Los Huesos de la Muerte: Una Crónica de los Silencios de Epstein
“Los datos son sangre, no adorno… la ironía es un bisturí, no una maza " ANACLETO

Luis Semprún Jurado
En El Bohemio, el ventilador crujía como una vieja sentencia, y el humo del cigarrillo de Anacleto se anudaba en la penumbra. Sobre la mesa de mármol desconchado reposaban el café servido en pocillos de loza y un cuaderno que parece haberle contado más secretos que cualquier confesionario. Anacleto se sentó a mi lado, acomodó el sombrero de paja sobre la silla restante. Sin titubear, desplegó un recorte del New York Times que tenía como titular: "Desclasificados 900 páginas: los amigos de Epstein". Golpeó el papel con el índice, como quien toca la puerta de un sótano, y me susurró al oído: «Siguen con las vagabunderías». Sin bajar más la voz, añadió: «Anoche soñé con Epstein, y no era un sueño cualquiera: era una fiesta en la que los invitados llevaban puesto su propio cadáver. Al despertar, comprendí que el sueño no era mío, era el suyo: había construido un salón de espejos donde cada huésped veía su reflejo y, al mismo tiempo, el recibo de lo que había pagado para estar ahí. Ese es el secreto de sus archivos: no son papeles, son espejos rotos que aún cortan», aclaró. «Por eso, hoy vamos a discutir el caso de esos archivos secretos y de un personaje que pasó en poco tiempo de ser un humilde profesor de escuela a súper multimillonario; hablaremos del profesor convertido en carnicero de inocencias y administrador de pecados ajenos.» Se quemó los labios con el primer trago del café y, en vez de quejarse, usó el dolor como metrónomo. «Epstein no era un monstruo solitario; era el mayordomo de los monstruos. Además, era traficante de blancas, que es como llaman a los que compran y venden humanos, en especial a niños; un pillo con poderosos contactos en el mundo de la política y los negocios.» Hizo una pausa para aclarar su garganta y soltó: «Sí, y vivía en una mansión que no era suya. ¿Y quién le cedería esa mansión para que la habitara y por qué? ¡El dueño de Victoria’s Secret!», se respondió a sí mismo. Imitando al dueño, payaseó: «“Mira, te tengo esta mansión que está equipada con cámaras de vigilancia, para que puedas grabar todo… y te vamos a hacer millonario y te vamos a dar una isla”. Wexner le dio la casa, Leon Black (Apollo Global) le movió 1100 millones. Porque Jeffrey tenía un talento perverso: convertir niñas pobres en mercancía de lujo para millonarios. ¿Saben qué es lo más obsceno de este circo? Que un muerto, un “suicidado” en celda de máxima seguridad, sea más peligroso que un presidente con ejército.» Anacleto, hojeando el dossier con dedo de notario y ojo de águila, murmuró: «Eran preguntas simples para mentes complicadas: ¿Por qué un proxeneta documentaba cada orgía con niñas como si llevara contabilidad? ¡Porque sus clientes no eran clientes: eran rehenes! Clinton voló 75 veces allí en el “Lolita Express”, Trump 41, no por el paisaje… y Epstein grababa todo. Nombres y apellidos, camaritas, pero también números de vuelos, fechas de cumpleaños que no celebraron niños, y certificados de fundaciones que nunca donaron a la caridad. Estos son otros de los monstruos» escupió. «Wexner dona a hospitales infantiles, Black colecciona arte renacentista... mientras sus millones pagaban aviones para traficar niñas. ¡Sangre disfrazada de filantropía! ¿Castigo? Cero. La justicia es un perro que solo muerde a los pobres. Hasta que una víctima habló. Ahí empezó la caída de “Jeffrey”. En 2008, ¡cuando ya tenía a medio mundo en la cámara! Entonces, al fiscal Alexander Acosta, ese que luego se sentó en el gabinete de Trump, le encargaron el caso y le ofreció trece meses de cárcel con horario de oficinista. ¿Saben qué vendía Epstein? Seguridad y silencio de sus andanzas.» El boticario refunfuñó desde la barra: «¡Era un proxeneta! ¡Y los archivos ya son públicos!» Anacleto alzó una ceja y soltó: «¿Proxeneta?... Algo más que eso. ¿Públicos, los archivos? Lo que liberaron son migajas de un banquete de horrores. De 12.000 desclasificadas, solo 900 páginas, según The Guardian, donde los nombres claves siguen tachados... como si el “secreto de Estado” cubriera violaciones de niñas pobres. Lo que más inquieta es la gran farsa del “suicidio” en una celda con cámaras “fallidas”, guardias “dormidos” y cuello “frágil”; todo huele a comedia negra. El informe del Inspector General habló de “negligencia sistémica”, que es la forma elegante de decir que alguien apagó las luces para que el crimen se viera mejor. Tres fracturas en el cuello» susurró «¡No se suicidó!» estalla Anacleto «Lo “lo suicidaron” como “suicidan” las verdades en EE.UU.: con negligencia comprada. Cámaras apagadas, guardias inexpertos, y un fiscal (Acosta) que luego fue ministro de Trump.» El coronel apretó el puño sobre la mesa. «Pero… ¿los nombres saldrán?» Anacleto apagó el cigarrillo como quien entierra un secreto. ««Su isla en el Caribe no era un resort... era un centro de espionaje sexual. Grababa a banqueros violando haitianas, a senadores gritando "¡Más barata!", a príncipes manoseando menores. Todo para “exigir favores” después, él y/o para quien trabajaba (¿Mossad?). Recuerde camarita, que el sistema sacrifica peones, no reyes. Orwell ya lo denunció en “1984”: "Los pecados del Partido son borrados; los del pueblo, magnificados".» Anacleto se levantó. La silla crujió como la nuca de Epstein y la voz de Anacleto se escuchó: «Lo más increíble es que los senadores republicanos bloquean todo intento de publicar los archivos completos. ¿Por qué se ponen tan nerviosos? ¿Por qué cambian el tema cuando se exige que no protejan a esa lista de depredadores de niños, sino a las víctimas? Porque lo que no quieren es que se sepa quiénes están en esa lista, ni tampoco si la teoría de que Epstein espiaba para el Mossad es verdadera.» El ventilador cortaba el aire lentamente como la justicia parcializada. Entonces Anacleto acusó: «Esto es el síntoma de una enfermedad terminal: la democracia que vende niñas pobres mientras protege a sus clientes con inmunidad diplomática. ¡Pero hablan de Venezuela! ¿Remedio? Memoria y más memoria. Estos pocos archivos revelados son bombas de humo... para que no veamos que los criminales siguen en el poder, bebiendo nuestro café.»
