Comercio bilateral con Colombia en pleno apogeo
A pesar de la pela futbolística es indudable la creciente venta de sus productos en tierra venezolana.


Luis Carlucho Martín
Quizás el infernal retraso en el Metro, el domingo pasado --cuya anunciada Luna Roja presagiaba que algo extraordinario iba a suceder-- sirvió para observar con mayor detenimiento la peculiar forma de vida del caraqueño que pulula en el subsuelo mientras usa el aun eficaz medio de transporte masivo.
Me ayudó mucho en la pesquisa el hecho de que el saldo de mi celular había caducado y requería reactivarlo. Sin teléfono, definitivamente, somos seres distintos.
Mi viaje –corto en recorrido pero largo en tiempo– entre Agua Salud y Plaza Venezuela, sirvió para concluir, sin duda alguna, cómo ha mejorado la relación bilateral y por ende la actividad comercial entre Colombia y Venezuela. Ya les explico.
Eran exactamente la 1:25 cuando ingresé a la estación en mi Catia querida. Venía de un fin de semana nostálgico porque habíamos despedido a un hermanito de la vida, Gabriel Eduardo Gil Dorta, o sea Guzugú, o sea el querido gordo Melón. Un tipazo gentil, caballero y amable, de inagotable nobleza, al que su líquida debilidad le mermó la salud hasta el fatal desenlace. Desde donde está nos protege porque es uno de nuestros angelitos. Allá está con sus viejos Azuquita y Belén, con su hermano Eduardo Ratibú, el Negro Víctor Pupú, el Perro Tony y Batido Rivas. Descansen en paz, panitas. Por cierto, hace dos semanas se nos fue otro pana cercano, muy joven, Pablito José Reyes. Dios los tenga en su santa gloria. Aflicción total...y ahora se acaba de mudar de plano otro súper amigo de la vida y del deporte, Ygort Reyes Barrios, hermano del zurdo que ponchó muchas veces a Dave La Cobra Parker.
(Pasé el sábado libando, intentando drenar, con Manuel Gil, hermano mayor de Guzugú. Lo recordamos bonito. Bemba, como llamamos a Manuel, le dedicó el triunfo de su equipo de softbol máster a Melón, con par de hits e igual número de anotadas. Motivo para aumentar el caudal lupuloso. Cumplimos, tal como hubiese querido el finado. Allí, en el kiosko de la mamá de todos, Doña Miriam Cedeño, en el bloque 41 de la zona F del 23 de Enero, las cervezas bien frías cuestan 100 bolos. Nos agarró el diluvio y acabamos con todo el bastimento. Al amainar nos fuimos al bloque 30. Ahí, con un dólar libre, por encima de los 200 bolos, cada cervecita cuesta 125. Así de fácil…y eso lo saben autoridades y colectivos. Y no pasa nada).
…en El Metro, la operación morrocoy se hizo evidente. El tren llegó a Agua Salud exactamente a la 1:50 y 55 minutos más tarde llegué a mi destino…tiempo suficiente para comprobar que hay disparidad entre las cifras de varias encuestadoras de renombre y la realidad del desempleo y la economía informal. Una caterva indetenible de buhoneros, pedigüeños y magos de la trampa callejera abordaban y desalojaban el vagón en cada estación recorrida.
ENCOVI, encuestadora con mucha reputación, indica que en abril de este año el desempleo llegó al 3%. ¿Usted cree eso? Así será si están considerando entre los empleados a la economía informal. Otras empresas, quizás más apegadas a lo que se observa en las calles, indican que el promedio anual se proyecta a 9.4% de desempleo. Repetimos la interrogante: ¿Usted cree eso?
Ante ese dilema nos apoyamos en la Inteligencia Artificial, IA, método de moda que asegura que “la tasa de desempleo en Venezuela fue del 8,9% en el segundo trimestre de 2025, según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), un aumento de 0,6 puntos porcentuales en comparación con el mismo período de 2024”. A ello agregamos esta variable, proveniente de la misma fuente: “En 2025, la economía informal en Venezuela es predominante, con estimaciones que señalan que más del 60% de la actividad económica opera fuera de los registros formales, una cifra superior al promedio de Latinoamérica. Esta situación se debe a la contracción de sectores claves como la manufactura y la pérdida de empleos formales”. Usted sea el juez.
Lo cierto, muy-muy-muy cierto, es que en el entramado mundo subterráneo manda la voz del mudo, la mirada del ciego, la velocidad del lisiado y la viveza del venezolano, que se rebusca porque así lo demanda la dinámica. Todos subsisten y conviven con esa especie que, a pesar de incesantes pero ineficaces campañas, cada vez se vuelve más impune, al ofrecer su montón de productos –casi todos dañinos para la salud– y la gente sigue consumiendo “porque están más baratos aquí que en los kioskos”, o “porque debo llevarle algo a los chamos o a los nietos y esta es la oportunidad de una compra con ahorros…”
“A 180 bolos te compramos el dólar”, anuncia un chamito que no llega a 15 años, que se pasea por todos los vagones con una paca de billetes para cumplir con su papel comerciante del cambio oficial de nuestra moneda ya que el BCV se quedó sin respuesta ante el ritmo acelerado del maldito billete verde. Él compite con una adolescente que exhibe su precoz preñez y con un carajito en los brazos. Como ella hay un bojote --¿epidemia?-- ofreciendo de todo, incluso eso.
