbata borracho sobre una cuerda floja. Y abajo no hay red, ¿sabe qué hay? Pueblos enteros cansados del circo imperial. Y Venezuela, sí, esa misma que ellos creen que cabe en la gaveta de un buró del Departamento de Estado, vuelve a ser el blanco de sanciones, narrativas ideadas por publicistas con mal café y bravuconadas que ni Montesquieu habría imaginado en sus advertencias contra el despotismo.» La profesora, que ya tenía una ceja levantada desde antes de que él terminara la frase, intervino: «Ese acróbata borracho, ¿no será el mismo
que dice que él es “el presidente de la paz”?» Anacleto sonrió sin mirarla: «El mismo. El que vive en guerra con su sombra. El que dice que le robaron un Nobel, como si la gloria fuera un cupón canjeable, para entregárselo a “una guerrerista”. El que prometió apagar los fuegos de Gaza y Ucrania… pero en lugar de eso anda repartiendo yesqueros.» El comerciante, contando billetes doblados dentro de un libro de contabilidad: «Pero si él siempre fue así. Todo lo resuelve gritando.» «Es que necesita enemigos», siguió Anacleto. «Galeano decía que el poder desnuda. Y vaya que este desnudo es grotesco. Su popularidad está en caída libre, incluso las encuestas de su adorado New York Times y muchos senadores de su partido» El boticario, ingenuo como siempre: «¿Y eso que
tiene que ver con nosotros?» «Porque Venezuela es su espejo perfecto», respondió Anacleto. «Un país con petróleo, desobediente y que no se deja. Y el felon convicted necesita sentirse grande. Porque, en este momento, al imperio lo gobierna un hombre que insiste en llamarse “presidente de la paz”, aunque vive en guerra con su sombra.» Hizo una pausa y continuó: «El que juró resolver la inmigración, pero en cada sitio donde sus
agentes del ICE ponen un pie crecen abusos, disturbios y denuncias como hongos después de la lluvia.» El viejo periodista, siempre encorvado sobre su taza como si buscara respuestas en el fondo del café, levantó la voz…: «Siendo él nieto de migrantes ilegales, casado dos veces con mujeres migrantes… ¿por qué no predica con el ejemplo y deporta a su propia familia? Digo yo…, por coherencia.» Y Anacleto, con el dedo en alto, ironizó: «Pero esa coherencia no vive en el Laberinto del felon convicted, porque allí lo que reina es la ficción. No la buena, no la de Dumas con sus mosqueteros enfrentando al cardenal, sino la de un narrador torpe que se inventa enemigos para justificar sus propias carencias. Decía Galeano que “el poder no es que corrompa: desnuda”. Y vaya que este desnudo es grotesco. Las encuestas, esas que él mismo citaba cuando le favorecían, lo ubican por debajo del 30%, incluso según su adorado New York Times. Pero aun así necesita un enemigo, un espejo que lo devuelva inflado de importancia. Y Venezuela, con su petróleo, con su desobediencia, con su persistencia, es el espejo perfecto.» El coronel retirado, que escuchaba con los brazos cruzados, golpeó la mesa con los nudillos: «A ver, Anacleto, explique otra vez lo de esos tres escenarios.» «Panamá, Somalia y Líbano… ¿Sabe, camarita, por qué siempre los traigo a colación?», dijo Anacleto, como quien enumera viejas cicatrices. «Panamá: “operación quirúrgica” que terminó masacrando barrios como El Chorrillo; Somalia: músculo militar sin cerebro político, la caída del Black Hawk, helicópteros en llamas: Dijeron “restaurar el orden” y dejaron el país más fracturado; Líbano: promesas de estabilidad convertidas en cenizas; hablaron de “estabilidad” y lo que enviaron fue fuego y metal. Ahí aprendimos que cuando EEUU dice “ayuda humanitaria”, hay que revisar el cielo por si ya vienen los bombarderos.» La estudiante de sociología levantó la mano como si estuviera en clase: «¿Y Venezuela?»
«Ah, Venezuela…», murmuró Anacleto, como si hablara con un fantasma. «Venezuela es la joya continental. Como dijo García Márquez: “el mundo fue dividido para que unos pocos decidan quién merece vivir”. Y el felon convicted decidió que Venezuela no merece respirar sin su permiso.» El viejo periodista, siempre encorvado sobre su taza, preguntó: «¿Y ese cuento del espacio aéreo cerrado?» «El espacio aéreo venezolano está
cerrado… según él» se rió Anacleto. «¡Según él! Nietzsche dijo una vez que “la locura en los individuos es rara; en los grupos, en los Estados, es la regla”. Y aquí la regla es que un hombre quiere gobernar hasta las nubes. Pero nadie lanza un ataque sorpresa anunciándolo en redes. Eso lo sabe hasta un cadete de primer año. Esto es guerra psicológica, pura y dura, como la que aplicaron en Panamá antes del operativo, en Somalia antes del Black Hawk derribado, en Líbano antes de la retirada vergonzosa. El ruido sirve para crear caos, el caos crea obediencia, y la obediencia crea encuestas.»
