Fue sentenciado a siete años de prisión, pero solo pasó un fin de semana tras las rejas.
Periodistas y camarógrafos enfocaban el rostro del hombre barbado que salía esposado de una de las salas del aeropuerto de Luisiana, Estados Unidos. Con una expresión seria, sombría, pero confiada, Jeff Doucet caminaba acompañado de las autoridades estatales.
De repente, mientras el lente se centraba en Doucet, un ruido sordo inundó el lugar. En cuestión de segundos, el hombre había caído al suelo, mientras que el camarógrafo intentaba enfocar al misterioso hombre que al parecer habría acabado con la vida del hombre que había sido arrestado tan solo unos minutos atrás.
A lo lejos, un agente del FBI gritaba desesperado: “¿Por qué Gary?, ¿Por qué?”.
Confianza y traición
Jeff Doucet nació el 1959 en Port Arthur, Texas. Tenía seis hermanos y su infancia fue bastante complicada, pues creció en un ambiente con pocos recursos y adicionalmente fue violentado sexualmente.
A pesar de que no se sabe mucho sobre su adolescencia, se conoce que unos años antes de 1983 se mudó a la ciudad de Baton Rouge, Luisiana, con el fin de abrir una academia especializada en artes marciales.
Fue allí donde creó un ambiente lleno de confianza para los padres y niños que querían adentrarse a la filosofía del mundo oriental y al arte de la perseverancia, autocontrol y fuerza.
Tanto así, que muchos padres confiaban en el maestro cuando les proponía llevar a los chicos al cine, a comer o simplemente a dar un paseo. Los niños lo amaban, así como los acudientes que veían en él un amigo confiable y un ser humano ejemplar.
Pero la verdadera historia comienza cuando, a sus 25 años, conoció a un joven pupilo de 10 años llamado Jody Plauché, a quien le prestó una atención especial desde que ingresó a la academia.
Desde un comienzo Doucet lo llevó en su auto a todo tipo de actividades, tales como salidas al cine, ir por helados e incluso lo llevaba a casa después de entrenar. Sin embargo, bajo aquella fachada de buen maestro se ocultaba una cruda verdad.
Según los testimonios que ha dado Jody en varias entrevistas, el entrenador que consideraba como su “amigo” solía tocarlo de manera inapropiada durante y después de las sesiones de clase. De hecho, en el libro que escribió su padre, ‘¿Por qué Gary, por qué?’, se describe cómo el instructor se acercaba a las zonas íntimas del niño al momento de estirar.
“Jeff decía: ‘Necesitamos estirarnos’, así que estaría tocando alrededor de mis piernas. De esa manera, si me agarraba la zona privada, podría decir: ‘Fue un accidente; solo estábamos tratando de estirarnos’”, escribió.
Aun así, esto era invisible ante los ojos de los padres quienes, satisfechos por la educación que estaba recibiendo su hijo, no eran capaces de imaginar que algo así le pudiese estar sucediendo a su pequeño.
El secuestro de Jody Plauché
Cuando el feliz matrimonio de la pareja Plauché se vino abajo, Jeff se acercó a la madre de Jody, June Plauché, con el fin de, supuestamente, apoyarla durante su ruptura amorosa. Se mostraba cariñoso con ella, pero también con el pequeño, quien, lamentablemente, siempre fue el objetivo del instructor.
Así pasaron los meses, hasta que el 19 de febrero de 1984 Jeff le dijo a June que se llevaría al niño a dar un paseo corto. Ella, obnubilada por lo que el hombre pretendía ser, aceptó sin dudarlo dos veces.
El corto paseo de 15 minutos se convirtió en un viaje de horas que culminaría en California. Allí, una vez instalados en un motel, el instructor de artes marciales tiñó de negro la rubia cabellera del niño con el fin de hacerlo pasar por su hijo.
