La Llamada
“Cuando la verdad no alcanza para asustar, inventan fantasmas.” ANACLETO
Luis Semprún Jurado
El Bohemio olía a humedad y a duda esa mañana. No era el olor usual a café y discusión, sino a algo más pesado, como si la lluvia hubiera lavado la calle pero hubiera dejado atrás el lodo de los rumores. En la mesa del fondo, el boticario meneaba el celular con ese pánico digital que lo caracteriza. «¡Lo dicen todos!», mascullaba, «que le dieron plazo, que se va…», mientras la estudiante de sociología se sentaba y echaba el morral al piso con un suspiro. La profesora lo miró por encima de los lentes, con esa paciencia fatigada de quien ha corregido demasiados exámenes. «¿Todos quiénes, don José? ¿Los mismos ‘todos’ que les vendieron el cuento de la invasión el mes pasado?» Anacleto, sentado a mi lado, con los lentes jineteando su nariz, había estado observando el lento girar del ventilador como si descifrara un código en sus aspas De repente bajó la mirada. «El problema», dijo, y su voz llegó baja pero clara, cortando el murmullo, «no es la mentira. El problema es la necesidad de creerla.» sorbió su café, alzó una ceja, levantó la cabeza y soltó: «Hoy les traigo el cadáver fresco del día: la llamada entre Maduro y el del peinado vertical.» El pichón de periodista interrumpió: «¿La llamada en la que dicen que Trump amenazó y Maduro pidió cacao?... ¿Entonces la llamada es falsa?» «No», corrigió Anacleto, con una suavidad casi didáctica. «Cuando el teléfono sonó en Miraflores, no era un ultimátum. Era el sonido de un muro que empezaba a agrietarse. La llamada es lo único real en este circo de sombras. El ‘felon convicted’, el convicto anaranjado del norte, llamó a Miraflores. Él marcó el número. No un subalterno, no un enviado. Él. Y según quien contestó, la conversación fue ‘cordial y respetuosa’.» Hizo una pausa, dejando que la frase se asentara entre los pocillos y las miradas. «Pero los chismosos y embusteros necesitan que Maduro huya, que suplique, que tiemble, porque si no… la única opción que les queda es sentarse a hablar. Para un imperio, sentarse a la mesa con quien dijo que iba a derrocar es como confesar, delante de todo el barrio, que la paliza no va a venir.» Repitió las palabras despacio, como saboreando cada sílaba. «¿Se imaginan? Cordial. Después de años de llamarlo narco, tirano, diablo; después de estrangular económicamente a su pueblo. Cordial. Esa palabra es más explosiva que cualquier bomba que pudieran anunciar en un tuit.» soltó una carcajada seca y siguió: «¡Eso! Los “y que”… los cuentos para redes. Que si “se va hoy”, que si “mañana”, que si “lo regañaron”, que si “lo mandaron a empacar”. Y los influencerólogos, tiktókeres sabelotodo, opinadores de micrófono barato… escupiendo versiones como si la política internacional fuera un chisme de ascendencia dudosa.» La profesora enderezó el cuello. «Pero, Anacleto, ¿hubo amenaza o no?» Anacleto la miró con cariño y respeto y respondió: «Profesora, por favor… ¿usted se imagina a Maduro pidiéndole permiso a Trump para seguir respirando? Ni en una novela mediocre. Después de 26 años de confrontación, inventada y cultivada por los mismos que hoy dicen tener “fuentes confidenciales”, ¿usted cree que Maduro va a doblegarse porque un presidente con 34 condenas a cuestas le diga “vete”?» El boticario levantó la mano: «Pero dicen que fue fuerte la conversación…» Anacleto, con la paciencia de Job, miró al boticario y comentó: «Puede ser que el tono subiera, camarita, pero si algo sé de Nicolás es que no aguanta faltas de respeto. Si Trump se puso a gritar o grosero, Maduro lo habrá frenado como canciller viejo: “compadre, bájele dos”. Pero esa película donde uno manda y el otro se arrodilla… eso sí es ficción de bajo presupuesto.» El coronel retirado golpeó la mesa con los nudillos: «Lo único comprobado es que hubo la llamada. ¿Es así?» «Exacto, coronel.» dijo Anacleto. «Y eso lo sabemos porque el propio Maduro lo dijo el 3 de diciembre: llamada