Pugnas históricas por la vacuna
Ciencia y conocimiento ancestral de la mano desde siempre
Luis Carlucho Martín
Desde que en tiempos inmemoriales el Jebu Boroboro juró vengarse del pueblo warao por haberlo desterrado hacia las montañas a manera de degredo, porque padecía "la fiebre de muchos granos" --en referencia a la viruela--, ciencia y conocimientos ancestrales se asociaron para combatir a ese y otros males, y con altos y bajos incluidas sus nefastas huellas, las crisis de salud pública siempre fueron superadas.
Antes de la importación de la viruela --a finales de 1500-- en barcos de neocolonizadores esclavistas que andaban en lo nauseabundo como Pedro por su casa, ya la humanidad estaba sentenciada a vivir en constante lucha por controlar pestes con tratamientos y vacunas, como sucede en estos días donde se suman las guerras, informativa y económica, entre los países más poderosos para ver quién patenta, comercializa y se enriquece con la dosis de inoculación necesaria que le dé un parao a la pandemia.
Jebu Boroboro fue un espíritu maligno. No solo propagó la viruela y sus 17 brotes en los siglos XVI y XVII, sino que permitió que a Caracas llegasen, siempre importadas, terribles dolencias como sarampión, peste bubónica, fiebre amarilla, paludismo y otras menos fuertes como el tifus, la tosferina, difteria, tuberculosis, lepra y gripe común. Y ahora se suman distintos tipos de dengue, chikungunya y modernas enfermedades contagiosas como la AH1N1, además de este virus que por ahora usa corona.
Una luz en el túnel
De esas extrañas pero efectivas mezclas de la literatura médica, made in Europa, y lo aprendido de boca en boca, de los chamanes a abuelas a padres y a hijos, se popularizó el pastoreo citadino de ganado vacuno bajo la creencia de que el contacto generaba inmunidad; lo cual no estaba tan alejado de la realidad. Pero era con otra metodología. Ello implicaba inoculación de ciertas materias y sueros. Ve luz la variolización, iniciada con el Dr Edward Jenner a finales del siglo XVIII y reafirmada por Louis Pasteur un siglo más tarde, sobre todo con su popular vacuna contra la rabia. Nace la inmunidad.
Ordenada por el rey Carlos IV de España, en Venezuela se instauró la Junta Central de Vacunación con los doctores españoles Francisco Javier Balmis y José Salvary, quienes confirmaron cerca de 40.000 vacunados contra la viruela, que era la prioridad.
Basados en nuevos estudios se funda en Caracas y Maracaibo las sedes del Instituto Pasteur para diagnóstico, tratamiento de enfermedades infectocontagiosas y suministro de linfa, suero anti diftérico y antileproso, entre otros servicios.
Factores de orden sociopolítico, internos y externos, retardaron el desarrollo de esa rama de la medicina en el país, hasta 1930 aproximadamente.
En ese período de experimentos la ciencia y las autoridades presentaron balance negativo, dada la cantidad de víctimas; pero hoy la balanza, afortunadamente, se inclina a favor de la medicina dada la baja letalidad de los males por lo efectivo de sus métodos.
Un parte médico según información de los cronistas de aquellos días indica que la fiebre amarilla, importada desde las Antillas Nerlandesas, superó las 2.000 víctimas; el paludismo liquidó otros miles (entre ellos a María Teresa del Toro, esposa del Libertador (22 de enero de 1803) y José Tadeo Monagas (18 nov 1868); la tosferina mató a más de 300 niños, pero fue el cólera que desde mediados de 1800 hasta su fin como mal de salud pública, el que superó largo las 20.000 víctimas.
Pugnas incomprendidas
En 1794 el Médico de Caracas, nombrado así por el Cabildo, doctor don Joseph Roys Carvallo, de origen portugués, hubo de purgar prisión, porque los cirujanos Gerónimo Pagola y Miguel Díaz –dicen que por envidia– mintieron para desmeritar el certificado emitido por el galeno luso según el cual una balandra cargada de esclavos anclada en La Guaira, procedente de Curazao (donde había un brote), no presentaba riesgo de contagios. Entonces la embarcación fue anclada mar afuera a sufrir los embates propios del inmerecido aislamiento y el médico permaneció preso hasta que culminó la cuarentena, durante la cual no se dio ni un solo caso de enfermos, lo que confirmó el diagnóstico inicial. Carvallo fue liberado y restituido en su cargo. Y los cizañeros salieron ilesos. Capítulos similares se han repetido por miseria humana. Antivalores quizás más dañinos que el propio cólera.
Información procedente desde Oriente y Europa explicaba el uso de la variolización. Contra la viruela se sugería la inoculación de materia procedente de los brotes de los enfermos –pústulas– y se obtenían buenos resultados.
El entonces gobernador de Caracas, Don José Solano y Bote, instauró esa práctica, pero el Cabildo estaba en contra. Gobernador versus alcaldes (¿lucha ancestral?). Tan estériles confrontaciones politiqueras retrasaron avances médico-científicos que pudieron ahorrar unas cuantas víctimas.
Cuando José Carlos de Agüero sustituye a Solano, el Cabildo elimina otra vez la variolización bajo el alegato de baja efectividad, sin tomar en cuenta causas ni condiciones, que se reflejó en imborrables consecuencias.
¡Qué locura!: En lo sucesivo la vacunación pasó a ser un ritual de clandestinidad. Para la época aparte del dr Giuseppe Pricni, en Caracas estaban activos y a favor de los adelantos, solamente los doctores Francisco Guash, Lorenzo Campins y el lic. Francisco Socarrás, grupo al que se unieron los médicos extranjeros Pedro Bayett (francés), Juan Perdomo (tinerfeño), más los curanderos Martín Pereira, Manuel Romero y Esteban Gallegos. Solo así comenzó a ganarse la batalla a favor de la salud pública y la vida colectiva.
Eterna segregación
Aquellas epidemias, como la actual, recorrieron –guadaña en mano– el mundo entero y en vez de estimular el humanismo, tomaron rutas oscuras: xenofobia, racismo y conductas clasistas.
Como si fuese hoy, en el oeste de Estados Unidos acusaban a los chinos de haber introducido la enfermedad en aquella no tan blindada nación. Por su parte, los asiáticos buscaban culpables en los misioneros occidentales. Portugueses y españoles se reciprocaban en señalamientos la autoría de la expansión de los contagios. Los polacos juraron que fueron los rusos. En Nueva York persiguieron a los inmigrantes italianos de las zonas más pobres. Los surafricanos echaron más leña al fuego del Apartheid. Y Brasil, otro de los gigantes del mundo, estableció cercos contra las clases más desposeídas, acusadas de ser foco infeccioso “porque son inferiores”.
¿Volvera el Jebu Boroboro?
¿Alguna similitud o diferencia con la actualidad? Claro que hoy, más allá del prestigio desde los adelantos médicos y científicos por obtener la vacuna, está lo crematístico y la dependencia del resto en torno al potencial descubridor de la inoculación, que más que prevenir una enfermedad, buscará mantener el estatus en el orden mundial ya establecido y al que ellos, Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Alemania, India, Irán, Australia, Italia y otros, se niegan a cambiar para dar paso a nuevas perspectivas de crecimiento y desarrollo con equidad.
El Covid quizá sea amainado. ¿Acaso tiene cura la prepotencia política y económica a costa de millones de vidas? ¿Habrá que invocar nuevamente al Jebu Boroboro para que contagie a todos, pero esta vez con humanidad y valores?
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El Pepazo