Su macabro plan parecía perfecto: un niño -supuestamente irreconocible- que andaba con su padre por Estados Unidos en un road trip (viaje en carretera). ¿Qué podría salir mal? Pues bien, a pesar de la situación, los padres de Jody seguían pendientes de su hijo, especialmente su padre, quien había recibido varios comentarios negativos por otros acudientes que llevaban a sus pequeños a la academia.
Varias horas después de que Doucet se fuera con su hijo, June se alarmó. Llamó a su hermano, un ayudante del sheriff, luego a Barnett y condujo hasta Port Arthur, la ciudad natal del secuestrador, para encontrar a su hijo. Pero todo fue en vano.
Cuando la esperanza ya se veía perdida, June recibió la llamada de su hijo. Mientras él le contaba que “estaba bien”, el FBI estaba tras la línea, intentando rastrear el origen de la llamada.
¡Y bingo! Después de unos minutos lograron descubrir que el victimario se había llevado a Jody a la ciudad de Anaheim.
El juicio del siglo que jamás sucedió
Las autoridades apresaron a Doucet el 29 de febrero de 1984. Así mismo, lograron recuperar al niño quien, sorpresivamente, le pidió a la Policía que no arrestara a su maestro pues “quería quedarse con él”.
A pesar de que las autoridades consideraron el caso en un primer momento como un secuestro, la familia y varios padres de la academia que estaban atentos a la situación se llevaron un trago amargo cuando Mike Barnett, cabeza encargada de la investigación del caso, les explicó que tanto Jody como otros niños había sido abusados sexualmente por Jeff.
Según un artículo escrito en marzo del 84 por el medio estadounidense ‘The Washington Post’, los exámenes habrían arrojado que el menor de edad fue violentado sexualmente en el motel donde se habían quedado.
Si bien es cierto que el informe impactó de manera negativa a más de un padre de familia, al papá de Jody, Gary Plauché, le cayó particularmente mal.
Lleno de rabia y dolor por lo que le había pasado a su hijo, rápidamente comenzó a maquinar un plan para poder cobrar su sed de venganza y hacer ‘justicia por su propia mano’. Fue así como el 16 de marzo de 1984, se dirigió al Aeropuerto Metropolitano de Baton Rouge, en Luisiana, con el fin de encontrarse con el victimario.
Las autoridades ya le habían informado a la familia Plauché que Jeff llegaría escoltado por la Policía en el vuelo 595 de American Airlines con destino a Luisiana, lugar en el que sería juzgado por secuestro y por violentar sexualmente a varios menores de edad.
De acuerdo con los testimonios recolectados por el ‘Washington Post’, Gary bebió un café, recorrió varios metros de la terminal aérea y luego ingirió un trago de alcohol, a la espera del secuestrador y violador de su hijo.
Un fin de semana de sentencia
Mientras esperaba, el padre de Jody recibió una llamada por parte de un amigo. En esta, Gary le estaba contando todo su plan, hasta que de repente el sonido de un disparo reemplazó la voz del hombre.
Mientras las cámaras de televisión grababan a Jeff Doucet, Gary Plauché, quien estaba camuflado en la cabina telefónica, sacó la pistola de su bota, se dio la vuelta y le disparó en la cabeza.
“¿Por qué Gary?, ¿Por qué?”, le gritó el agente Mike Barnett, quien había estado a cargo de la investigación.
La noticia de que un violador de niños había sido asesinado por el padre de una de las víctimas conmocionó al mundo. Para muchas personas fue un acto justiciero, mientras que para otras fue un homicidio que debía ser castigado.
Aun así, independientemente del bando en el que se estuviera, una cosa sí era segura: Gary Plauché había cometido un delito y debía ser juzgado por sus actos.
Plauche fue arrestado y llevado a un calabozo cercano, del cual salió gracias a la fianza que pagó un amigo cercano. Más tarde, el hombre fue acusado por la Fiscalía por el delito de asesinato en segundo grado, pero, finalmente, un juez dictaminó que no representaba una amenaza para la comunidad y le otorgó cinco años de libertad condicional, siete años de sentencia suspendida y 300 horas de servicio comunitario.
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El Pepazo/El Tiempo