Relación bilateral
“Buenas tardes mi Caracas linda, no desaproveches esta oferta, el bocadillo de plátano y guayaba…” Esta fue la oferta más repetida durante mi viaje. Incluso los buhoneros de la parte externa de Agua Salud lo estaban ofreciendo en cantidades industriales.
“A los que se acaban de montar en esta estación, les advierto que estoy pidiendo plata para comprar PREGABALINA para aliviar mis dolores. Además, tengo el compromiso de comprar el tratamiento para mi diabetes y otros males. Si les sobra un sencillo, un billetico o cualquier forma de dinero –sin pedir favor alguno y en tono medio altanero como si todos fueran culpables de su lamentable miseria–, acércamelo al tubo donde estoy agarrado para no caerme. Soy ciego y amputado de ambas piernas”, dice este viejito, trajeado de pobreza extrema a bordo de su achatarrada silla de ruedas, con agresivo discurso que muestra esa Caracas y ese país que no se puede esconder. Algunos se acercan y le dan lo que sea. De eso vive a medias.
Ese señor se bajó también en Plaza Venezuela y allí comprobé que no era truco nada de lo que decía. Lo acompañaba un harapiento tipo joven que le servía de guía junto a un par de vendedores de bocadillos, los mismos que ofrecieron en todo el trayecto y que compran dólares a la tasa que ellos digan. Cuando pasaron junto a mí leí la etiqueta de un empaque: “Hecho en Colombia”. Les pregunté y con un guiño de aprobación dieron a entender que la venta está buena.
Colombina, Súper de Alimentos y CIFRUTICOL INDUSTRIAL son las empresas colombianas que producen los bocadillos, además de gomitas, dulces, caramelos –entre ellos los CHAO, muy vendidos en el Metro.
A los buhoneros les salen más baratos los importados que los que fabrican Inversiones Don Carlo CA, La Artesana de Alimentos y Productos San Francisco, de Aragua, o los que distribuyen Industrias del Valle o Dulcería La Extrafina, del Táchira.
¿Cuánto dura lo bueno?
En el trayecto hacia el nuevo terminal para los Altos Mirandinos, vi mucha gente con electrodomésticos comprados en DAMASCO –¿De dónde sacan plata? “Compramos con Cashea”, me dijo una sonriente muchacha que, junto a su pareja, llevaba un televisor de 32” y un microondas–. También había un grueso grupo de vendedores de chucherías. Todos ofrecían como producto principal los famosos bocadillos colombianos. ¡Algo está pasando!
Al margen del retraso en el Metro, reconocemos las mejoras, como en situaciones recientes: Aire acondicionado, escaleras mecánicas y el perfecto mecanismo de las tarjetas electrónicas para el cobro del pasaje. De igual modo, mil puntos para la gerencia del moderno terminal que está al lado del Sebín, ahí en la Zona Rental.
Allí consulto para recargar saldo de mi celular en la tienda Canguro. “Solo efectivo”. Me jodí, pensé. “Señor, aquí al lado le dan el efectivo, pero le cobran 10 bolos por cada 100”. El usurero local, que promueve lo ilegal y que dañará muy pronto al moderno terminal, se llama “Panadería Terminal Plaza”. Hacen sus negocios ante la mirada cómplice de los agentes de seguridad. Entonces no son 1000 puntos. A corregir eso. He dicho.
Abordé mi buseta hacia Los Teques. Yo me quedo en La Cascada. One dólar o 130 bolos cada pasaje –en todos lados tiene un cambio distinto–. Iba observando a mis compañeros de viaje. Nadie le ve la cara a nadie. Todos, menos yo, imbuidos en las pantallas de sus celulares. Recuerda que no tengo saldo, porque si no estuviera como el resto, idiotizado con el teléfono.
Recordando que el día siguiente, lunes 8, se veneraba especialmente a Vallita le rogué resolver sin sangre el lío del Caribe, le pedí suerte para la vinotinto y para pegar mi cuadrito del 5 y 6. Pero la fe, a pesar de estériles eslogans que venden ilusiones, requiere de la intercesión de todos. Dios dijo ayúdate que yo te ayudaré. No basta tener fe. Hay que trabajar en ella.
El Caribe sigue encendido. La vinotinto, a pesar de los pronósticos de los pavosos de Televén y otros especialistas, jajaja jajaja, rodó, y feo, casualmente ante Colombia. Y apenas llegué a Carrizal supe que me había caído en la primera válida de mi humilde formulario. “¿Será que esa Luna Roja de esta noche asusta a los marines?”, me preguntó con cara de incrédula una señora.
Con tantas golosinas colombianas en manos de los buhoneros decidí revisar los números del comercio bilateral. Según versiones oficiales, “entre 2022 y 2024 el comercio bilateral con Colombia creció 53,65 %”. Me imagino que las reveladoras cifras deben incluir este año la creciente venta de los sabrosos bocadillos que llegan desde la hermana República.
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El Pepazo