cordial, respetuosa, iniciada desde la Casa Blanca. Y que no daría detalles porque la diplomacia no se grita, se cocina en silencio. Trump, desde su avión, dijo lo suyo: “conversé, no voy a decir más nada”. Punto.» La estudiante abrió los ojos: «Entonces, ¿todo lo de las “48 horas” es invento?» «Invento y barato» dijo Anacleto «Los que se alimentan de rumores necesitan adrenalina. Pero lo que pasó de verdad fue otra cosa: Washington pidió reanudar vuelos de retorno y Venezuela dijo que sí. Y eso no lo hace un país que no tiene comunicación. Algo se abrió.» y dejando caer las palabras como dados cargados, soltó: «Un avión gringo, con ciudadanos venezolanos, aterrizó en Maiquetía con el permiso de Caracas. Le dieron permiso para volar. No es caridad. Galeano, que sabía de dignidad más que todos los think tanks de Washington juntos, escribió que la solidaridad es horizontal e implica respeto. ¿Ven? Hasta en el gesto más burocrático, se cuela la geometría del poder que está cambiando. Eso no es una concesión; es una transacción. La moneda no es el dólar, es el reconocimiento. ‘Yo te dejo hacer esto que necesitas, y tú bajas el tono de tus amenazas’. Es el lenguaje más antiguo del mundo: el del vecino que, después de años de pelear por la cerca, pide una taza de azúcar.» La profesora sonrió, con una sonrisa que no era de triunfo, sino de amarga lucidez. «El mundo ha cambiado. Ahora hasta los matones tienen que negociar con los fantasmas que ellos mismos crearon. A Trump lo vimos con el príncipe saudí, con el sirio Ahmed Husseín al-Charaa, también conocido por su nombre de guerra Abu Mohamed al-Golani, el de la recompensa por su cabeza por decapitar soldados estadounidenses… Hasta los monstruos tienen derecho a alfombra roja en la Casa Blanca, si el interés lo dicta. Ah… y se indulta a narcotraficantes confesos y convictos, como Juan Orlando Hernández, a pesar de gritar que su lucha es por “acabar con la amenaza a su pueblo que representan las drogas”.» «Exacto», dijo Anacleto. «Y ahí está el meollo. La llamada no es sobre Maduro. Es sobre el agotamiento de un guión. El guión decía: sanciones, aislamiento, golpe, colapso. Pero el colapso no llegó. Llegó, en cambio, una resistencia apoyada por otras potencias. Llegaron barcos rusos en el horizonte y tecnología china en los puertos. Y llegó, lo más importante, el rechazo de su propio pueblo a otra guerra sin sentido.» Apretó el cigarrillo y continuó. «El “felon convicted” no llamó por generosidad. Llamó porque se quedó sin escena siguiente. Porque detrás del personaje del hombre fuerte, hay un cálculo frío: Venezuela sería su Somalia caribeña y en año electoral, nadie quiere que le derriben un ‘Black Hawk’ en Maracaibo.» El pichón de periodista inquirió frenético. «¿Y las lanchas, Anacleto? ¿Y la comisión que iban a crear para investigar eso?» «Ah… ahí tocaste hueso» dijo el viejo. «Eso sí es delicado. La Asamblea lo iba a tratar… y la pararon. Ahora, ¿si lo llamaron para mencionar ese tema? Puede ser. Pero es especulación. Nadie sabe lo que se dijo en esa llamada. Nadie.» El coronel retirado murmuró: «Hay demasiada especulación. No hay a quién creerle.» «Sí» dijo Anacleto. «Cada quien inventa su cuento. Pero la realidad es que esta llamada abre una puerta, y no por simpatía, sino por intereses. Estados Unidos no se mueve por cariño. Y Venezuela tampoco. Pero cuando dos Estados pelean, siempre terminan sentándose. A veces encima de una montaña de ruinas… pero se sientan.» La profesora, levanta la mano como en clases, e interviene: «¿Y qué hay de los apoyos internacionales, Anacleto? Tú siempre mencionas Rusia, China…» «Y lo hago de nuevo» responde Anacleto «No es lo mismo hablar con un país solo que hablar con un país rodeado de aliados militares que pesan. Eso cambia el tono… lo llaman “disuasión”. Rusia, China, Irán, incluso Corea del Norte… y en este hemisferio, Colombia y Brasil moviendo sus fichas. No se trata de invocarlos; se trata de que están