Nuestro combustible, su cocaína: La Guerra del Petróleo disfrazada de Lucha Antidroga
«La diferencia entre un narcotraficante y un senador es el traje. El resto… es idéntico.» ANACLETO

Luis Semprún Jurado
Llegué temprano. El Bohemio olía a hipocresía con perfume de Miami. No era silencio, era asco. Un asco lento, denso, como cuando ves a un hombre que condena el crimen mientras su familia vive del mismo. A mi lado, Anacleto sacó un papel de su portafolio y me lo mostró: un pasquín de la DEA con una cifra en rojo: $50 millones, por la cabeza de Nicolás Maduro, Presidente de Venezuela. «Camaritas…» dijo Anacleto, con voz ronca, como si viniera desde las entrañas de la historia:, «ya basta… ya cansa tanta infamia repetida como letanías de misa negra. Dicen que Venezuela es un narcoestado. ¡Narcoestado! Nada más falso. Aquí no se cultiva, no se produce, ni se exporta droga desde que Chávez mandó al carajo, por no decir la palabra exacta, a la DEA, y los decomisos no han parado de crecer, cada año más grandes, cada año más contundentes. ¿Y saben qué? Lo que de verdad les duele no es la droga, sino el petróleo. Ese es el verdadero “narcótico” que ellos quieren controlar. ¿No han notado cómo se disfraza de “guerra antidrogas” lo que en realidad es un intento de asalto económico y geopolítico contra Venezuela, y cómo el que acusa es el que más debe ocultar? Hoy, Narco Rubio, perdón… quise decir Marco Rubio» corrigió Anacleto, entre las risas y murmullos de la gente alrededor, «ex-senador de EE.UU. y hoy Secretario de Estado, aplaude la recompensa de 50 millones por la cabeza del presidente Maduro, ordenada por el orangután anaranjado y anunciada por Pamela Bondi. Y lo hace con la misma seriedad con la que un ladrón denuncia un robo en su propia casa. Pero el mundo no es ciego. Aunque los medios lo ignoren, los informes de la ONU son claros: Venezuela es un Estado “libre de cultivo, producción, tránsito y exportación de drogas” y desde que Chávez expulsó a la DEA, y ya mencioné, el decomiso de sustancias ilícitas no ha parado de crecer. Cada año, toneladas de cocaína son destruidas. Y no por gracia del norte, sino por decisión de un país que eligió su soberanía. ¡No hay plantaciones! ¡No hay laboratorios! ¡No hay carteles al mando del Estado! Lo que hay son “millones de incautaciones”, toneladas de cocaína quemadas en las hogueras del puerto de La Guaira, bajo el sol del Caribe, como ofrenda a la dignidad.» Hizo una pausa para apagar su cigarrillo y continuó: «Y mientras aquí se confisca, allá en Miami, se consume. No solo droga sino: el poder, la sangre y la hipocresía. Porque en Venezuela no hay narcogobierno sino “resistencia” de un bravo y noble pueblo. Y en Miami… hay cuentas, esposas con empresas fantasmas, cuñados con kilos de polvo blanco, contratos petroleros manchados de sangre. Yyyyyy… ¿un Secretario de Estado llama “narco” a un Presidente mientras su familia vive del dinero que huele a crimen?» «¿Y entonces?» preguntó el estudiante de periodismo. «¿Por qué insiste en llamarnos “narcoestado”?» Anacleto sonrió «Al petróleo, al oro y al coltán, ahora los llaman “narcóticos”, y al comercio soberano, lo llaman “narcotráfico”. Es el mismo guion de siempre: inventar un monstruo para justificar sanciones, bloqueos y golpes de estado. Y claro, en este guion no faltan los actores de reparto, los que hacen el trabajo sucio para que el imperio se lave las manos. Nos llaman narcoestado… para esconder que son ellos los que se arrodillan ante la mafia y los que se embriagan con el dinero sucio. Porque nuestro petróleo… es su cocaína. La diferencia es que aquí se confisca y se quema, y allá se consume. Porque el imperio no necesita pruebas; necesita enemigos, y si no los tiene, los inventa. Y… porque el verdadero narcotráfico…, no está en Caracas; está en Miami…, en los pasillos del Capitolio…, en las cuentas de bancos suizos…, en los socios de Rubio.» «¿Socios?» preguntó la profesora. «Sí» dijo Anacleto como un maestro. «El joven Narco Rubio, “abogado estrella hijo de migrantes” de Miami, defendió, y luego se asoció, a Hugo Sicilia, un tipejo “y que” empresario condenado por lavar 20 millones de dólares para carteles mejicanos. “Simple error contable”,» alegó Rubio