El New York Times advertía que Trump había anunciado: el “espacio aéreo venezolano está cerrado”. Como si fuera suyo; como si Bolívar no hubiera atravesado este continente a caballo para evitar precisamente que un extranjero viniera a dictarnos el clima. Y EEUU lo sabe; Maracaibo también. El boticario siempre ingenuo, pregunto: «Pero si anuncia el ataque por redes, ¿no se supone…?» «¡Nadie anuncia un ataque sorpresa!», bramó Anacleto. «Esto es guerra psicológica. Puro ruido. Como en Panamá antes del operativo, como en Somalia antes del desastre, como en Líbano antes de la retirada bochornosa. El ruido crea caos, el caos crea obediencia, y la obediencia crea encuestas.» El pichón de periodista insistió: «¿Entonces nos hacen daño o no?» «Nos hacen un favor», respondió Anacleto. «¿Un favor?» Preguntó el pichón de periodista, todavía ansioso por parecer un
reportero de verdad. Anacleto aclaró: «Sí. Cada amenaza nos une más. Es judo político: usar su impulso contra ellos.» El coronel retirado añadió: «Bolívar lo dijo: Los Estados Unidos parecen destinados…» «A plagar de miseria a América en nombre de la libertad», completó Anacleto. «De hecho» La profesora, que jamás perdía la oportunidad de dictar micro lecciones de historia, aun entre sorbos de café amargo, soltó una carcajada…,
«mientras más grita Trump, más evidente queda su intención. Si fuera un ataque contra el narcotráfico, no habría indultado a Juan Orlando Hernández, un individuo condenado por narcotráfico. Si realmente les importara el pueblo venezolano, no atacarían instalaciones petroleras, que son pan, salario y futuro para millones. El coronel retirado, cuya mera presencia olía a pólvora vieja y disciplina, golpeó la mesa con los nudillos… «Pero no. Lo
de ellos es petróleo. Repito: Lo dijo Bolívar con precisión quirúrgica: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar de miseria a la América en nombre de la libertad.”» Cuando se escucharon los primeros “informantes” radiales diciendo que un ataque era inminente, Anacleto encendió un cigarrillo y murmuró: «No son informantes. Son eco, eco bien pagado. Siete mil dólares por publicación, me dicen.» El boticario
insistió: «Pero… los informantes dijeron que el ataque era hoy.» «¿Quiénes?» Anacleto soltó una de sus carcajadas, «¿Informantes? ¡Eco pagado! Repito: Siete mil dólares por publicación. La histeria vende. La verdad no.» La profesora: «Igualito que Somalia. Mucho titular, poca estrategia». El boticario, siempre ingenuo, asomó la cabeza desde la mesa contigua, con la inocencia de quien todavía cree en titulares. Los medios de siempre se
lanzaron como hienas a la carroña de un titular sensacionalista. Anacleto rió con sarcasmo diciendo: «Y así como en Somalia, donde las cámaras hablaban de “intervención quirúrgica” y terminó siendo desastre, aquí también construyen ficción con patas cortas.»