allí.» «Entonces… ¿es el fin de las amenazas?», preguntó la estudiante de sociología, con una esperanza que sonaba joven y frágil. Anacleto exhaló el humo lentamente, dibujando grises espirales en el aire quieto. «No. Es el principio de algo más complejo: la negociación desde la disuasión. No es paz. Es un alto el fuego tácito, comprado con monedas de soberanía y realpolitik. Es el mundo que viene: donde los imperios, antes de invadir, tienen que hacer cola para pedir permiso. No olviden que Sun Tzu afirmaba que ‘la suprema excelencia de la guerra consiste en someter al enemigo sin luchar’.» La estudiante de sociología agregó: Entonces… ¿qué significa esta llamada para Venezuela?» Anacleto la miró como quien da un diagnóstico: «Significa que todavía hay tiempo para conversar antes de llegar al abismo. Porque si se llega al abismo… la conversación vendrá después, sí…, pero encima de una pila de muertos. Eso lo dijo un europeo aquí mismo, hace años. Y tenía razón.» El coronel se cruza de brazos: «Pero hay quienes creen que una intervención resolvería todo.» «Ah, coronel… » Anacleto suspiró. «La gente que cree eso no sabe lo que es un territorio quebrado. No entienden que una intervención no arregla nada, solo destruye. Ni Panamá quedó bien, ni Irak quedó bien, ni Libia quedó bien, como lo documentan reportes del Congressional Research Service. A Venezuela la pulverizaría. Y el problema para Estados Unidos no sería entrar… sería salir.» La profesora tomó su café: «¿Y qué hacemos entonces?» Anacleto sonrió al responder: «Impulsar paz. No como resignación, sino como estrategia. El 70% de los estadounidenses rechaza un ataque militar, de acuerdo con encuestas de Pew Research publicadas este año”; agrupaciones protestarán el 6 de diciembre; y la discusión en el Senado quedó 51-49. No hay consenso ni para una aventura pequeña.» El pichón de periodista levantó la cabeza: «Y todo ese cuento de que Venezuela es centro de drogas…» «Pura contradicción» respondió Anacleto. «Dicen luchar contra narcos pero indultan a uno sentenciado por cientos de toneladas de coca. Mientras, la ONU certifica que Venezuela no es productora ni corredor principal, según los informes anuales de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC)”. Es retórica para justificar presión.» La estudiante de sociología mira su taza. «Señor Anacleto… ¿usted cree que esta llamada cambie algo?» Mi amigo se inclinó hacia adelante y respondió: «Puede cambiarlo todo, o no cambiar nada. Pero lo cierto es que nadie llama a otro para decirle “te voy a destruir mañana”. Para eso no se usa un teléfono; para eso se usan portaaviones. Si hubo llamada, fue para tantear. Y si tantearon, es porque entienden que una guerra aquí sería un error del que no salen enteros.» El boticario preguntó: «Entonces, ¿por quién sonó el teléfono, Anacleto?» Anacleto sonrió despacio, y parafraseó a Hemingway con voz baja: «“No preguntes por quién sonó el teléfono… sonó por todos nosotros.”» Se hizo un silencio espeso. Las cucharillas golpeaban las tazas con un sonido que parecía campanada. En El Bohemio, todos entendieron que lo que está en juego no es Maduro ni Trump. Anacleto apagó el cigarrillo, miró al grupo como si acabara de sentenciar un veredicto y soltó, con esa mezcla de cansancio y lucidez que solo él tiene: «Camaradas… lo repito una vez más: las guerras empiezan cuando la soberbia grita más alto que la razón, pero siempre terminan sentados en una mesa, repasando papeles que pudieron firmar antes de que corriera la sangre. El teléfono entre Trump y Maduro no trae salvación ni condena; trae algo más simple y más difícil: responsabilidad. Y en este mundo torcido, como diría Nietzsche “no hay hechos, solo interpretaciones”, pero hay llamadas que pesan más que los cañones. Así que pregúntense ustedes, antes de caer en cuentos de pasillo: si mañana suena el teléfono… ¿de qué lado de la historia van a estar? ¿Del que inventa amenazas o del que intenta evitar que tengamos que contarlas desde una trinchera?» Entonces, el Bohemio quedó en silencio. Solo se oía la cafetera, y el rumor de un país que, como siempre, está a una llamada de la paz o de la locura. Es la patria. Y el teléfono está sonando todavía
