El Indio Arrioja se marchó con su mapire repleto de cuentos y su transparente periodismo
Qué vaina, Indio, acreedor de dos títulos por su bonhomía, Don y Señor, natural de San Rafael de Barrancas del Orinoco, Monagas. Nada de licenciaturas ni doctorados, dos charreteras que para nada le importaban y que jamás superarán la sapiencia innata de ese periodista de oficio, de asertiva puntería, de afinado instinto, de diáfana expresión y de cruda exposición, con la verdad –duélale a quien le duela– como único carnet de presentación.
Luis Carlucho Martín
No en vano, su triste despedida oficialmente coincide con el lapso en que se conmemora en Venezuela el Día del Periodista y, en el mundo, el Día Internacional del Periodista Deportivo. Se nos fue, el 30 de junio Don Guillermo Arrioja.
Qué vaina, Indio, acreedor de dos títulos por su bonhomía, Don y Señor, natural de San Rafael de Barrancas del Orinoco, Monagas. Nada de licenciaturas ni doctorados, dos charreteras que para nada le importaban y que jamás superarán la sapiencia innata de ese periodista de oficio, de asertiva puntería, de afinado instinto, de diáfana expresión y de cruda exposición, con la verdad –duélale a quien le duela– como único carnet de presentación.
Su andar apacible, su buena presencia, sencillamente vestido y su Volkswagen escarabajo azul claro, eran la fachada de un temple indoblegable, cargado a la vez de inocente picardía y de sabias sugerencias, que le valieron, al Indio, reconocimiento por parte de sus amigos más cercanos, de su tribu que era su entorno, así como el respeto de los dirigentes y atletas que formaban parte de su fuente informativa. Aunque también generó ronchas en jefes y gerentes necios empeñados en mimetizar hechos y pincelar realidades, caprichos en los que Arriojita jamás los iba a complacer, como sabemos nunca lo hizo, porque su máquina de escribir –luego PC– no tenía más teclas que las de blanco y negro, cero colores, cero maquillajes.
Quizás por su inteligencia ancestral –esa que nace del instinto y de la crianza en su natal Uyapari Aruacay Turiapari– el mapire de Guillermo Arrioja, transformado en disco duro, atesoraba más cuentos que Jaimito… pero todos de la vida real, en su mayoría signados por un perspicaz humor negro.
Algunos personajillos, de escaso análisis, llegaron a considerar mitos los relatos del Indio, sin comprender que la exageración empleada como recurso es parte intrínseca de la venezolanidad. ¿O no? Que tire la primera piedra quien se sienta libre de pecados. La vida fuera de las grandes ciudades suma ingredientes que, según se usen, enriquecen la narrativa. Y en su particular modo, él siempre dejaba moralejas que giraban en torno al rescate de lo positivo por muy negativo que fuera la realidad. Fue el leimotiv de ese genio.
Hacía mofas de sí mismo. Ante su alopecia, sus expresivos gestos labiales para hablar, su típica sonrisa de tres ja agudos y una protuberancia en su bíceps derecho, se ganó entre algunos colegas el apodo de “Camión Chocao”, lo que disfrutaba al máximo y siempre le conseguía explicaciones que resultaban muy chistosas.
Sucedió que un día cualquiera su automóvil perdió el control, derrapó y sin frenos –igual que en “El Último Beso”, de Leo Dan– al fondo, del mortal y profundo Viaducto I de la autopista de La Guaira, fue a dar. La lógica: cero sobrevivientes. Su cuento: no solo sobrevivió, sino que quedó para contarlo. Y aunque asumió las consecuencias en su brazo, más lo afectaba haber perdido la melena. “Más bella que la de Popi. En mi juventud me gané el premio del cabello más bonito. Coño, pero por ese accidente perdí mis encantos”, se lamentaba.
Ah, torcía la boca al hablar porque, según él, imitando a Humphrey Bogarts y otros famosos del cine que imperaba en su juventud, se quedó así… Y en seguida sonaba indeteniblemente su agudísimo jajajaja, que inocentemente invitaba a unirte al festival de mandíbulas batientes, quizás como consuelo ante su inverosímil tragicomedia…
Para significar lo difícil que se le hizo migrar desde sus orígenes hacia Caracas, contaba que, con sus documentos en la boca, cruzó a nado el bravo Orinoco, donde venció corrientes y los peligros de la fauna… A esa fábula siempre le agregaba datos y todo terminaba en risibles tertulias.
