Marco Rubio: El “hijo americano” y la farsa de su ética
"El secreto de la vida es la honestidad y el juego limpio, si puedes simular eso, lo has conseguido todo." GROUCHO MARX

Luis Semprún Jurado
El Bohemio está lleno del aroma denso del café recién colado. Es media mañana, la luz entra tamizada por las cortinas y los parroquianos saben que Anacleto tiene algo entre manos. El portafolio de cuero descansa abierto, y sus gafas, ladeadas, parecen apuntar cual daga a las mesas donde su auditorio aguarda la charla. «Anacleto, ¿qué piensas del flamante Secretario de Estado, Marco Rubio?» dispara el pichón de periodista, con ironía fingida. Anacleto sonríe, se remueve en la silla y, tras un sorbo de café, deja caer la primera frase: «Un hombre que empieza su autobiografía mintiendo ya nos adelanta la trama. Su Hijo americano (2012) se presenta como descendiente de exiliados que huyeron del comunismo. Y uno lo lee casi con ternura, como si fuera la epopeya de una familia marcada por la tragedia histórica. Pero, ¿qué comunismo en 1956, si Batista aún reinaba en La Habana? Sus padres llegaron como tantos otros: migrantes económicos con visas temporales de trabajo. Él mismo, al escribir, se condenó. Ese libro no es memoria, es un manual de propaganda. Como diría Balzac: “Detrás de cada gran fortuna se esconde un crimen no confesado.”» Hizo una pausa para soltar una reflexión «La trayectoria de Rubio ejemplifica la tensión entre narrativa personal y ética política: mientras construye su imagen como "hijo del sueño americano", acumula contradicciones que sugieren “privilegios de élite, opacidad financiera y dobles estándares en políticas migratorias”. Sé que faltan pruebas concluyentes para hacer acusaciones directas, pero el patrón de su conducta genera “dudas razonables” sobre “conflictos de intereses”. Fíjense como ejemplo, camaritas, que en 2012 Rubio usó tarjeta de crédito republicana para gastos personales, incluido el remodelado de una piscina en su casa por un monto de $34,000 dólares y fue descubierto. Pagó multas éticas, pero no fue procesado judicialmente, según un informe de la Comisión Ética de Florida. Sí… existen contradicciones éticas y morales, conexiones cuestionables y opacidad financiera del senador estadounidense de origen cubano, al que por cierto, en la “Pequeña Habana” tildan de traidor.» La gente en las mesas se agita y murmura. «¿No y que eran exiliados?» pregunta, con sarcasmo el boticario. «No, eran buscadores de pan.» respondió Anacleto «Y vaya que lo encontraron: el padre, de barrendero en La Habana a bartender en La Calle 8; la madre, de ama de casa a costurera. Vidas dignas, sin duda, pero Rubio prefirió disfrazarlas con la épica del exilio. ¿Será que desde el inicio intuyó que su carrera necesitaría mitos más que verdades?... La gente tiene que saber quién es el verdadero “Marquito”, el vendedor de humo, ese que vive en la farsa, que predica una cosa y hace otra.» «Y nunca mencionó a su cuñado, ¿verdad?» sugirió el viejo periodista «Claro que no.» gruñó Anacleto «Orlando Cicilia, esposo de su hermana Bárbara, fue arrestado en 1987 con 75 kilos de cocaína. Condenado a 12 años, salió en cinco. Se dice que gracias a “altas influencias” ¿Cómo se conjuga esa sombra con la pose de cruzado contra el narcotráfico? Recuerden a Galeano: “La hipocresía es el tributo que el vicio rinde a la virtud.” Rubio ha pagado ese tributo tantas veces que ya se confunde si habla como senador, abogado de narcos o Secretario de Estado.» El coronel retirado golpea la mesa: «¿Y no defendió él mismo a uno que lavaba dinero?» «Exacto, camarita» murmuró Anacleto, luego de apagar su cigarrillo. «A Hugo Sicilia, acusado de lavar 20 millones para el Cártel de Juárez. Rubio. Lo defendió con su bufete Rubio & Becker, con el argumento de un “error contable”. ¿Error? ¡Jajaja!. Pero, como decía Maquiavelo, “un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper su palabra.”» El coronel retirado insiste: «Pero Anacleto, ¿cómo pasa de esas cloacas a la política nacional?» El silencio se hizo pesado. Anacleto tomó otro sorbo, pausado, antes de continuar. «Con padrinos, siempre con padrinos. Los