Gaza: el espejo roto del siglo XXI

Quien fue víctima y se hace verdugo, no busca justicia: busca perpetuar el trauma como poder.” ANACLETO  

Gaza: el espejo roto del siglo XXI

 Luis Semprún Jurado

Hoy, El Bohemio tenía un silencio extraño. El aire era distinto. No por el café ni el humo. Era la pena. Nadie hablaba muy alto, ni siquiera el ventilador se quejaba. Anacleto llegó puntual. El sombrero desflecado, el cigarrillo en la mano, los ojos cargados de historia y una mirada que venía desde lejos, como si viniera desde Gaza. Se sentó, sorbió café, y soltó: «Camaritas… hoy vamos a hablar de un crimen. No de un conflicto. Lo de Gaza no es una guerra, es una masacre. No es una lucha religiosa. Y el verdugo no es una nación en defensa propia; es un régimen político llamado sionismo. Anótenlo: Sionismo. No judaísmo, no fe, no Torah. El sionismo es una ideología expansionista, racista y militarizada, nacida a finales del siglo XIX, que convirtió un mito bíblico en doctrina geopolítica. Y esto que ocurre en Gaza no es un conflicto milenario entre dos pueblos que se odian. Eso es lo que repiten para que ustedes no piensen. Esto es una colonización brutal, moderna, transmitida en alta definición y financiada con dólares, y lo peor, disfrazada de defensa propia.» Un estudiante de Historia, confundido, preguntó: «¿No es lo mismo ser judío que sionista?» Anacleto lo miró con ese gesto que mezcla ternura con decepción. «Camarita… Judío es quien cree en la tradición de Abraham; sionista es quien cree que esa fe le da derecho a desalojar, bombardear, robar y ocupar. El sionismo es al judaísmo lo que el Ku Klux Klan es al cristianismo. Sería un grave error confundir al SIONISMO con el JUDAÍSMO, FANATISMO con FE. El primero es una ideología política, con su maquinaria de exterminio, como lo fue el NAZISMO. El segundo, una religión antigua que ha sido usada como escudo para justificar el abuso. Porque ahora, las víctimas de ayer son los victimarios de hoy. Y no unos cualquiera: son más crueles, más sistemáticos, más impunes.» Miró al joven estudiante y suavemente aclaró: «Y no, no exagero. Lea a Theodor Herzl, lea a Ben Gurión. Hablaban de “limpieza demográfica”, de “transferencias forzadas”, de “muros de seguridad” antes de que se hablara de Auschwitz. Sí, camaritas… hay algo trágicamente siniestro en esto: los nietos del Holocausto han construido su propio gueto… pero esta vez, desde el lado de los alambres.» Un joven músico interrumpió con timidez: «Pero... ¿no es lícito defenderse de los ataques?» Anacleto bajó lentamente la taza, y con una mueca de pesar, replicó: «¿Defenderse? Defenderse, SÍ, claro. Pero matar a 55 mil civiles, bloquear alimentos, bombardear hospitales, disparar en la cabeza a niños que buscan agua... eso no es defensa. Es genocidio; es limpieza étnica; es una repetición, con otros uniformes, de lo que se suponía había terminado en 1945.» Sacó una copia del periódico y señaló los titulares con rabia contenida: «Miren los hechos», dijo, desenrollando una vieja copia del periódico: «Más de 2 millones de palestinos atrapados, sin agua, sin luz, sin comida. Una niña muere cada diez minutos. ¡Y se atreven a hablar de civilización! Las mismas potencias que juraron “nunca más” financian esta masacre con misiles de precisión. El doble rasero es tan obsceno que da asco.» Se detuvo. Encendió otro cigarrillo. El humo lo ayudaba a medir la rabia. «Gaza no es una zona en conflicto. Es un campo de concentración a cielo abierto. Dos millones de seres humanos encerrados sin posibilidad de salir. Y cuando se quejan, les caen desde un F-16, 500 kilos de democracia.» Una joven activista levantó la mano. «¿Es venganza, Anacleto? ¿Es que ahora quieren hacer pagar a los árabes lo que les hicieron los nazis?» Preguntó. «Buena pregunta», dijo él. «Yo me la he hecho también. Y la respuesta es escalofriante: es ambas cosas. Venganza… y negocio. El trauma del Holocausto se convirtió en licencia para la impunidad. Gaza se volvió un laboratorio: de armas, de control social, de propaganda. ¿Sabe usted cuántas empresas militares prueban tecnología en Gaza antes de venderla al mundo? ¿Sabe cuántos discursos de odio se exportan con sello de ‘defensa’ desde Tel Aviv?» El coronel retirado, hasta ahora en silencio, preguntó: «¿Y qué dice EEUU?» Anacleto soltó una risita ácida. «¿Decir? ¡Lo financia! ¡Lo legitima! ¡Lo aplaude! Hoy, con Donald Trump reeditado y su secretario de Estado Marco “Narco” Rubio al frente, Estados Unidos no solo aplaude: dirige la orquesta desde Washington. Y quizás, sólo quizás, el convicto anaranjado del norte ya tenga preparado el “plan Marshall sionista” para reconstruir Gaza... con hoteles. Frente al mar. Porque donde hoy hay ruinas, tierra arrasada, mañana quieren construir hoteles. Sí, camaritas… no se sorprendan si un día nos venden “el nuevo Dubai palestino”, construido con manos forzadas, memorias quemadas y cemento “made in USA”.» La taza de café se había enfriado, pero nadie se movía. Una profesora de literatura preguntó: «¿Y el mundo? ¿la ONU? ¿La Corte Penal?» «Están redactando comunicados» suspiró Anacleto. «Como quien ofrece panfletos a una casa en llamas. La ONU habla, Estados Unidos veta, Europa finge y calla. Las redes vomitan confusión: confunden al sionista con el judío, al asesino con la víctima, al ocupante con el desplazado. Anótenlo: los muertos de Gaza no son daños colaterales. Son parte del negocio»agregó con parsimonia. «No se trata de erradicar el terrorismo. Se trata de reescribir el mapa. Y como decía mi abuelo… quien necesita borrar un mapa… es porque nunca fue dueño del terreno.» Se levantó despacio. Ajustó su chaqueta. «Quieren que el mundo confunda fe con fascismo. Y que quien critique al verdugo, sea tachado de antisemita. Pero la verdad, camaritas, es más sencilla: hay niños sin piernas, madres sin leche, hospitales sin oxígeno y gobiernos sin vergüenza. El sionismo no es religión. Es doctrina de exterminio. Y Gaza es su altar sangriento.» Anacleto sonrió, sabiendo que la conversación estaba lejos de terminar. «Escriban, camaritas, escriban. La historia la escriben los sobrevivientes… si alguien los deja vivos. Los muertos, aunque no hablen, no mienten. Que se sepa. Que se recuerde. Porque el olvido también mata, aunque eso es otro capítulo de esta historia. Pero les aseguro que es igual de oscuro y perturbador.» Salió hacia los sanitarios, pero en la mesa quedó una idea sin desarrollar, un cigarrillo a medio apagar… y el peso de una verdad que aún el mundo no se atreve a mirar de frente.