La geopolítica del teléfono y la teoría del loco - Si uno repasa las últimas tres décadas de política exterior estadounidense, como lo haría cualquier lector disciplinado de Galeano o de Montesquieu, se da cuenta de que nada de lo ocurrido con Trump es improvisación. El despliegue militar frente a Venezuela, la presión mediática, las amenazas declarativas y la narrativa del ultimátum forman parte de una tradición vieja como la Guerra Fría: la construcción del enemigo útil. La “teoría del loco”, perfeccionada por Nixon, como lo explicó en sus memorias y citada por Kissinger en una entrevista a The Atlantic” con una mezcla de pudor y orgullo, se basa en convencer al adversario de que quien está al otro lado del teléfono es lo suficientemente temerario como para hacer cualquier cosa. Trump puede exagerar, dramatizar o mentir, en eso es un maestro, pero la arquitectura detrás de su táctica es completamente ortodoxa. El detalle que sus “influencers” ignoran es que esta estrategia solo funciona si el otro lado se aterra… y Maduro, guste o no, ha demostrado inmunidad ante ese chantaje psicológico. La llamada, lejos de anunciar una capitulación, evidencia que Washington reconoce que Caracas tiene cartas propias, apoyos propios y un margen de maniobra que hace diez años era impensable.
Historia reciente: cuando la diplomacia nace de las ruinas - Los ejemplos abundan. Panamá: una invasión relámpago que dejó barrios enteros ardiendo, un presidente juramentado en un barco y miles de vidas quebradas. Años después, negociación y relaciones “normalizadas”. Somalia: intervención, retirada, acuerdos parciales, retorno diplomático. Líbano: décadas de fuego cruzado, ocupaciones y pactos frágiles que, sin embargo, sostienen la estructura del Estado moderno. Todo proceso de entendimiento nace, como recordaba García Márquez, “de una suma de derrotas”. Y es que la diplomacia es un arte que no exige amor entre las partes, sino cálculo. Por eso no debe sorprender que quienes ayer fueron satanizados, iraníes, sirios, saudíes, terminen entrando por la puerta grande de la Casa Blanca. Chávez solía repetir que “no hay imperio eterno” y que toda hegemonía tiene grietas: por esas grietas se filtran los diálogos más inesperados. La llamada entre Trump y Maduro encaja perfectamente en ese patrón histórico donde la fuerza abre el camino, pero la negociación lo pavimenta. Más que amenaza, es síntoma: el conflicto ha alcanzado ese punto donde seguir escalando cuesta más que hablar.
Medios, manipulaciones y el arte de fabricar certezas vacías - Lo que sí es nuevo, y peligroso, es la maquinaria de desinformación que acompaña cada movimiento. La posverdad convirtió a los opinadores en profetas y a los rumores en dogma. Desde canales de YouTube que construyen audiencias repitiendo embustes hasta “expertos” que jamás han leído un cable diplomático, todos parecen saber exactamente qué se dijo en la llamada… menos los dos que la hicieron. Sartre decía que “la mitad del mundo repite lo que la otra mitad inventa”. Nada más apropiado para describir esta avalancha de especulación disfrazada de análisis geopolítico. Pero lo más grave es que esa contaminación informativa moldea percepciones, fomenta histerias y puede empujar a un país a decisiones basadas en espejismos. En este punto, la frase de Bolívar retumba: “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia destrucción”. Y los operadores mediáticos, conscientes, o no, están apostando a eso. Frente a ese ruido, la única información verificable sigue siendo la misma: hubo una llamada, fue iniciada desde Washington, ambas partes reconocen que fue respetuosa, y el resto es invento para captar clics en las redes sociales.
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