Carmen Parra: El pilar inquebrantable de una mujer

Carmen Luisa Parra de Montiel, es la raíz que nos sostiene, la mujer que nos enseñó que la entereza es el amor incondicional traducido en acción y aferrado Dios, le dedicamos este día. Gracias madre querida, por ser la base inamovible de nuestro ser. Que este 7 de noviembre y cada día sean una celebración de toda la belleza, la fuerza y el legado que nos sembraste.

Carmen Parra: El pilar inquebrantable de una mujer

Ángel Montiel
Al celebrar los 95 años de Carmen Luisa Parra de Montiel, es necesario detenerse a reflexionar sobre la verdadera fortaleza, no la que se exhibe, sino la que opera en el silencio, en las entrañas y en el alma. Carmen Luisa es para mí, y para toda nuestra familia, ese ejemplo, esa raíz inquebrantable que nos sostiene. En un
mundo que valora lo superficial y lo intrascendente, ella nos enseña el valor de la estabilidad emocional, la dignidad y la capacidad de florecer incluso en la tierra más árida.
Su vida es una lección de fortaleza escrita con la tinta indeleble del amor y, sobretodo, de la fe.

La dignidad se forja desde la cuna. El camino de Carmen Parra comenzó siendo apenas una niña, asumiendo la responsabilidad de ser escribiente en un registro subalterno de la Venezuela rural de entonces. Este oficio temprano que exigía precisión y orden, marcó el inicio de una vida dedicada al servicio y al esfuerzo
honesto.

En una etapa donde muchos optan por el descanso, ella eligió el desafío y se graduó de educadora siendo ya una persona de edad. Fue un acto de profunda valentía, que demostró a sus propios alumnos y a su familia que la dignidad y la sed de conocimientos arden por dentro sin importar la edad. Este triunfo sobre el tiempo no solo fue personal, sino un testimonio público de su compromiso con la enseñanza.
Esta lucha diaria también se manifestó por el sustento familiar. Carmen Luisa no conoció la vergüenza del trabajo honesto con una tenacidad admirable, fue vendedora, tocando puertas y ofreciendo purificadores de agua, entre otros cosas, demostrando que el amor por los suyos se traducía en kilómetros recorridos y en la humildad del esfuerzo.
Su vida es la suma de todos esos sacrificios, el aula, la calle y la universidad tardía, todo regido por el principio de que la raíz debe ser fuerte para que el árbol prospere.
Pero si hay algo que define su camino y su vida es la profundidad de su devoción católica, alimentada en la primera comunidad del Camino Neocatecumenal en Venezuela. De este camino de fe extrajo la convicción de que cada etapa de la vida, cada triunfo y cada dolor, es parte del plan salvífico de Dios. Esta fe es el verdadero motor que le dio el coraje de enfrentar los acontecimientos de la vida en una Venezuela en crisis permanente y, sobretodo la fortaleza para sobrevivir la pérdida de su hijo y de su esposo.
La verdadera prueba de una raíz no llega con el sol y la sequía, sino con la tempestad. La perdida de un hijo es una herida que la lógica del mundo no puede sanar. Cuando la vida de mi joven hermano, Carlos Gabriel, fue repentinamente arrebatada nuestra raíz familiar se tambaleó.
Pocos años después, la muerte inesperada de mí padre nos dejó en la oscuridad más profunda. Ante estos dos golpes demoledores, se comprometió más profundamente en su comunidad de fe, anclando su fuerza en la oración diaria. 

Carmen Luisa, sin embargo, se negó a romperse, se sumergió en la vida espiritual, buscando la fuerza para sostenernos, y encontró ese sustento en el camino de la cruz.
Como educadora del alma, no nos protegió del dolor, nos enseñó a sobrevivirlo con la esperanza de la resurrección. Su luto fue un acto de amoroso sacrificio, lloró en privado para que nosotros pudiéramos encontrar el camino de regreso a la luz, siempre sostenida por una convicción inamovible.
Hoy, celebramos la inmensidad de una mujer que transformó la adversidad en arcilla para modelar una familia pequeña pero fuerte y unida.
Ella no solo me trajo al mundo, me unió a él, y esa unión es su fe. Su valentía para estudiar, su estoicismo ante el duelo, y su capacidad para navegar ante la crisis con la frente en alto y su mente siempre lúcida son verdaderos galardones que hoy honramos, medallas forjadas en el fuego del sufrimiento, de la profunda devoción y su inagotable espíritu de educadora.
Carmen Luisa Parra de Montiel, es la raíz que nos sostiene, la mujer que nos enseñó que la entereza es el amor incondicional traducido en acción y aferrado Dios, le dedicamos este día. Gracias madre querida, por ser la base inamovible de nuestro ser. Que este 7 de noviembre y cada día sean una celebración de toda la belleza, la fuerza y el legado que nos sembraste.
@angelmontielp
angelmontielp@gmail.com

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