Tranvías Eléctricos de Caracas nació en 1907

Lo hizo en una Caracas que aún ni soñaba en llegar a 100 mil habitantes, y funcionaba por la tracción de caballos y mulas, toda vez que la electricidad brillaba por su ausencia.

Tranvías Eléctricos de Caracas nació en 1907
Tranvías Eléctricos de Caracas nació en 1907
Tranvías Eléctricos de Caracas nació en 1907

Luis Carlucho Martín

Exactamente en 1881 se dio la inauguración de la céntrica ruta del tranvía de Caracas entre Gradillas y Parque Carabobo, y hoy, a poco más de un siglo no se avizora nada para celebrar porque en el Metro de Caracas, heredero del antiguo sistema de transporte, a pesar de algunos esfuerzos se refleja el desgastante deterioro desde lo operativo hasta su ambiente y su influencia en la cultura caraqueña. No busquemos culpables sino soluciones.

Valga decir que aquel –el que hoy debería estar de fiesta–, en sus rutas totales de una Caracas que aún ni soñaba en llegar a 100 mil habitantes, funcionaba por la tracción de caballos y mulas, toda vez que la electricidad brillaba por su ausencia.

Para aquellos años de una Caracas entre lo rural y lo semi moderno, Tranvías Bolívar, cubría las rutas Plaza Bolívar y Los Palos Grandes, inicialmente, además de Caño Amarillo a Quebrada Honda, mientras que Tranvías Caracas hacía su recorrido por La Pastora, Puente Hierro, El Paraíso y también Palos Grandes. Ambos funcionaban tirados por animales amaestrados, al punto que andaban a velocidades que no representaban riesgo alguno y se detenían con el timbre que sonaban los pasajeros al aproximarse a sus respectivos destinos.

Con la entrada del siglo XX y la aparición del novedoso sistema eléctrico capitalino –sin iguanas terroristas– el viejo modelo de transporte abrió paso a nuevos carruajes, guiados por su respectivo cochero, quien administraba las rutas valiéndose del impulso generado por el voltaje que había traído el modernismo. Así, Tranvías Bolívar y Caracas no solo cerraron sus puertas, sino que debieron vender sus bestias, porque habían quedado desempleadas.

Asumió la responsabilidad del transporte Tranvías Eléctricos de Caracas, con la inauguración de una ruta entre Los Flores de Catia a El Valle el 15 de enero de 1907, con sus capítulos de evolución –nuevos vagones y luego trolebuses made in Caracas– hasta 40 años más tarde, cuando el boom de la gasolina y la llegada de los autobuses y los carros particulares sentenció la muerte del entonces vetusto –pero muy importante para la historia del transporte público nacional– sistema, que en la actualidad es representado por el Metro, no solo en Caracas, sino en otras ciudades de preponderancia nacional.

Lástima que aquellos vagones que medían 7.3 metros de largo por 1.6 de ancho mutaron en estos novísimos e inmensos vagones franceses con aire acondicionado que pocas veces funciona, con fallidas luces internas que hacen más lúgubre el ambiente para los pasajeros. Ellos deben sortear todo tipo de anárquicas estrategias de la muy mal llamada economía informal, de la ineficiencia del propio sistema de transporte, de los cuerpos encargados de la seguridad que descaradamente se dedican a la matraca, entre otros males del modernismo y del estúpido vivo criollo.

En aquellos espacios reducidos de otrora no hubiese existido condiciones para la proliferación de miles de mendigos, pedilones, vendedores de lo que sea, delincuentes, carteristas, ciegos que ven la vida de otra manera, sordos que oyen lo que les conviene, mudos que hablan mal de sus compinches de causa… y los mancos por aquí y los cojos por allá.