Díaz-Balart, herederos de la vieja élite batistiana, lo apadrinan, le abren Radio Martí, lo bañan en la retórica anticastrista. Y de allí, el salto a senador y a los brazos del lobby petrolero. Exxon, CITGO, los mismos que más tarde coincidirían con sus bienes raíces, su mansión en Miami, los Rolex que brillan más que su discurso.» El sindicalista pregunta con sorna: «¿Y de Venezuela?» Anacleto afila la voz: «Allí está el verdadero escenario. Rubio encontró en el petróleo venezolano la llave para complacer a su jefe naranja. Promovió sanciones que hundieron economías familiares, mientras su esposa compraba propiedades en West Palm Beach y Miami. “Coincidencia”, dirán. Pero los registros muestran depósitos, trusts en Islas Caimán, un flujo de dinero que casualmente acompaña cada sanción aprobada.» La profesora preguntó asombrada «¿Y ahora, en el Caribe?» Anacleto inhaló y exhaló el humo de su cigarrillo y con parsimonia soltó: «El último acto de su farsa. Anuncia “guerra contra el narcotráfico” en aguas donde apenas transita un 5% de la droga. Se fotografía en barcos y bases militares en Ecuador, desde donde sale más del 84% del tráfico hacia EE.UU. y Europa, según la ONU; se reúne con un presidente que todos saben, maneja las rutas del polvo blanco. ¿Será que el mapa del narcotráfico cambia según los intereses de Washington?» El viejo periodista aplaude la ironía y pregunta: «Entonces, ¿qué nos queda, Anacleto?» Anacleto, con la paciencia que da la experiencia, le responde «Nos queda un hombre que habla de moral con un Rolex en la muñeca, que posa como guardián de la democracia con un cuñado narco, que se vende como hijo del exilio cuando sus padres solo buscaron trabajo. Un hombre que, como decía Tolstoi, “se ocupa en engañar a los demás, y termina engañándose a sí mismo.”» Apura el café, cierra la libreta y remata: «Marco Rubio no es el hijo americano: es el ahijado perfecto de la impunidad. Y si ataca a Venezuela con tanto ahínco, no es por principios ni valores, sino porque el petróleo, ese dios moderno, dicta su agenda. Porque, como recordaba Galeano, “los que trabajan tienen miedo de perder el trabajo, los que hablan tienen miedo de hablar, y los políticos tienen miedo de perder el favor de los poderosos.”» Ahora todos querían hablar al mismo tiempo. Anacleto los dejó hablar, como quien disfruta la orquesta de la duda. Finalmente, apoyó ambas manos sobre la mesa. «Marco Rubio representa el modelo perfecto de una ética de alquiler. El niño del “exilio inventado” se convirtió en adulto del “petróleo asegurado”. Nos dice que lucha contra dictaduras, pero calla sobre su dinero en las islas Caimán, sobre David Rivera, su operador detenido por actuar como agente extranjero, sobre las mansiones y relojes que no cuadran con su salario. Y mientras tanto, amenaza a Venezuela como si fuera una guerra personal. Pero lo que está en juego no es la democracia: es el crudo, es el Caribe, es la obediencia a su amo político. ¿Será que algún día la historia se encargue de devolverle la verdad que él quiso borrar de sus primeras páginas?» Con la media sonrisa de quien huele la pólvora antes de que estalle, Anacleto bajó la voz: «Y todavía falta lo mejor, camaritas. Se dice, se comenta, que el jefe naranja le tiene montada una celada a su pupilo. Que lo usará en la Secretaría de Estado hasta diciembre, el tiempo justo para que su hermana se siente en el Senado y el vice Vance se proyecte como presidenciable. Y después, ¡zas!, lo deja en el aire: sin curul, sin cargo, sin paracaídas. ¿O acaso creen que Trump no le conoce las verdaderas intenciones a Rubio? La supuesta lealtad se paga con la moneda del desprecio. Así es el poder: quien juega a serruchar, termina con la rama rota en las manos». La gente guarda silencio. En El Bohemio, hoy las palabras de Anacleto no dejan certezas, solo preguntas que se clavan como anzuelos en la mente de quien escucha. «El poder, camaritas, no solo desnuda, también exhibe. Y aquí tenemos a un hombre que empezó mintiendo sobre su origen y terminó fabricando enemigos para justificar su fortuna. El verdadero exilio de Rubio no fue de Cuba: fue de la verdad».