Siempre rememoraba, con mucha pasión y gratitud, sus días en “La Religión”, en el centro de Caracas, donde inició sus certeros, firmes e inmaculados tecleos. Ahí se codeó con lo más granado del periodismo de entonces –casi todos de oficio, más tarde agremiados por la AVP y reconocidos posteriormente por el naciente CNP– que, a pesar de su condición de autodidacta, no se peleaba con lo académico, pero –y con premonitoria razón– poco le importaban títulos y mucho menos los premios y las prebendas.
La palabra lisonja no existía en su diccionario. Aunque sí la lealtad, amistad y ética. Una sana y muy pícara agresividad describía su estilo mordaz con el que fabricó historias desde Meridiano –su casa editorial hasta el final de su oficio– con su rúbrica a favor del deporte en general, especialmente la natación y el atletismo, fuentes en las que se volvió una autoridad.
Su afamada columna de opinión –cargada de irrefutables datos– “Cortos que cortan…y hieren”, luego, por algunas susceptibilidades posiblemente afectadas, se llamó “Cortos que cortan”. En cada publicación ponía a temblar a todo aquél. ¿Quién no recuerda sus contenidos? El que se hubiese comido la luz temblaba porque sabía que allí saldría su boleta de infracción y tendría que pagar ante la opinión pública el precio de sus irregularidades que con base innegable el autor estaría denunciando. Eran otros días. Era otro estilo. Era PERIODISMO. Era Guillermito Arrioja. Sin decoros y sin lugares comunes, realmente, sin medias tintas. Punto.
Su mujer, Elizabeth y su nieto, fueron nuestro nexo de contacto, pero la geografía y algunas situaciones de salud y de (micro) economía lo fueron distanciando, casi aislando, lamentablemente. El 0212-4121565 que nos sabemos de memoria, sencillamente se desconectó. Y no supimos más de él hasta esta infausta noticia, que entendemos como parte del ciclo, pero que irremediablemente nos aflige. Descansa, pana Guillermo.
Mi viaje de debut como periodista deportivo fue a inicios de los 90. Oswaldo “Papelón” Borges me invitó para me fogueara con un periodista veterano, que sin mezquindades compartiría secretos de su oficio. Fuimos a promocionar una media maratón a mi amado estado Falcón. Estuvimos en La Vela y en Coro. Mi compañero era Don Guillermo Arrioja. “Papelón” se quedó corto al describir a tan extraordinario y humilde ser humano. Gracias, Oswaldo. Gracias Guillermo.
En mis días de guardias en Meridiano, donde fui invitado a suplir durante sus vacaciones a mi hermanito Juan Leonardo Lanz, me sentaba junto al Indio. Un vacilón y una escuela viviente. Con asombrosa destreza tomaba notas y entrevistaba vía telefónica directamente sobre la dureza de la Remington, aunque muy rápido se acostumbró a la suavidad del moderno teclado de las Apple que compró el Bloque De Armas, primer medio impreso capitalino en computarizar el asunto.
Por cierto, muy equivocados, sin entender la profundidad del mensaje y de los consejos del veterano compañero, algunos chamos de aquellas nuevas generaciones en esa sala de redacción, no aceptaban sugerencias. Uno de ellos –afamado actualmente en la fuente del beisbol y del baloncesto–, no solo rechazó la enseñanza del veterano maestro, sino que con amarga malcriadez y de muy mal gusto lanzó su desacertado pronóstico: “Viejo, tranquilo, yo sé lo que hago y a ti te queda poco…”. Nadie aprobó aquella estupidez que la vida dejó correr. De aquello hace como 30 años y el entonces sesentón Guillermito, quien solamente escuchó y se rió, llegó apenas a 90 añitos… ¿Llegará el malcriado? Dios lo cuide.
Un montón de años más tarde me atreví a revisar un amplio manuscrito porque pretendía hacer un libro. Estaba asesorado por no sé cuántos amigos, pero sentía que le faltaba rigurosidad a la corrección y a la edición. No lo dudé. Y, aunque él era de poco beber, lo tenté con unas birras a orilla de playa junto a otro veterano, ya mudado al otro barrio desde hace rato, Nelson “Maratón” González. Capítulo éste que agradezco a la vida, porque cada sorbo de cerveza y cada sugerencia redujo aquel montón de páginas a algo que editamos en 2005, bautizado “Venezuela, Olimpismo y Sociedad”, por otro maestro, José Fernández Freites, Cheo Negro. Sin Arriojita no hubiese sido posible. Siempre lo relato. Siempre lo agradezco.
“Lamentamos su desaparición. Con Guillermo Arrioja se va un compañero siempre preocupado por la salud del deporte, de allí sus opiniones, valientes y orientadas a defender los valores de algo tan importante para la sociedad”, expresa reflexivo, uno de los decanos del periodismo deportivo, Don Armando Naranjo, maestro de maestros.
