El Carretón y otros espantos asustaban en noches oscuras
La inocencia del caraqueño fue desvaneciéndose y desaparecieron los fantasmas.

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Luis Carlucho Martín
Hemos dejado en claro, a través de entregas anteriores, lo excesivamente difícil que resulta verificar la autenticidad del “made in Caracas” en cuanto a las costumbres, tradiciones y artes que acá reseñamos. Recordemos que esta ciudad cosmopolita creció en torno a la plaza Mayor --ahora Bolívar-- y se fue súperpoblando a raíz de la migración campesina, originalmente, y extranjera, después, en busca de mejores oportunidades y calidad de vida.
Lo que antes limitaba por La Laguna de Catia y por Chacao y por San José y por El Cementerio, ahora se extiende y se pierde de vista. A ese crecer vertiginoso, y lamentablemente desordenado y anárquico, aquellas autoridades, a quienes se les escapó de las manos un detallito llamado planificación urbana, lo denominaron La Gran Caracas...
Volviendo a la ciudad vieja, pequeña, de mucho menos habitantes, entre otras carencias, adolecía de un sistema de suministro de energía eléctrica efectivo, por lo que proliferaron mitos y cuentos espectrales nacidos de la imaginación, sobre todo del campesino mudado a la capital, que dio vida a personajes, leyendas y fantasmas que fueron --y son-- parte indisoluble de aquellas oscuras noches.
Por aquellos rumores de ultra tumba se suponía que disminuirían las citas románticas a escondidas, y ello garantizaría la visita romántica oficial en la sala de la casa, con horarios, modales, gestos y conversaciones supervisadas.
Por cierto, solo eran bien vistos los novios caseros que aprobaran, según criterio de los suegros, aquellos interrogatorios más severos que los de El Mentalista o los de CSI: ¿Es de buena familia? ¿Cuál es su apellido? ¿Qué hace usted, estudia, trabaja, tiene dinero, propiedades?, (y cosas varias...) Válgame Dios. Y si no llenaba las expectativas, aquel galán era echado a las fauces diabólicas del fantasma espectral que era dueño de las noches caraqueñas.
Espantoso carretón
Un espanto famoso fue El Carretón, que originalmente se llamó El Carretón de La Trinidad, alegórico a la --ya desaparecida-- zona cercana al Panteón Nacional, donde dicen que fue visto por primera vez. Aseguraban que se trataba de un carruaje negro y encapotado, que sin ser tirado por ningún caballo andaba a poca velocidad y anunciaba su presencia con un atormentador ruido, conducido por un demonio al que nadie describe con exactitud, salvo que echaba candela por ojos y boca.
Pero la gente y su imaginación fueron extendiendo los efectos asustadizos de semejante aparición, a tal punto que dicho carruaje maléfico fue escuchado, detectado y visto por noctámbulos de sitios recónditos de la parte más oeste de lo que ahora es Catia, incluso del norte, en la “pata de El Ávila”, como decían los primeros habitantes de Los Frailes, donde además de haber sido espantados por El Carretón, también afirmaban ser víctimas del Ánima del pelotero, que era un ruido que simulaba el sonido de un guante cuando atrapa una pelota de beisbol lanzada a alta velocidad; un mascoteo: algo así como tra-tra; tra-tra. Porque ese beisbolista muerto, en su perverso plan de asustar, tenía un socio --invisible, por supuesto-- que le devolvía cada lanzamiento, en ejercicio precompetivivo y de calentamiento, según contaban los asustados residentes
Caracas, en general, fue escenario de esos tradicionales fantasmas y apariciones, al punto que hay sitios que quedaron bautizados por secula seculorum debido a esas creencias.
Esquinas y zonas como El Muerto, El Rosario, El Cristo, Cristo al revés, Candilitos, Mano de Dios, El Calvario, El Puente de Los Suspiros, dan cuenta de ello. Espantos famosos como La Sayona, la Dientona, El Enano de Catedral y otros que fueron variando de nombre, indumentaria, zonas y formas de asustar, según fueron pasando los días y acabándose la inocencia de los caraqueños.
En plena plaza Bolívar, salía un famoso muerto en la esquina de Gradillas. El maestro Luis María Billo Frómeta le compuso una guaracha, que llegó a ocupar los primeros lugares del hit parade: “En la esquina de Las Gradillas sale un muerto / Sí señor, cómo no, sale un muerto”...
Todo eso ocurría en aquellas oscuranas que cedieron protagonismo a nuevos espectros que, hoy, no dejan ciudadanos culillúos sino víctimas de fechorías, que lamentablemente en ocasiones, forman parte de cifras rojas.
Y usted dirá, pero eso era antes porque no había luz. Sí, es cierto; pero ahora que existen avanzados sistemas de energía eléctrica, aparecieron bichos raros que atentan contra la efectividad de los modernos focos, que en la mayoría de los casos, cuando pretenden aclarar lo que hacen es oscurecer…
Por ello, amigos lectores como más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, es mejor tenerle miedo a los vivos y no a los muertos... Siempre hubo pillos que se aprovecharon de situaciones, soledades y oscuridades. Y siempre hubo novios y novias atrevidas, dispuestas a burlar y retar fantasmas para escaparse en su tierna y sagrada tarea de preservar la especie.
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