La resistencia bacteriana es uno de los grandes desafíos a los que se enfrenta la medicina en la actualidad. El desconocimiento general sólo agravan las previsiones sobre la segunda causa de muerte en el mundo.
Alicia Cruz Acal
Se estima que anualmente fallecen en todo el mundo 7,7 millones de personas a causa de infecciones bacterianas, lo que las convierte en la segunda causa de muerte. De estas muertes, casi 5 millones están relacionadas a bacterias que han desarrollado resistencia a los antibióticos. Para evitar las 750.000 sobre las que advierte el artículo de The Lancet, es fundamental la mejora y ampliación de los métodos existentes para prevenir las infecciones. Entre ellos, destacan:
- La higiene de las manos.
- La limpieza y esterilización periódicas de los equipos en los centros sanitarios.
- La disponibilidad de agua potable.
- Un saneamiento eficaz.
- El uso de vacunas pediátricas.
“El acceso a antibióticos eficaces es esencial para los pacientes de todo el mundo. No proporcionar estos antibióticos nos pone en riesgo de no alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU sobre supervivencia infantil y envejecimiento de la población. Los antibióticos eficaces prolongan la vida, reducen las discapacidades, limitan los costes sanitarios y permiten otras actuaciones médicas que salvan vidas, como la cirugía”, resalta Iruka Okeke, coautor del estudio. No obstante, continúa, “la resistencia a los antimicrobianos va en aumento, acelerada por el uso inadecuado de antibióticos durante la pandemia de la covid-19, amenazando la columna vertebral de la medicina moderna y provocando ya muertes y enfermedades que antes se habrían evitado”.
Cuándo se hace un uso inapropiado de los antibióticos
Entre los diversos motivos por los que se puede considerar que el uso de un antibiótico es inapropiado, desde la Asociación Española de Pediatría apuntan los más habituales:
- Prescripción incorrecta por parte de un facultativo. Cuando se administra sin una sospecha fundada de que pueda existir una infección bacteriana. Sería el clásico “por si acaso”, que tiene un significativo componente humano (miedo a dejar una posible infección bacteriana sin tratamiento), pero un nulo componente científico. La clave para revertir esta tendencia es la formación continuada de los sanitarios.
- Mantener el tratamiento con antibióticos durante más tiempo del necesario. Es otro error común entre los facultativos prescriptores. Cada enfermedad necesita un número de días que están bien definidos en protocolos y documentos de consenso. Más tiempo de tratamiento no supone una mejor curación de la infección.
- No realizar la conocida como desescalada antibiótica. Cuando no existe certeza de una posible infección bacteriana, generalmente se administra un antibiótico de forma empírica, teniendo en cuenta el tipo de enfermedad y cuáles serían los microorganismos que deberíamos tratar con mayor frecuencia. En el momento en que existe certeza de cuál es la bacteria causante de la enfermedad, ya sea mediante cultivos o pruebas diagnósticas rápidas, se debe cambiar el tratamiento al antibiótico que cubra específicamente dicha bacteria.
- Mantener el tratamiento con antibióticos una vez que se ha demostrado que una infección está producida por un virus u otro microorganismo que no pueda ser tratado con antibióticos, y no exista o no se sospeche una sobreinfección bacteriana.
- Aunque cada vez es menos frecuente, el uso de antibióticos sin una prescripción previa también se debe considerar como inapropiado. Esa caja de antibióticos en la que sobraron cuatro pastillas no se debe tomar si no ha existido previamente una prescripción facultativa.
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