León Magno Montiel
@leonmagnom
«Bella amante
iré de tumba en tumba
tocando las manos de los difuntos
besando los labios de todas las estatuas
hasta reconocerte”
Carlos Fuentes.
(Panamá, 1928).
Cualquier mujer que haya comenzado a cantar a los 11 años con reconocimiento de los mayores, aplausos de sus maestros; parecería destinada a triunfar, con una victoria duradera. Esa niña prodigio, que en la Iglesia Baptista Nueva Esperanza de New Jersey cantaba góspel y asombraba con su portento a todos, era Whitney Houston.
Sorprendía por su afinación natural, su innato “GPS armónico”. Por la calidad de su voz y su fiato o capacidad de administrar su respiración al cantar largas frases.
En ella aplicaba el principio de la geno-cultura, era heredera de una tradición de buenas cantantes de soul de la Costa Este de los Estados Unidos; comenzando por Cissy Houston, su madre y sus tías Dee y Dionne Warwick.
Whitney era una afroamericana espigada, fina, turgente, con una sonrisa luminosa, que siendo una adolescente acompañaba a su madre a cantar al legendario Mikell´s Club en la calle 97 Nueva York. Cantaban soul para los melómanos que fielmente se daban cita allí, eran los cátaros jazzistas de los años 80 en La Gran Manzana, que la aplaudían al tiempo que la flirteaban.
Whitney llegó a ser corista de Lou Rawls, el gran barítono del jazz.
En una noche de soul del Mikell´S Club la descubrió el gurú del sello Arista, Clive Davis y la firmó para comenzar una carrera como cantante, con la cual logró vender 170 millones de discos y obtuvo múltiples galardones. Ganó 2 Emmy Awards, 6 Grammys, 30 Billboards Music y 22 American Music Awards.
En el año 1992 impactó en el cine con la cinta “El Guardaespaldas” co-protagonizada con Kevin Costner, actor que venía de obtener un éxito atronador con su película “Danza con Lobos” (1990). La cinta “El Guardaespaldas” obtuvo 710 millones de dólares en taquilla y su banda sonora vendió cerca 42 millones de copias. Esa película la catapultó mundialmente, le generó una fortuna en regalías. Se residenció en Los Ángeles, disfrutaba de su sensual celebridad, se le veía por los bulevares de la Costa Oeste, siempre con garbo, luciendo segura y seductora. Todo en ella había sido un dulce sueño, hasta que llegaron las pesadillas de sus amoríos. El más aciago con Kevin Brown, el rapero con quien se casó en 1992, una relación violenta, intolerante, en la cual ambos sucumbieron al inframundo de las drogas, de las pastillas y el alcohol. Allí comenzó el declive de “La Voz”, sus penosos desórdenes, sus miedos incontrolados, su ansiedad, la permanente sensación de ahogo, el deterioro progresivo de su salud, su rostro tenía una pátina de dolor perenne, más la terrible situación que vivía ante la paulatina pérdida de su voz.
En los últimos tres años de su atribulada vida, de grandes triunfos y grandes fracasos, Whitney tuvo una relación con el cantante de rhythm and blues Ray-J, un acercamiento sentimental que partió de la admiración del joven cantante sureño, por la mítica artista, un romance discreto y edípico. Cuando Ray-J nació en 1981 en Mississippi, Whitney ya tenía 18 años de edad y llevaba 7 años cantando en los templos y clubes de Newark y Nueva York. Ray-J confesó a los medios el gran vacío que está sintiendo en estos días, sin su novia y diva a la vez.
Antes de comenzar a salir con Ray-J tuvo crisis severas de alcoholismo combinadas con los ansiolíticos que con desorden consumía, a causa de su creciente estado de depresión. En ocasiones se le vio famélica, con cara de paciente terminal. A raíz de la nueva relación con Ray-J había logrado recuperarse, volvió a sonreír con la antigua luminosidad, recuperó su peso, salía poco a poco de su caos. Aferrada a su vieja adicción al whisky y las fiestas, recayó en los excesos, fue relapsa en el consumo de sedantes, una combinación mortal que la atrapó en la tina de la suite 434 del hotel Beverly Hilton, donde terminaron sus días.
Su cuerpo fue llevado a New Jersey, ciudad donde nació el 9 de agosto de 1963, en carroza dorada y acompañada por el canto de Alicia Keys. Fue sepultado en el gélido domingo de febrero de la Costa Este. Kevin Costner dio las palabras de despedida desde el púlpito de la iglesia Nueva Esperanza, ante la tristeza y el llanto de una legión de amigos y seguidores que fueron a decirle adiós a “El alma del canto”, de sólo 48 años de edad, uno de los mayores talentos de la música contemporánea, corroído por la debilidad ante el placer oscuro de las drogas y el pesar del desamor.
Los ladrillos rojizos de la iglesia en Newark donde qella fue corista, guardarán el eco de las palabras de su compañero Kevin Costner:
“Ahora te vas escoltada por un ejército de ángeles, aunque te vas muy pronto”.
Yo pienso que las cantantes que como Whitney aprenden el secreto de su arte en el interior de un templo, llegan a pensar que la música es la voz de Dios.
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