Recientemente se encontraron seis ciegos en un vagón. En lo que uno de ellos inició su insólito y muy gastado discurso con un amenazante “buenos días, porque la educación está por encima de todo”, tipo regaño, pues, otro invidente reconoció su voz. “Ese es Juan, de Petare”. Y otro, que iba apartando gente blandiendo su bastón cual la espada independentista que aún no halla su objetivo, gritó, “mosca que por ahí anda un viejo ciego que es tremendo pajúo; es nuevo en el Metro y ya nos quiere joder el rebusque”. Todo esto de la manera más vulgar y descarada. La gente opinaba. Un veterano que tenían rato criticando la situación del país, no dejó pasar la oportunidad. “Yo he visto a ese viejo. Siempre dice que los otros ciegos no son ciegos un coño. Que son unos avispados del barrio xxxxxxxxxxxx, que piden real para drogarse y después robar”. La cosa se empezó a tornar fea, porque un señor de unos 70 años aproximadamente que venía calladito, sentado en las sillas azules para la gente de la tercera edad y los discapacitados, se paró de repente y cual Dartagnán lanzó varios sablazos con su improvisado bastón –que no es de ciegos; más parecido a un garrote–, y en acto de mea culpa se confesó públicamente: “Yo soy ese viejo. Cuál es el peo. Tengo glaucoma. Veo un poquitico y con eso me basta para saber que estos que vienen aquí son malandros. Estos martillan plata y en la tarde se bajan en Colegio de Ingenieros para arrebatarse”. Ante la grave denuncia, otro ciego, mucho más joven, atlético, se guio por puro instinto, por sonido y le llegó al viejo. Se dieron unos puños, pero de ahí no pasó. Menos mal. Aunque hubo amenazas de muerte. Eran como las 11 de la mañana. Mucha gente testigo del tétrico espectáculo que se veía interrumpido por el vendedor de pañitos a 12 por un “dolita”, o 4 por 12 bolos. Caramelos de todo tipo a “boliba”. Chicles de menta y yerbabuena a un verde el paquete de 5 unidades. Chocolates, los primos de Bachy en oferta irresistible. Vendo hisopos de madera con buen algodón y tengo el “Vaporú”. Tetas de tamarindo, parchita y guanábana “pa la calol”. Epa Caracas linda, mi gente bella, mi gente educada, te traigo tres bolígrafos por 50 bolos y uno por 25. Y quién sabe cuántas vergas más, mientras pasa el desfile de los que piden medicina para sus hijos que hace un año se estaban muriendo. Te enseñan el mismo récipe, ya todo ajado, casi borroso y manchado por la dejadez y la mentira. Y la gente sigue cayendo en el viejo truco.

¿El otro ciego? El que desde sus alturas se niega a ver esa y otras realidades: choros, gente joven que se adueña de los puestos destinados a viajeros de la tercera edad, mal vivientes –y mal olientes– que se lanzan en medio de los pasillos, se sientan en el piso y ocupan los espacios comunes. Y el que reclame se ve amenazado por posibles puyazos con sus muy filosos punzones. A ellos se unen menores de edad en situación de explotados por mayores, niñas y niños evidentemente bajo efectos de sustancias sicotrópicas que en tono aterrador pretenden recibir auxilio monetario sí o sí de parte de personas visiblemente vulnerables. Y nadie se mete. Todo es aderezado por unos cantantes improvisados que estorban con sus cornetas más grandes que las que usaba Kiko Mendive en Radio Rochela cuando hacía el sketch de Casanova. Por otro lado, un tipo pagando promesas habla de la biblia. Lo mismo hace una Doña en su silla de ruedas que confunde las sagradas escrituras con esquirlas de oraciones espiritistas de Juan del Tabaco o del Ánima Sola, todo sea por la fe. Y nadie hace nada. La gente lo que quiere es llegar a su estación de destino para escapar del calorón infernal, del mal servicio, de aquel ambiente hostil y de la realidad. El tren se detiene en medio del túnel. Su conductora no explica nada. Y cuando arranca se equivoca y nombra una estación que acabamos de pasar. Es una grabadora, dice alguien justificando la pifia. Por fin alguien actúa. Unos funcionarios de seguridad. Agarran a algunos revendedores, se los llevan hasta Caño Amarillo y allí los desvalijan. O sea…

Los hacedores de opinión pública, los influencers, los youtubers, los dueños de encuestadoras, no deberían desaprovechar un viajecito en el subterráneo para recoger el verdadero sentir del pueblo de a pie. La balanza atenta contra todos los políticos, de todas las tendencias. La gente está cansada. Hace comparaciones con otros tiempos y otros países. Pero no pasa nada. La desatención está llegando al llegadero. Pilas. Después puede ser tarde… He dicho

PD: Esto sucedió hace algo así como año y medio. Ha mejorado –aunque no del todo– el aire acondicionado, algunas escaleras mecánicas. Es una maravilla el sistema de pago a través de la tarjeta electrónica. Han adecentado el sistema pintando estaciones y cambiando pisos y paredes. Es que el caraqueño se merece un servicio de primer mundo. Punto. Pero no se ha podido cantar victoria en la lucha con la informalidad y el caos que ello genera…

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