en su ocasión. «Curiosa defensa para quien hoy llama “narco” a un presidente, pero tiene un cuñado, Orlando Cicilia, esposo de su hermana, que fue arrestado en 1987 con 75 kilos de cocaína, sentenciado a 20 años, y liberado poco después… gracias a un “Senador” al que le había financiado su campaña.» «¿Casualidad?» Se preguntó con una sonrisa de incrédulo. Miró a todos y dijo: «No. Es el mismo patrón: proteger a los suyos y perseguir a los que no se doblegan.» El boticario golpeó el mostrador. «Y ahora pone precio a una nación… mientras su esposa lava dinero.» «Exacto» dijo Anacleto. «Jeanette Dousdebés de Rubio, su mujer, una hija de migrantes como él, fue socia de Hugo Sicilia en 1995, donde existían facturas que mostraban transacciones en efectivo por joyas sin origen. Luego creó Sunshine Properties LLC, una empresa que acumuló 8.7 millones en propiedades en Miami, con direcciones compartidas con lobistas de Exxon y CITGO. ¿Con qué dinero adquirió las propiedades? Ah… en 2017, Rubio votó por sanciones a PDVSA y tres días después, Exxon firmó un contrato en Venezuela. Y ese mismo mes, su esposa compró un apartamento en West Palm.» «¿Y el dinero?» preguntó el comerciante, hasta ahora callado. «Del Banco Popular de Puerto Rico, sancionado por lavado en 2018; del Banco Sabadell, del Credit Suisse, de un trust en Islas Caimán a nombre de su hermano. ¡Todos querían ser amigos del Senador! Ah, y de pagos “no especificados” por 750,000 dólares, según el Reporte Financiero del Senado. ¿De quién? De la “Fundación Simón Bolívar”, manejada por el equipo de Guaidó, la misma que recibió dinero de PDVSA mientras Rubio la defendía.» El coronel retirado levantó la vista. «Entonces… él no combate el narcotráfico… él lo practica.» «¡No!» corrigió Anacleto. «Él lo “usa” como herramienta, como arma, como excusa, como pantalla, para ocultar su propio negocio: el petróleo venezolano. Porque mientras tuitea consignas contra Maduro, sus socios negocian contratos, mientras llama “dictador” al presidente, su esposa blanquea dinero, y mientras el mundo lo ve como héroe del exilio, él es solo un lobista hijo de migrantes, encubierto de Exxon, disfrazado de patriota.» «¿Y la prensa…?» preguntó con sarcasmo la profesora. «La prensa calla» dijo Anacleto. «Porque los mismos que celebran sus tweets, reciben dinero por publicarlos. Son cómplices, como siempre lo han sido. ¿Por qué no muestran las barbaridades que Rubio vomitó contra Trump? ¿No lo llamó “orangután anaranjado”? ¿No lo traicionó? Ahora, Trump lo usa como carnada. Quizá el plan no sea unir, sino quemarlo. Para que, cuando todo se derrumbe, el pueblo diga: “Fue él. No Trump.”» El humo seguía en espiral, y el boticario preguntó: «¿Y la oposición aquí dentro? ¿Dónde queda en todo esto?» Anacleto soltó una carcajada: «Ahí entra en escena nuestra Sayona criolla: María Corina Machado, alias La Loca y La Sayona… esa mujer que sueña con ser la primera presidenta de Venezuela, aunque para lograrlo haya hipotecado la patria y vendido su conciencia en embajadas extranjeras. Sus discursos no son suyos, son dictados desde Miami y Washington. Mientras los venezolanos padecían sanciones que ella misma solicitaba y celebraba, brindaba en foros internacionales, pidiendo invasiones disfrazadas de “ayuda humanitaria”. No es líder, es peón; no es patriota, es ficha prestada. Y camarita, la historia ya está escrita: esos peones nunca coronan, siempre acaban barridos del tablero cuando dejan de ser útiles.» «¿Y el niño…?» dijo el estudiante. «¿Manuel López?» Anacleto no respondió. Solo miró al vacío. «En Miami, hasta los nacimientos pueden ser armas. Y las fotos de Lilian,… a veces, dicen más que mil discursos. Galeano decía: “La hipocresía es el impuesto que paga la mentira al decoro”.» Y luego, bajó la voz, como si hablara para sí: «Rubio, Trump, y todos sus secuaces… deben millones en esa cuenta. Algún día, más temprano que tarde, el cobrador llegará.” Personajes como Rubio y Machado se visten de moralistas para ocultar que son simples operadores del imperio. El espejo les devuelve su podredumbre, y ellos prefieren romperlo antes que mirarse. No olvidemos lo que dijo Galeano: “La mentira es como la niebla: apenas el sol la toca, desaparece.”