Solo basta una mirada más allá de los escombros para darnos cuenta de que no es una metáfora el decir que Gaza ha sido transformada en un campo de concentración a cielo abierto: es una realidad numérica. Sólo en mayo, la escuela Fahmi al-Jarjawi fue bombardeada, matando al menos a 36 personas, entre ellas 18 niños. El porcentaje de civiles muertos en Gaza es abrumador: entre 80 % y 90 % según múltiples estudios. Las Naciones Unidas ya califican al territorio como “el lugar más hambriento del planeta”, con el 100 % de la población en riesgo de hambruna, y alertan sobre un desastre absoluto si no se permite el paso de ayuda. Les dicen que es guerra, pero no les dicen la verdad: Gaza sufre un bloqueo total desde marzo. Han congelado los camiones de ayuda, faltan 300 al día, y ahora mueren 470 000 personas en estado crítico de inanición. UNICEF advierte que decenas de miles de niños padecen malnutrición aguda. Con estos datos oficiales cabe preguntarnos: ¿Venganza, negocio o despecho? Porque las tres categorías deben ser tomadas en cuenta a la hora de un análisis profundo.

¿Venganza? Puede ser. En el pasado nunca pudieron vencer al pueblo otomano. ¿Interés económico? Por supuesto. Las empresas de armas prueban su nueva artillería allí. ¿El plan de Trump? Fácil: Gaza puede ser “el próximo resort protegido por muros nucleares”, financiado por quienes lucran con la violencia. Si esto de verdad fuera una guerra, existirían líneas del frente y tendríamos dos ejércitos, sin importar que uno fuera mucho más grande. Pero aquí solo hay poblaciones marginadas recibiendo migajas, hambre y sufrimiento. Al final, el sionismo hoy revive la lógica más aberrante del nazismo: un exterminio planificado contra una población desarmada. Eso no es guerra… es genocidio moderno. Y no, no confundan el SIONISMO con el JUDAÍSMO. El primero es una ideología política, con su maquinaria de exterminio, como el NAZISMO. El segundo, una religión antigua que ha sido usada como escudo para justificar el abuso. Es un craso error confundir fe con fanatismo. Como bien dijo Anacleto: “Ahora, las víctimas de ayer son los victimarios de hoy. Y no unos cualquieras: son más crueles, más sistemáticos, más impunes”. Los pueblos oprimidos tienen buena memoria y los palestinos llevan más de setenta años llevando leña del invasor sionista.

Matar a 55 mil civiles, bloquear alimentos, bombardear hospitales, disparar a niños que buscan agua... eso no es defensa. Es genocidio. Es limpieza étnica. Es una repetición, con otros uniformes, de lo que se suponía había terminado en 1945. Irán,  en respuesta a un ataque israelí, acaba de atacar en Tel Aviv instalaciones militares y el gobierno genocida de Netanyahu, ese carnicero con corbata de seda y manos manchadas de sangre, empezó a gritar que Irán está cometiendo genocidio contra Israel. Es decir, acusan a Irán de hacer lo que ellos llevan años haciéndole a Palestina. Israhell posee armas nucleares y “pide a EEUU” que no le permita a Irán tenerlas también por el terror que les causa verse en el espejo de Gaza: ruinas, tierra arrasada, desolación y muerte. Como también expresó Anacleto… “eso es otro capítulo de una historia que no ha terminado”. Los palestinos siempre han vivido allí; los “sionistas”, desde la época del imperio otomano, a través de Herzl, pedían un “pedazo” de tierra donde crear su nación. Eso de “la tierra prometida” es el invento más increíble que se ha escuchado. ¿Cuál es la traducción de ISRAEL? La Historia nos la está contando.

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