Dos jóvenes fallecieron con síntomas de intoxicación hace 15 días sin que todavía las autoridades colombianas hayan encontrado una explicación. En la ciudad caribeña las especulaciones sobre lo sucedido llenan el silencio sepulcral que guardan las autoridades. Se sospecha de una posible intoxicación, otros dos ‘desaparecidos’
El cadáver de una mujer joven yacía inerte sobre la cama. Su pareja, un hombre de su misma edad, estaba a punto de morir en las próximas horas, en el mismo hospital, rodeado del mismo misterio. Los médicos que los habían atendido no comprendían lo que estaba ocurriendo. El jefe pidió a los demás que se lavaran bien: “No sabemos a lo que nos enfrentamos”. La muerte de un trabajador de JP Morgan y una empleada de la multinacional Procter & Gamble que pasaban unos días de vacaciones en Cartagena de Indias continúa siendo un misterio 17 días después. Nadie sabe la razón que los ha llevado a la tumba. Eran dos turistas holandeses que rondaban los 30 años, con toda la vida por delante. Buen sueldo, posición social, sentido de la aventura. Las autoridades no han hecho todavía pública la autopsia y no ofrecen una explicación convincente. Nienke Bawa, a la que le gustaba la decoración, y Bob Kootte, un financiero repeinado hacia atrás, se han ido sin que nadie sepa explicar por qué.
En la ciudad caribeña las especulaciones sobre lo sucedido llenan el silencio sepulcral que guardan las autoridades. Todos quieren saber, pero hasta ahora nadie sabe qué pasó. La imagen del destino más turístico de Colombia se ha visto empañada por un suceso aún inexplicable. En los últimos días la revista Travelling lifestyle actualizó un artículo titulado ¿Es seguro viajar a Colombia ahora? que incluye una entrada para la misteriosa muerte de los dos turistas.
Edilma Marimón lleva más de 40 años sirviendo comidas en el mercado de Bazurto. Un laberinto de puestos en los que el pescado fresco sobre las maderas y las pilas de platos se mezclan con un olor difícil de aguantar. Dice que desde que se supo que estuvieron allí el domingo 21 de agosto, la gente va menos. La pista detrás de los pasos de Bawa, 29 años, y Kootte, de 31, por Cartagena pone el foco en tres lugares en los que estos días se contiene la respiración a la espera de los resultados de la autopsia. El mercado es uno de ellos, pero la mirada siempre ha estado sobre el restaurante The Rum Box. Los primeros días, algunos exaltados se acercaron hasta la calle del Arsenal para gritar “asesinos” a los empleados. El restaurante es propiedad del hijo del alcalde de la ciudad.
Nienke Bawa fue quien hizo la reserva para la noche del domingo en este restaurante. A última hora, pidió un cambio a través de whatsapp (en inglés). Ya no serían dos (ella y Bob), sino cuatro comensales. Otra pareja se unió a la cena. Insistió en que quería una mesa en el primer piso. La comida comenzó a las 20.30. Compartieron varios entrantes, tomaron seis cócteles. Bob comió pescado, Nienke, chuleta de cerdo. La otra mujer también pescado; el otro hombre, salmón. Eso sostiene Abraham Dau, dueño del local.
Las cámaras del restaurante grabaron toda la escena hasta la salida de los cuatro a las 23.10 de la noche. Bob, alto y rubio, abandona el lugar caminando con las manos agarradas en la espalda. Parece tranquilo. Antes de atravesar la puerta, se despiden del personal y ya en la calle los cuatro conversan en un corro para después perderse por una esquina, quizás rumbo al centro histórico.
– El mayor misterio es que la otra pareja desapareció, apunta un taxista a través de retrovisor.
De esos comensales no se sabe nada con certeza. Varias versiones apuntan a que habría viajado a Barú, también en Cartagena, y que los investigadores los habría localizado para hablar con ellos. Ni la Fiscalía ni la policía confirman esto ni lo contrario. Hay un manto de silencio incómodo sobre todo lo que rodea al caso.
– No estoy autorizado a hablar, se disculpa uno de los investigadores.
Al día siguiente Nienke y Bob sufren síntomas propios de una intoxicación. Pasan el lunes enfermos, en su habitación del hotel boutique Casa del Coliseo, el tercer lugar en el que se centra esta historia aún sin final. Una casona restaurada con gusto, de amplios salones señoriales con balcones al bullicio de las calles del centro de Cartagena. En la azotea hay una piscina resguardada de la mirada de curiosos. En el hotel nadie habla del tema, los pocos clientes que hay apenas se cruzan en el desayuno. Su abogado emitió un comunicado en el que aseguran que las labores de investigación en su interior “no arrojaron indicios sobre el origen la muerte”. Además, defienden, ellos solo sirven un desayuno standard sobre el que nadie se ha quejado.
La pareja empeoró con el paso de las horas, lo que obligó a su traslado a la clínica Medihelp hacia el final de la tarde. Ella murió esa misma noche, él en la mañana del martes. La investigación se puso en marcha mientras los cadáveres fueron repatriados a los pocos días.
El primer lugar al que acudieron los investigadores fue a The Rum Box. Revisaron los alimentos y tomaron muestras de las bebidas. Analizaron los vídeos del local y solicitaron todas las facturas a proveedores. Abraham Dau no entiende tanto retraso en una investigación que ha afectado a su negocio, aunque este martes todas las mesas del primer piso están completas. “Nosotros quedamos mortificados”. Dau asegura que allí no se produjo ninguna intoxicación. Esa noche dieron numerosas cenas y nadie más se puso enfermo. Cree que en el ensañamiento contra su restaurante hay motivaciones políticas, por ser hijo de quién es. “Soy introvertido, esta experiencia ha sido traumática. Estoy acostumbrado a que se metan conmigo, pero yo empecé este negocio solo, me lo he sudado y me lo he sangrado”.
En los tres lugares centrales de esta trama nada ha cambiado demasiado en estas dos semanas. El restaurante solo se cerró al público el primer día para no entorpecer la investigación. En el hotel hay un silencio casi místico. Y en el mercado los puestos siguen ofreciendo langostas que forman castillos sobre bandejas de aluminio blanco y arroz hecho por kilos en unas enormes ollas de hierro, aunque si alguien nombra a “los holandeses” se arma enseguida un revuelo.
Gina H. Marimón dice sin ningún género de dudas que nunca se ha intoxicado nadie en sus puestos de comida y amenaza con movilizarse si alguien los sigue acusando de algo:
– Vamos a hacer una marcha para pedir que aparezcan los dos vivos y digan qué comieron los dos muertos.
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El Pepazo/El País España