Ante esta despedida, la colega Magally Issa, le agradece a su “hermano de la vida” haber compartido gran parte de su carrera profesional desde lo anecdótico, su forma jovial y su acritud en el humor. Asegura que era grato disfrutarlo, porque brindaba mucho contenido y aunque no fuesen tubazos, eran datos importantes. “Seguimos en el maratón…la carrera continúa. Hasta siempre, Indio”, puntualiza visiblemente afectada.
Era pura humildad con sus infaltables cuentos, relata uno de sus ex compañeros pero eterno amigo, Juan Leonardo Lanz. “Cómo olvidar que siempre decía que luego de cubrir un evento en Ciudad Bolívar, escribió la crónica en la parte de atrás del carro en su viaje de retorno a Caracas. Un excelente compañero que jamás tuvo un desaire con nadie. Por el contrario, sus consejos y reconocimientos a mi trabajo en algún momento me elevaron el ego”, confiesa el especialista en la fuente de boxeo y baloncesto.
La periodista y atleta de alto rendimiento, Ashley Meyer, también se une a la aflicción pública y expresa especial agradecimiento por el apoyo personal y constante que recibió de parte de Guillermito.
“Arrioja fue un gran maestro, mentor, generoso compañero, cuyas manos eran un prodigio en los teclados. Sus cuartillas eran impecables, tanto por el factor Cero Error, como por el contenido. El atletismo y la natación, en la época dorada de Rafael Vidal y Alberto Mestre, le deben mucho a la pluma del Indio”, rememoró en franco reconocimiento desde Chile, Fernando “Rebotero” Peñalver.
El director de prensa del IND, en los días de Boris Planchart, Pedro Ramírez Manzo, no solo reconoce la labor periodística de Arrioja sino que eleva el impacto social de su denodado trabajo, sobre todo en el rescate del sentido de pertenencia y la cultura de mantener y cuidar lo propio en comunidades como La Yerbera de San Agustín o en Caricuao. Allí el IND rescató las piscinas, pero la efectividad y la duración de las instalaciones dependía del buen uso y mantenimiento que dieran los usuarios. “Todo funcionó y la labor de Guillermo fue determinante. Por eso voté abiertamente a su favor, para otorgarle el Premio Nacional de Periodismo Deportivo. Eso generó molestias en otros colegas que aspiraban al galardón. Hice lo que consideré justo y correcto. Arrioja se lo ganó con su efectivo trabajo”, reafirmó Ramírez Manzo.
Leonardo Picón Lobo, editor nocturno de Meridiano expone: “Aunque no tuve mucho contacto directo, sé que era una persona que se hacía escuchar, porque tenía muchas historias del periodismo y el atletismo. Tenía muy buen humor”. Yo agregaría, humor negro, del bueno.
Como esas, abundan las buenas opiniones acerca de la vida y carrera periodística de Guillermo.
En lo personal, creo que uno de los aciertos de la cándida diafanidad de Arrioja es que estaba claro con respecto a los políticos. Sabía que eran, como ahora, unos interesados, y aunque siempre respetó su estatus no quería a ninguno. ¡Bravo!
Cómo olvidar su famoso cuento con Carlos Andrés Pérez cuando fungió como su jefe de prensa en el área de vialidad. Contaba que CAP hacía reuniones para pedir opiniones acerca de lo que captaban en la población. “Presidente, considero que los trabajos de reparación de la vialidad no deberíamos hacerlo a plena luz del día. Podríamos hacerlos de noche para evitar tráfico y malestar en la población”, le dijo con su usual transparencia, ante lo que el gocho refutó: “Arriojita, puedes tener razón, pero si lo hacemos de noche nadie se va a dar cuenta. Prefiero que me mienten la madre, pero será porque estamos trabajando por el pueblo”, contó muerto de la risa el Indio Guillermo.
Así era Guillermo y su periodismo transparente. Se hinchaba de orgullo por su casa familiar, “cerca del hoyo 18 en el Junko Country Club”. Construida con sudor. A sus jefes originales les agradeció algunas gestiones iniciales. Pero –aunque él no lo mencionó jamás– es público y notorio que, con la nueva generación de mandamás en el Bloque De Armas, Arrioja y otros, fueron echados a un lado. A jugar banca. Nunca le agradecieron la creación del Maratón Meridiano de Los Barrios ni otros logros. Le pagaron con el olvido y con la desatención social que Guillermo requirió en los últimos tiempos. Descansa guerrero. Paz a tu alma.
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El Pepazo