Bañarnos en agua fría justo después de comer puede producir lo que coloquialmente denominados corte de digestión. Esto es así por el cambio de temperatura. Prevenirlo se puede, si se siguen una serie de consejos.
Joanna Guillén Valera
¿Es recomendable esperar dos horas después de comer para meternos al agua en verano? Esta es una duda muy frecuente con la llegada del calor y de las vacaciones en la playa o en la piscina. Desde pequeños hemos oído a nuestros padres esta recomendación por miedo a que se produzca un corte de digestión pero, ¿realmente existen los cortes de digestión? ¿es un buen consejo esperar un tiempo antes de bañarnos en la piscina?
Según explica a CuídatePlus Rosa Pérez, coordinadora de la Sociedad Española de Urgencias y Emergencias (Semes), “el corte de digestión, en sí, no existe”. Aunque se conoce como corte de digestión, “la realidad es que no se corta nada en el estómago, ni pasa nada con la comida dentro del cuerpo”. Lo que ocurre es que el proceso de digestión es complejo y requiere de un aporte extra de sangre en el estómago, lo que hace que el resto del cuerpo se vea más expuesto a los cambios de temperatura.
Como explica a CuídatePlus, Pedro J. Tárraga, miembro del Grupo de Trabajo de Digestivo de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), “la digestión es el proceso biológico por el que los organismos adquieren los nutrientes necesarios para realizar sus funciones vitales. En él, nuestro cuerpo sufre una serie de modificaciones como el aumento de la temperatura corporal debido a que el aparato digestivo libera más calor para absorber los alimentos consumidos”. El acto en sí de absorber los nutrientes, explica Tárraga, “implica una mayor cantidad de sangre que se dirige hacia el sistema digestivo, haciendo que otras partes del cuerpo bajen la afluencia de sangre”. Por eso, es normal que sintamos frío cuando hacemos la digestión y es por eso por lo que, a pesar de que la temperatura de nuestro cuerpo aumenta, notemos frío después de comer.
Y es que nuestro sistema circulatorio actúa en nuestro organismo como una especie de estufa, llevando calor a todas las partes de nuestro cuerpo de forma regular y trabajando de manera más potente en el momento de la digestión para que, aunque la sangre se acumule en el sistema digestivo, “el resto de nuestro organismo no se quede sin el calor corporal necesario para sobrevivir”, explica en detalle. Seguramente por eso notamos, además del frío, más cansancio.
Si durante este proceso (digestión) nos metemos de forma brusca en agua y si esta está fría, como en la playa o la piscina, puede ocurrir que se interrumpa bruscamente la digestión “dando lugar a un desequilibrio dentro del organismo y a los síntomas propios de una hidrocución” (lo que coloquialmente denominamos corte de digestión), explica Pérez.
“Al contacto con el agua, durante la digestión, la sangre que está en el estómago necesita irse a otras partes del cuerpo para mantener el calor, como el corazón y el cerebro, órganos que necesitan una temperatura más constante”. Si por el frío, el cerebro se enfría de forma brusca, “puede producirse una vasoconstricción cerebral, es decir, una falta de sangre, lo que puede producir mareos, pérdida de conocimiento, ganas de vomitar, mal cuerpo, náuseas o disconfort”. Estos, según Pérez, son los síntomas del, mal llamado, corte de digestión.
Esta situación en sí no es grave y suele ser pasajera, pero el problema es cuando se produce dentro del agua. En este caso, alerta Pérez, “el riesgo de ahogamiento es muy elevado”. Por eso es importante saber que existe la hidrocución y que hay formas de evitar que ocurra.
¿2 horas?
Sobre la recomendación o no de esperar 2 horas desde que hemos terminado de comer hasta zambullirnos en el agua, Pérez cree que “es acertada”, sobre todo si hemos hecho una comida muy copiosa.
Hay que tener en cuenta que “el proceso de digestión puede durar entre 30 minutos y varias horas, dependiendo de los alimentos que hayamos ingerido”. Por ejemplo, “los alimentos ricos en grasas o en azúcares tardan más en digerirse que los menos grasos o con más contenido en agua”. Esto es así porque el estómago tiene que trabajar más para poder digerirlos y el proceso es más lento.