El mito fundacional - La narrativa de Rubio se construyó sobre la idea de ser hijo de exiliados del comunismo, pero los archivos migratorios prueban lo contrario. Sus padres llegaron en 1956, tres años antes del triunfo de Fidel Castro, como tantos migrantes económicos. El mito del exilio no solo le dio una base política dentro del electorado cubano de Miami, sino que lo blindó frente a la crítica: cuestionar a Rubio era cuestionar el sufrimiento del exilio. Sin embargo, esa falsedad inicial nos lleva a la pregunta: cuántas otras narrativas en su carrera son artificios. La omisión de su cuñado Orlando Cicilia, traficante condenado, es la segunda capa de silencio. Rubio aprendió pronto que la política en Miami no se alimenta de hechos, sino de relatos. Y si el relato necesita héroes, él está dispuesto a inventar su propia epopeya. Hoy la cubanidad lo tilda de traidor.
El negocio del petróleo - Desde su llegada al Senado en 2010, Rubio abrazó con fuerza la agenda petrolera. Sus principales donantes provenían de Exxon y lobbies energéticos. Cada sanción contra PDVSA o CITGO coincidía con movimientos financieros en las propiedades familiares, préstamos sospechosos y depósitos en fondos opacos. La cronología habla más fuerte que los discursos: en 2017, tras promover sanciones, Sunshine Properties, empresa ligada a su esposa, adquirió propiedades en West Palm Beach. Ese mismo año, Exxon ganó contratos en Venezuela. Mientras se nos vendía la retórica de libertad y democracia, en los registros aparecían relojes Rolex, mansiones y trusts en paraísos fiscales. La pregunta es inevitable: ¿defendía a los venezolanos o a los accionistas?
Narcotráfico y Caribe - La “guerra contra el narcotráfico” en el Caribe es el capítulo más contradictorio de Rubio. Con estadísticas de la ONU en mano, apenas un 5% de la cocaína mundial transita por esa ruta. El 84% sale desde Ecuador y Colombia, pero allí los acuerdos políticos son intocables. Días atrás, Rubio se reunió con el presidente de Ecuador para ratificarle su apoyo, pese a los informes que señalan al país como principal corredor de droga hacia EE.UU. y Europa y a sus empresas como sus exportadoras. Así, mientras se militarizan las aguas del Caribe con buques norteamericanos, los verdaderos cargamentos cruzan el Pacífico y el Atlántico casi sin obstáculos. La guerra, entonces, no es contra la cocaína, sino contra la soberanía. El Caribe se convierte en escenario para presionar a Venezuela y mostrar fuerza, aunque los números expongan la farsa.
La trampa del jefe naranja - Se dice en los pasillos de Washington que la “lealtad” de Marco Rubio no engaña a su jefe. Trump, experto en cobrar afrentas, no ha olvidado cómo el senador lo llamó “peligroso” durante las primarias de 2016, ni cómo sus operadores tanteaban una agenda presidencial propia. Fuentes allegadas al Partido Republicano han alertado que la silla de Rubio es temporal: la jugada sería mantenerlo como Secretario de Estado hasta diciembre, mientras la hermana de Trump asegura un curul en el Senado y el vicepresidente J.D. Vance refuerza su perfil de candidato sucesor. Después, sin Senado que lo respalde y con el cargo en el gabinete en manos del mismo Trump, quedaría expuesto y prescindible. ¿Será que Rubio no advierte la trampa, o confía demasiado en su habilidad para nadar entre tiburones? Se cree que la ironía es evidente: quien se dedicó a serrucharle la rama a tantos, pudiera terminar cayendo por la sierra de su propio jefe. Y entonces, la “supuesta lealtad” se revelará como lo que siempre fue: una moneda falsa que, tarde o temprano, nadie quiere recibir.
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