A la hora de escribir esto, el día ya pasó y el ataque no llegó. El sindicalista arrastró la silla hacia el centro y bramó: «Todo esto huele a campaña electoral.» «Exactamente», respondió Anacleto. «Inflación, migración, guerras ajenas… el felon convicted necesita un enemigo externo para sentirse poderoso.» El comerciante, sin
mirar, comentó: «Esto no tiene nada que ver con Venezuela.» «Ni con la libertad, ni con derechos humanos, ni con narcotráfico», dijo Anacleto. «El New York Times, que ellos juran odiar pero leen religiosamente, reconoce que Venezuela no es un actor relevante en el narcotráfico estadounidense. Tratan de disfrazar su política interna de geopolítica, porque lo que vive Washington no es geopolítica: es campaña electoral. Es teatro para
convencer a un público cansado, empobrecido por una inflación que no logran controlar, preocupado por una crisis migratoria que no saben gestionar y dividido por guerras que nadie pidió.» La profesora con tono firme comentó: «Están asustados porque temen perder las elecciones de medio término, lo que significaría que los demócratas sacarían al “felon convicted” de la presidencia. No tiene nada que ver con drogas, democracia,
derechos humanos, ni nada parecido.» Lo que aprovechó Anacleto para rematar: «El felon convicted necesita demostrar fuerza, aunque sea ficticia. De ahí las frases incendiarias, las advertencias, los ultimátum. Pero cuando alguien gobierna para su propio ego, los pueblos se convierten en utilería. Montesquieu advertía que “el tirano siempre encuentra un pretexto para su tiranía”. Y el pretexto de hoy es Venezuela.» El viejo periodista agregó a modo de apoyo a lo dicho por Anacleto: «Sería una gran torpeza estratégica atacar las instalaciones petroleras, atacar unidades militares, atacar barcos, atacar lo que creen sea lo que justificaría después un acceso más directo al petróleo venezolano, porque, como recordó Anacleto, atacar instalaciones petroleras no daña a un
gobierno: daña a un pueblo entero. Y eso hace que se una.» Y en eso, el boticario asombró a todos al citar al recordado Chávez citando a Bolívar: “Maldito sea el soldado que apunte su arma contra su pueblo.” «Atacar a Venezuela,» dijo Anacleto, «sería exactamente eso: apuntar armas contra un pueblo entero por las angustias electorales de un hombre.» La estudiante de sociología, dejó su mutismo y dijo: «Y mientras tanto, la
región y el mundo observan, República Dominicana se inquieta, Colombia está en el radar, Panamá recuerda su historia, Nicaragua y Cuba analizan… porque El Caribe sabe que un conflicto regional no sería una operación “quirúrgica”. Y Líbano, Somalia y Panamá enseñan que los imperios nunca calculan bien el costo humano hasta que es demasiado tarde. América Latina ha cambiado. Ya no es 1989. No es 1993. No es 1982.
Ahora hay cámaras, redes, memoria, conciencia. Y como diría García Márquez: “Ya no somos los mismos ni habitamos el mismo tiempo.”» Anacleto sonrió al escucharla, a manera de apoyo. Y al final, entre el aroma del café y el murmullo de la calle, dijo: «Las guerras no las ganan los bravucones. Ni los matones. Las guerras, camaritas, las ganan los que resisten con dignidad. Y Venezuela, como dijo Galeano, “sigue parida de sí
misma”, una y otra vez, aunque la quieran enterrar. Si el imperio ataca, perderá. Y si no ataca, también. Porque cada día sin ataque es una derrota de su narrativa. Y cada día con amenazas es un recordatorio de que su poder ya no es absoluto.»

Escenarios Panamá–Somalia–Líbano - Panamá fue la caricatura sangrienta de una operación “quirúrgica” que terminó arrasando barriadas enteras, como El Chorrillo, para capturar a un solo hombre. Somalia fue la prueba de que, sin comprensión política, el músculo militar es un boomerang: se lanzó para “estabilizar” y volvió con helicópteros en llamas. Líbano reveló que el costo humano del intervencionismo es siempre mayor que la narrativa oficial. En los tres casos, Washington fabricó consensos con propaganda, prometió precisión y terminó en caos. Venezuela observa esos precedentes con atención: cada amenaza de Trump carece de credibilidad estratégica porque los imperios que fracasan en escenarios de menor complejidad no pueden improvisar victorias en territorios más densos, cohesionados y políticamente conscientes. La historia, pues, es advertencia.
Guerra psicológica y manejo del miedo - La guerra psicológica busca erosionar la moral, crear confusión y sembrar división interna. El presunto cierre del “espacio aéreo”, los rumores de ataques, los informantes alarmistas y los titulares intencionalmente ambiguos son parte de un mismo libreto. Sin embargo, Venezuela ha aprendido a usar ese miedo contra el agresor: cada amenaza unifica más, cada falsedad derrumba la
credibilidad de quienes la difunden, cada exageración exhibe la verdadera intención detrás del discurso. Como en judo, la fuerza del atacante se convierte en impulso propio.

Esto explica por qué el impacto real de las amenazas es contrario al esperado: donde Washington buscaba debilitar, fortalece; donde quería dividir, une; donde pretendía controlar la narrativa, aparece como actor desesperado.
El petróleo, la política interna y la crisis moral estadounidense - La estrategia hacia Venezuela no responde a coherencia geopolítica sino a necesidades de política interna. Con inflación persistente, crisis migratoria mal gestionada y apoyo decaído, el felon convicted busca un enemigo externo para demostrar control. Las acusaciones de narcotráfico contra Venezuela se contradicen con el indulto de un ex presidente convicto
por ese mismo delito. La insistencia en atacar instalaciones petroleras revela motivaciones económicas, no éticas. El New York Times reconoce que Venezuela no es un actor relevante en el narcotráfico hacia Estados Unidos. La narrativa, pues, no se sostiene en datos, sino en ansiedad electoral. Pero América Latina ya no es territorio
dócil: cada país evalúa el costo de convertirse en plataforma 

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