“Las comidas grasientas, con mucha proteína animal, por ejemplo, hacen que el cuerpo trabaje más y necesite más sangre para el proceso”. Si hemos comido muchas grasas o mucha comida de estas características “es recomendable esperar, al menos, una o dos horas antes de sumergirnos en el agua, sobre todo si ésta está fría”.
Si la persona no quiere esperar ese tiempo, a pesar de haber comido demasiado, la recomendación de Pérez es “entrar en el agua poco a poco, sumergiendo la cabeza en último lugar”. De esta forma, el cuerpo se va enfriando poco a poco y se le da tiempo a la sangre a llegar donde debe cuando debe.
El objetivo, como apunta Tárraga, “es minimizar la diferencia de temperatura entre el cuerpo y el agua. Por eso, en vez de zambullirnos, es mejor meterse poco a poco, no tomar el sol ni hacer ejercicio físico antes de bañarse y, si la comida ha sido copiosa, esperar antes de entrar en el agua”.
Personas vulnerables
Estos consejos son para todas las personas pero es cierto que, tal y como apunta Pérez, es más importante en los colectivos más vulnerables, como los niños y los ancianos o las personas que toman determinados medicamentos.
Como informa la experta, “la gente mayor y los niños tienen el mecanismo de termorregulación mal controlado por inmadurez, en el caso de los niños, y por un peor riesgo sanguíneo, en el caso de los mayores”. Esto significa que al cuerpo de estas personas les cuesta más compensar la falta de calor en el cuerpo y, por tanto, tienen un riesgo mayor de sufrir las consecuencias de un corte de digestión”. Además, son personas más frágiles, por lo que también aumenta el riesgo de ahogamiento en caso de que se produzcan mareos dentro del agua.
Lo mismo ocurre con los pacientes que toman determinados medicamentos para la tensión, para el sistema nervioso, para patologías neurológicas o diuréticos. “Hay algunos medicamentos que producen somnolencia o deshidratación”, advierte.
Algunos tratamientos para la tensión pueden producir deshidratación o golpe de calor y otros tan consumidos, como la aspirina o el ibuprofeno, pueden alterar la función renal y agravar el efecto del calor. Otros fármacos pueden actuar aumentando la temperatura corporal y, por tanto, agravar los efectos del calor al bajar la presión arterial. Algunos de ellos son el diazepam o bromazepam.
Consejos de los médicos
Las vacaciones, el calor y el cambio de rutina puede afectar a la dieta verano por tanto es importante adaptarla a cada persona y a nuestros hábitos. Los consejos de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia son:
- Mantener un adecuado estado de hidratación con un incremento mayor de agua, frutas y hortalizas.
- Consumir diariamente frutas, verduras, pan y otros alimentos procedentes de cereales (pasta, arroz y especialmente sus productos integrales) o legumbres; moderar el consumo de carnes rojas y procesadas sustituyéndolas por pescados y huevos; promover la ingesta de alimentos poco procesados y favorecer el de alimentos frescos; consumir muy rara vez dulces, pasteles y sobre todo los tan frecuentes helados y bebidas azucaradas.
- Moderar y restringir los helados y las bebidas azucaradas que son muy calóricas: eliminando completamente todas las bebidas que aporten calorías (refrescos azucarados, bebidas alcohólicas o bebidas alcohólicas “sin alcohol”) y sustituirse por agua (la bebida más saludable que existe), bebidas “light o sin azúcar” e infusiones.
- Consumo de carne roja, tomando más raciones de pescado que de carne a la semana. En verano sobre todo debemos limitar el consumo de grasas, la cantidad de grasa y que la que se consuma sea fundamentalmente aceite de oliva.
- Moderar las comidas copiosas controlando las cantidades de alimentos que, aun siendo saludables, aporten más calorías para no tomar un exceso de estos. Tomar las verduras crudas, por ejemplo, es la mejor forma de aprovechar todas sus vitaminas y minerales.
- Los dulces y helados no son alimentos fundamentales y no constituyen parte esencial de una alimentación saludable, no deberían formar parte de la dieta diaria. Se recomienda que su consumo sea ocasional, controlado y conocer su composición nutricional.
- Incrementar la actividad física, evitando las horas centrales de calor y altas temperaturas.
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El Pepazo/Marca/Cuídate