Bello no inventó el término totona, le dio un interesante significado

Luis Carlucho Martín
Don Andrés Bello, el insigne maestro del Libertador, mostró parte de su inteligencia al adaptar y popularizar una de las palabras que, sin dudas, más paladares ha empalagado, saciado y agradado. A pesar de que algunos influencers negacionistas publicaron videos de desmentidos, fue el insigne maestro del Libertador quien bautizó a uno de sus dulces preferidos con el suspicaz sustantivo “totona”. Palabra que evidentemente no inventó, pero le dio un interesante significado y sentido de tentador uso... Y como es un cuento, te lo cuento.
El caraqueño, nacido el 29 de noviembre de 1781, según cuentan, fue tan fino en política exterior como en artes culinarias y repostería. Dicen que fue un empedernido comedor de dulces. Su preferido, de acuerdo con el investigador José Agustín Catalá, era uno a base de pulpa de naranja, toronja y nata que, al enfriarse se cuajaba con irresistible textura entre gelatinosa y carnosa; manjar nacido de la inventiva de una joven dama holandesa, de llamativos ojazos verdes, llamada Mathilde, que por su donosura fue pretendida, y lograda, por la agitada líbido del ilustre sabio caraqueño.
Sucede que el hijo de Bartolomé Bello y Ana Antonia López, a sus 33 años, en 1814, se casó y tuvo tres hijos con la veinteañera Mary Ann Boyland, quien falleció siete años más tarde. En 1824, Bello con 43 años, contrae nupcias con otra veinteañera, Elizabeth Antonia Dunn, con quien pasó el resto de sus días junto a sus nuevos 10 hijos. Fueron 13 en total. Prolijo tanto en asuntos culturales como reproductivos. Lección posiblemente transferida a su alumno pródigo, Simoncito. Nadie lo sabe.
A pesar de la historia, algunos niegan que el intelectual criollo tuviese un atormentado corazón, como si esa vaina fuera un pecado mortal o le restara méritos y conocimientos al autor de "Silva a la Agricultura" y de "Gramática de la Lengua Castellana", entre otros exquisitos textos.
Diversas versiones aseguran que para proteger su segundo matrimonio, sin renunciar a su furtiva infidelidad, Bello, como un alfa en su apogeo, inventó una especie de clave o moderno password. Al llegar a casa, aparentemente extenuado de sus cotidianas faenas políticoeducativas, pasaba directamente a la cocina donde laboraba la hermosa criada, originaria de los Países –e instintos– Bajos, y le decía, “Quiero totona”. Aquella era una insustituible y muy necesaria orden culinaria, porque de eso se trataba.
Para todo el entorno, aquella petición era una confesión de antojo del embriagante postre. Para él y su rubia amante, se trataba de eso, de aquello, de lo suyo, de su intimidad…que, por modismo de nuestra caraqueñidad, pasó a ser sinónimo de vagina, con significado de peligroso pero tentador postre que a través de la historia, de su historia, ha requerido de una serie de recetas, inversiones, recomendaciones, compromisos, promesas y permisologías, de acuerdo con las normas de la sociedad, con las intenciones, con el estado civil y con la edad y el apetito de los comensales…y que a pesar de su comprobada etimología venezolana, ha generado y acabado vidas, ha causado llantos y sonrisas, y se ha mostrado como una fortaleza –o una debilidad– para consolidar –o destrozar– hogares y familias de todo el mundo, según la acera por donde transite.
¿No lo cree usted? Fíjese qué sucede con el famoso bocadillo dulce criollo llamado Catalina. En casi todo el territorio no es reconocido como una chocha sino como una cuca. ¿O no?
El avezado periodista Julio Barazarte recuerda que su profesor de la UCV, Oscar Sambrano Urdaneta, seguidor de la vida de Bello, contaba que por las lujuriosas inclinaciones del ilustre venezolano hacia las damas, casi todas muy jóvenes, que se desempeñaban en funciones de amas de llaves, su esposa descubrió uno de sus secretos romances...
Bello, acostumbrado a comerse "el preciado dulce" en las habitaciones de su propia casa, un día en pleno apogeo con una de esas damiselas, siente que abren la puerta del cuarto y de inmediato el reclamo por parte de su señora: "Andrés, me sorprendes con tu infedilidad". A lo que el sabio respondió: "¿Sorprendida? Tú lo que estás es estupefacta. El sorprendido soy yo".
Por eso y por más, Don Andrés, el erudito que le dio sentido a tan apetitoso y pecaminoso término, "la totona", estará siempre muy vigente en el anecdotario criollo.
Y sin ser soeces sino tradicionalistas nos unimos al grito: Viva la breva, como dicen en mi pueblo. Viva la totona y sus cuentos, carajo!!!
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