La primera y más simple de las preguntas, que los archivos publicados parecen esquivar, es el origen de la fortuna de Epstein. Un ex-profesor de escuela se convierte de la noche a la mañana en multimillonario con un patrimonio de 600 millones de dólares para el momento de su “suicidio”, una riqueza que le permitía sostener una operación de tráfico sexual costosa y a escala global. Los archivos del Departamento del Tesoro detallan 4.725 transferencias bancarias por casi 1.100 millones de dólares ligadas a una de sus cuentas. ¿Quiénes eran los verdaderos mecenas de este circo de los horrores? ¿Eran Leslie Wexner, dueño de Victoria’s Secret, y Leon Black, cofundador de Apollo Global Management, los únicos? Y si ellos, como afirman, no sabían de los crímenes, ¿qué explicaciones hay de la trayectoria de ese dinero? Un rastreo de esas transferencias, con el rigor de un forense, podría desenterrar los nombres de otros financistas y los beneficiarios de ese sistema de favores. Es hora de dejar de creer que alguien se hace multimillonario por arte de magia.
La relación de Epstein con Donald Trump por más de 15 años está documentada, al igual que sus 41 vuelos en el “Lolita Express”. "Tenemos cosas en común"… "Los enigmas nunca envejecen", se lee con voz helada en la esquela de cumpleaños con su firma en el álbum de Ghislaine. ¿Las niñas, Donald? ¿O los videos que Epstein guardaba de ti en Mar-a-Lago? Por eso Elon Musk tuiteó: "Trump está en los archivos... por eso no salen". Hasta un magnate loco ve la podredumbre. La pregunta no es si se conocían, sino por qué se insiste en que no pasa nada. Stacey Williams, una modelo, lo acusó de haberla manoseado en presencia de Epstein. María Farmer, una de las víctimas, insistió al FBI en dos ocasiones (1996 y 2006) para que investigaran a Trump y su séquito. El hecho de que la Fiscal General Pamela Bondi informara a Trump sobre la aparición de su nombre en los archivos no es una prueba de su inocencia, sino de que la élite se protege a sí misma. ¿Qué encontraron los medios de comunicación que no encontraron los investigadores? “No es una suposición mía”, dijo Tucker Carlson. “Hay una conexión entre Jeffrey Epstein y el Mossad, búsquenlo ustedes. Los servicios de inteligencia israelíes grababan a políticos para tenerlos controlados y pedir favores en un futuro, y así se explica el porqué del poder de Netanyahu sobre la Casa Blanca.” El poder del dinero y de los secretos se imponen en Washington, pero en 2016, el fiscal Alexander Acosta dijo: “Me dijeron que Epstein ‘pertenecía a inteligencia’ y que lo dejara en paz”. ¿Por qué? ¿Qué pasaba con los archivos? Es como un fantasma en la Casa Blanca.
El "suicidio" de Epstein es la gran cicatriz de este caso, una herida abierta que no deja de supurar dudas. Las “casualidades” son demasiadas: cámaras que fallaron, guardias que dormían, y un hombre con tres fracturas en el cuello. Según su hermano, Mark Epstein, y el Dr. Michael Baden, ex-médico forense, es imposible romperse tres huesos en un ahorcamiento por “ahorcamiento suave”. La autopsia de Jeffrey no cierra el caso, lo abre de par en par. ¿Se hicieron pruebas de ADN en la sábana? ¿Qué hallaron los investigadores en la caja fuerte, computadoras y otros bienes de Epstein? ¿Por qué la fiscal que investigaba su muerte fue despedida? Estas no son preguntas de conspiranoicos; son interrogantes de alguien que no se traga la narrativa oficial. Los archivos del FBI nos dicen que el Servicio de Alguaciles de EE. UU. y el Departamento de Seguridad Nacional registraban los nombres de los pasajeros del “Lolita Express”, pero sus nombres fueron tachados. El abogado de Epstein, Alan Dershowitz, ha dicho que los tribunales ordenaron que se sellaran las identidades de los clientes de Epstein. ¿Por qué proteger la privacidad de los depredadores? A Ghislaine Maxwell le dieron 20 años y a los empleados de Epstein ocho años. ¿Cuántos políticos han sido condenados? Cero. La justicia se viste de doble rasero, y la verdad es que el sistema sacrifica peones, no reyes.
Epstein fue solo el síndico del horror. Lo mataron cuando quiso negociar con su mercancía.
Pero ojo pelao, camaritas: cuando matas al chantajista... los secretos quedan huérfanos. Y los secretos, como los espejos rotos, siempre encuentran un ojo que los vea.
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