Los informes internacionales lo dicen sin rodeos, aunque los medios de siempre los silencien: Venezuela no es ni ha sido un narcoestado. Desde la llegada de Chávez y la expulsión de la DEA, el país ha demostrado cifras crecientes de decomisos y operaciones exitosas contra el tráfico ilícito. Naciones Unidas lo ha certificado año tras año: no existe cultivo, ni producción, ni exportación desde territorio venezolano, mucho menos rutas de salida hacia Europa o Estados Unidos. El mito del “narcopaís” es un invento propagandístico para justificar sanciones, bloqueos y presiones políticas. Y, sin embargo, la prensa corporativa lo repite como eco dócil, ignorando el hecho de que son precisamente las agencias que acusan —como la DEA— las que han estado involucradas en escándalos de corrupción, contrabando y complicidad con carteles reales. El contraste es tan evidente que el silencio de los grandes medios resulta tan culpable como los delitos que pretenden ocultar. La verdad es incómoda: “Venezuela no es el problema. Es parte de la solución. Y por eso, es atacada”.
En este libreto de acusaciones y farsas, Marco Rubio aparece como actor estelar. El “camaleón mayamero”, “mayacubiche” o cubiche mayamero, ha hecho carrera sobre la mentira de que lucha por la libertad de Venezuela, cuando en realidad su historia personal está marcada por vínculos turbios con el lavado de dinero y el narcotráfico. Su cuñado, Orlando Cicilia, purgó condena por traficar cocaína; sus amigos de juventud eran empresarios manchados hasta el cuello; y su esposa, Jeannette Dousdebés, además de ser otra hija de “migrantes”, compartió negocios con esos mismos personajes que Rubio defendía como abogado. Hoy se presenta como Secretario de Estado virtuoso y paladín moral, pero los registros financieros, las compras de mansiones y las filtraciones de los “Paradise Papers” muestran otra realidad: Rubio es un lobista de Exxon disfrazado de cruzado político, el operador del petróleo que juega al exilio cubano como bandera mientras negocia contratos con los mismos que dice enfrentar. En ese espejo de hipocresía, los acusadores terminan más embarrados que aquellos a quienes intentan acusar.
El papel de la oposición venezolana dentro de esta trama no es menos sombrío. María Corina Machado, alias La Sayona, funge como peón de lujo en un tablero donde los jugadores principales están en Miami y Washington. Sus discursos inflamados en plazas públicas son el eco de los halcones que la financian, y sus visitas constantes a embajadas extranjeras revelan la verdadera naturaleza de su lealtad. Mientras los venezolanos sufrían el impacto de las sanciones que ella misma celebraba, la señora Machado posaba sonriente en foros internacionales, clamando por intervenciones militares disfrazadas de “ayuda humanitaria”. Su ambición de convertirse en la primera mujer presidenta la llevó a cruzar todas las líneas del decoro político y la ética nacional. No es casual que la llamen la Judas de Caracas: se alimenta de las migajas del imperio, creyendo que un día le tocará el trono. Pero la historia es clara: las fichas que se usan para desestabilizar a un país nunca llegan a gobernarlo, apenas terminan desechadas como trastos rotos una vez cumplido su papel.
Desde su primer gobierno, Trump ha acosado y perseguido a Venezuela, usando sanciones ilegales como arma de saqueo económico. Sin embargo, las sanciones a Venezuela no han debilitado al gobierno. Han fortalecido a empresas como Chevron, que firmó contratos en Venezuela tras las restricciones. Mientras el pueblo sufre, las élites políticas y económicas opositoras, que las han solicitado, se reparten el botín. La recompensa que acaba de aumentar a 50 millones por Maduro, no es justicia, es una operación psicológica para justificar el control de recursos y representa el costo de comprar la conciencia de una traidora. Y Rubio, con su pasado manchado, es el rostro perfecto para encabezar una farsa que todos conocen, pero nadie nombra. Las sanciones no son éticas, son extractivas. Y mientras EE.UU. condena el a Venezuela como “narcogobierno”, sus lobistas firman acuerdos con socios de la oposición financiados por el mismo sistema que dicen combatir. Pero… NO PASARAN, porque el bravo pueblo criollo no lo permitirá.
Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo
El Pepazo